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Karin Kallmaker - Ese Abrazo Que Pretendía Darte

Aquí puedes leer online Karin Kallmaker - Ese Abrazo Que Pretendía Darte texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2003, Editor: Editorial Gai y Lesbiana, EGALES, Género: Detective y thriller. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Karin Kallmaker Ese Abrazo Que Pretendía Darte

Ese Abrazo Que Pretendía Darte: resumen, descripción y anotación

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Título original: Embrace in motion © Karin Kallmaker, 1997

©Editorial EGALES, S.L. 2003 Cervantes, 2. 08002 Barcelona. Tel.: 93 412 52 61 Hortaleza, 64. 28004 Madrid. Tel.: 91 522 55 99 www.editorialegales.com

ISBN: 84-95346-46-X Depósito legal: M-37396-2003

©Traducción: Marga Ibáñez Giménez

Diseño gráfico de cubierta de José Luis Reza

Para María, que me enseñó el significado del amor,

Y para Kelson, que me enseñó un nuevo tipo de amor.

El séptimo sube y sube hasta despegar.

MELISSA

ABRAZAR. (De brazo.)

  1. Ceñir con los brazos.

  2. Estrechar entre los brazos en señal de cariño.

  3. Rodear, ceñir.

  4. Dicho de una planta trepadora: dar vueltas al tronco del árbol al que se adhiere.

  5. Comprender, contener, incluir...

  6. Admitir, escoger, seguir una doctrina, opinión o conducta.

  7. Dicho de una persona: tomar a su cargo algo.

Cuando era joven la obligaron a ser prudente y descubrió el romance al hacerse mayor.

(Jane Austen)

El hombre que había dejado su vaso medio vacío en la barra era muy atractivo y se movía con una actitud marcadamente arrogante. Sarah empezó a mirarlo sin la más mínima intención de intervenir cuando se dio cuenta de que le resultaba familiar. Los recuerdos encajaron: se habían conocido en un seminario durante la convención del año anterior.

  • Hola, monada. ¿Tienes algún plan para la cena... y para el desayuno? — Él sonrió con suficiencia y sus encantadores ojos azules centellearon.

Sarah decidió pagarle con la misma moneda y le pasó la mano sobre el muslo, haciéndole dar un salto.

  • ¡Eh!, donjuán, invita a una copa a esta dama.

Geoff empezó a reírse y se recostó cómodamente en la barra.

  • Por un momento he creído que estabas acostumbrada a ligar con hombres en los bares.

  • Nunca con hombres, como muy bien sabes. Me he fijado en que la sesión de práctica de la diversidad de este año sigue sin mencionar lo no mencionable.

  • Yo también. Supongo que nuestros comentarios en el formulario de evaluación del año pasado no les han abierto los ojos. — Geoff dio un sorbo de su vaso, sonrió y se acomodó en el taburete que había junto a ella.

  • Me he vuelto a inscribir — dijo Sarah—. La sesión es mañana y pienso sacar el tema, si consigo mantener el valor.

  • Qué suerte tienes tú — repuso Geoff—, que trabajas para CompuSoft y puedes estar fuera del armario.

  • ¿Tú sigues en...? ¿Cómo se llamaba? ¿H and G Chemical?

  • Sí, pero tengo un astuto plan — confesó, con una de aquellas sonrisas que cortaban la respiración—. Han despedido por lo menos a dos tíos del departamento de investigación que yo sabía que eran gays y ninguno de ellos ha montado un número. Pero si se enteran de lo mío, voy a hacerme cliente de Lambda Legal a tanta velocidad que la cabeza les dará vueltas y así después conseguiré que- darme en una buena posición.

  • Tras una larga batalla legal — dijo Sarah, siendo práctica—. ¿Lo dices en serio?

  • No — respondió él—. Quiero decir, sí, los demandaré si me echan, pero no es lo que quiero. No creo que haya más vacantes para agentes de patentes en CompuSoft, ¿verdad? Estaría dispuesto a trasladarme. — Geoff jadeó imitando a un perrito suplicante.

  • Abajo, chico. Tengo una lista de espera kilométrica de tipos que estarían dispuestos a pagarme un montón de dinero sólo para que hable bien de ellos.

  • Así que me quedo redactando patentes para el último fluido de limpieza en una empresa donde ser un hombre soltero ya te convierte en sospechoso. De hecho, ése fue el motivo de que me haya acercado hasta aquí. — Sus ojos volvieron a centellear.

  • ¿Sabes que tienes los ojos como los de Robert Redford? — Sarah tuvo la sensación de que aquello no era nada nuevo para él.

Geoff le lanzó una mirada enfadada.

  • Eso dicen. Y tengo que confesarte que es una de las razones por las que me gusta ir con lesbianas. Estoy harto de que siempre intenten ligar conmigo. — Se echó hacia atrás su pelo rubio y rizado, con un gesto inconsciente, que era también decididamente seductor.

  • Siento haberte dicho algo tan cruel, pobrecito acosado — dijo Sarah con sequedad. Si existía un hombre que fuera de su tipo, ése era Geoff. Tenía el aspecto preciso para llevar armadura y cabalgar sobre un blanco corcel. Un jubón y unas mallas le hubieran sentado de maravilla.

Geoff se rió.

  • Cambiando de tema, he venido aquí porque el cabeza de chorlito que está sentado en mi mesa y que trabaja conmigo no hace más que intentar hacerme admitir mediante engaños que soy gay... Ya conoces ese tipo de gente. Habla de música de espectáculos y de Judy Garland como si yo fuera a ponerme a chillar y a arremeter con Somewhere over the rainbow. — Movió la cabeza, lanzando un suspiro, y dio un sorbo a su bebida.

  • ¿Y bien? —Sarah le dio un codazo—. ¿Cómo es que el señor Cabeza de chorlito te ha hecho venir hasta aquí?

  • El muy estúpido se ha apostado cien dólares a que no consigo que una mujer baile conmigo. Parece que cree que las mujeres llevan un radar incorporado que les permite saber que soy gay y en consecuencia...

  • ¿En consecuencia no van a bailar contigo? Menudo imbécil. Si a una mujer le gusta bailar, baila hasta con el Bigfoot si sabe cómo llevar el ritmo en un foxtrot — Sarah, con disimulo, inspeccionó la sala para echar una ojeada a don Cabeza de chorlito, que estaba muy ocupado lanzando miradas lascivas a la camarera del cóctel. Era un tipo pálido, que seguramente siempre tenía las manos sudadas.

  • Ya te he dicho que es un idiota, así que ¿cómo quieres que nos repartamos los cien dólares? — Hizo un gesto hacia la pista de baile. La música acababa de cambiar de una estridente e ininteligible canción disco al sensual Let’s Give Them Something to Talk About1 de Bonnie Raitt.

  • Perfectamente sincronizado — dijo Sarah y dejó que Geoff la hiciera girar sobre la pista de baile, donde apenas había unas pocas parejas.

A Sarah le encantaba bailar, pero no bailaba desde que rompió con Ellen. Nunca hubiera dicho que habría alguna posibilidad de bailar en la convención anual de agentes de patentes. Cuando no sueles bailar con hombres y no conoces a ninguna otra lesbiana en la asociación, no te hace falta llevarte los zapatos de baile. Pero, cuando llegó y vio en el tablón de anuncios de la conferencia que en el mismo hotel había una convención de escritoras lesbianas, por un momento tuvo una fantasía romántica: conocería a alguien y mantendrían una tórrida aventura, que incluiría bailar toda la noche y andar, con los pantalones arremangados, entre la espuma de las olas a la orilla del mar —un momento de postal—, aunque sabía perfectamente que no había playas ni espuma de las olas a menos de 2.000 kilómetros de Louisville, Kentucky.

La última cosa que había imaginado que iba a hacer era bailar con un hombre. Y mucho menos con un bailarín de la talla de Geoff. Mentalmente, envió su sincero y habitual agradecimiento a Jenny, una campeona de bailes de salón. El pasado también había tenido sus momentos buenos, claro que sí. Lástima que el futuro se presentara tan aburrido.

Él la atrajo hacia sí durante el estribillo y le dijo:

  • Mira, voy a hacerte un favor. — La condujo con suavidad hacia el lado opuesto de la pista de baile y después, lentamente, la hizo girar de manera que quedó mirando sobre el hombro de Geoff, hacia una mesa ocupada sólo por mujeres.

No era más que una suposición, pero estaba bastante convencida de que no eran agentes de patentes. Vestían ropa de demasiados colores y tenían mucho estilo, y las chaquetas bomber de ante marrón y de cuero negro que colgaban de los respaldos de sus sillas eran toda una declaración de su actitud. Sin duda, procedían de la conferencia de escritoras y dos de ellas estaban prácticamente sentadas una encima de la otra. Se dio cuenta de que varios hombres que había alrededor no podían apartar sus ojos de las tortolitas, incluido don Cabeza de chorlito, el muy gusano.

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