Valeria Cáceres - Para darte mi vida
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- Libro:Para darte mi vida
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- Año:2015
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Valeria Cáceres B.
Valeria Cáceres B.
Séptima Región del Maule, Linares ―Chile
Octubre 2015
1ª edición
Registro N º 1503113439136
©Todos los derechos reservados.
Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes que aquí acontecen son producto de la imaginación de la autora o están usados de manera ficticia y cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, establecimientos comerciales, eventos o lugares, es mera coincidencia.
«Me basta mirarte, para saber que con vos me voy a empapar el alma»
Julio Cortáza r .
« Sinopsis »
Dos personas que caminan en direcciones opuestas en el viaje de la vida, ¿podrán coincidir en algún punto?
Carolina tenía una familia perfecta, o casi.
A la mañana siguiente de su cumpleaños número cuarenta y dos, recibe la llamada que será el detonante en su vida para que un derrumbe le permita renacer.
Camilo irrumpió en su vida con juventud, ternura y amor, a cambio de su sonrisa. El flechazo fue inmediato, sin embargo, la diferencia de edad, los prejuicios, los miedos y manipulaciones de terceros, podrían hacer tambalear lo que los une.
«Con Carolina era fácil subirse entre nubes para alcanzar el sol, pero los miedos de ella eran su mayor tormenta.»
― Cumpleaños feliz, te deseamos a ti, feliz cumpleaños, Carolina, que los cumplas feliz . ¡Bravo!
Todos los asistentes cantaban y celebraban el cumpleaños número cuarenta y dos de Carolina. La festejada se mostraba risueña y, tal vez, esa sonrisa era la causante de que los años en ella no se notaran.
Con una melena larga y castaña, ojos café oscuro y un vestido negro ajustado, recibía un año más.
Su esposo, sus mejores amigas: Liliana y Paola, su hija de dieciocho años y su madre, la acompañaban en ese bonito día en que todos se reunían para agasajarla.
―¡Ya es hora de abrir los regalos! ―Antonia, con una sonrisa igual a la de su madre, se acercó con un obsequio―. Este es el mío.
Carolina, abrazó a su hija. Eran muy unidas. Desde que nació fue su gran compañía; ya que Álvaro, su esposo, tenía una vida caótica por su trabajo y muchas noches debía pasarlas lejos de la ciudad para cumplir compromisos laborales.
―Mamita… Sabes que te adoro, pero Joaco vendrá a buscarme.
Álvaro, que había permanecido abstraído durante toda la noche, alzó la voz:
―¿Cómo que « Joaco » vendrá a buscarte? ―Miró a Liliana y aclaró―: Nada personal. Es el cumpleaños de tu madre, Antonia.
La jovencita, ladeó los ojos y sin un ápice de recato, contestó:
―Mientras la acompañé, estuve aquí. De ti no puedo decir lo mismo, papá. ¿En la luna te pagan igual de bien? Porque vives más allá que acá. ―No esperó a la respuesta de su padre, dio media vuelta y subió por las escaleras.
Carolina no dijo nada, sabía muy bien que Antonia tenía razón. Su marido estaba ausente aunque estuviera a su lado. «El trabajo lo tiene muy ocupado» , intentaba justificarlo, aunque interiormente sabía que algo no estaba del todo bien.
―A esa niñita, le están dando mucha entidad. Cuando llegue a casa embarazada, será la vergüenza familiar. ―La madre de Carolina era así, muy inquieta respecto al qué dirán.
Álvaro permaneció aferrado al respaldo del sillón, con su mirada fija en Carolina, que con el regalo aún sin abrir, caminó hasta su madre y dijo cruzándose de brazos:
―La niña tiene razón. Es joven y si quiere salir, que lo haga. Ya cenó conmigo y por mi parte, doy por finalizada la celebración.
Estaba molesta. Primero con su marido, para quien solo resultaba importante ver reflejados sus propios desplantes en su hija. Luego, con su madre que era demasiado rígida en cuanto al comportamiento de todos los miembros de la familia. Excepto con Álvaro. Con él, esto no importaba; un hombre trabajador que aparte de mantener a su hija y nieta, le brindaba también apoyo económico a ella y antes de que el padre de Carolina falleciera, también se hizo cargo de él.
Norma y Roberto, habían vivido cómodamente y sin mover un dedo desde el día uno bajo el brazo protector del matrimonio.
Hacía muchos años, ellos habían sido parte de la alta sociedad, pero tenían más sociedad que dinero. Sin embargo, las cosas habían mejorado gracias a que la belleza de Carolina permitió que Álvaro la desposara. A él le debían todo y no tenía nada que reprocharle.
Las amigas de la festejada se miraban incómodas. A pesar de que aquella situación se vivía a diario en esa casa, buscaron la forma de apartar a Carolina y poder hacerla cambiar de opinión.
―Caro, lo estamos pasando bien. Deja que la nena salga y continuamos de festejo ―insistía Liliana en voz baja.
―Pero es que…
Dudaba. El ambiente se había vuelto embarazoso y las ganas de celebrar se le habían esfumado mucho antes del impasse. Específicamente cuando una hora atrás, mientras compartían en la sala el primer brindis, Álvaro salió a la terraza para responder una llamada. Cuando éste regresó, notó el cambio. De haber sonreído un par de veces, no muchas porque no empatizaba muy bien con las invitadas; pasó a estar serio, preocupado, ausente.
Lejos de la casa Irarrázaval Gurruchaga, una persona exigía la presencia de Álvaro. Y él, no se iba a resistir. Estaba ausente porque se encontraba ideando la manera de alejarse esa noche, como lo había hecho muchas otras veces. Su preocupación, era porque no sería tan fácil zafar del cumpleaños de su mujer… Y el semblante serio, porque no quería que se le notara la inquietud que llevaba por dentro.
Miraba con disimulo cada cierto tiempo el reloj. Carolina lo había descubierto un par de veces, pero como siempre, no decía nada.
Álvaro ya lo tenía decidido. Una vez que cantaran el feliz cumpleaños, iría hasta el despacho que mantenía en casa, esperaría unos minutos, tomaría su maletín y anunciaría que había surgido una emergencia y no llegaría hasta dentro de una semana. A punto de llevar a cabo su plan, Antonia se adelantó. Si ella salía, le comería la culpa de dejar sola a su mujer. Debía retenerla. Pero su hija ya no era una niña, y a pesar de los intentos por ocultar su inquietud, logró descubrirlo impaciente y con su mente en otro lado… a muchos kilómetros de la ciudad.
―Cariño, no quiero dejarte sola pero… ―Álvaro se acercó hasta donde estaban su mujer y sus amigas, interrumpiendo la charla que pudo convencerla para seguir con la celebración.
―Pero tienes algo que hacer… ―completó la frase, suspiró y le dedicó la misma sonrisa que le dedicaba siempre. La misma de hace veinte años, la misma sonrisa que le quitaba la culpa a Álvaro pero que era la máscara de Carolina para ocultar su propio dolor―. No te preocupes, mi madre se irá pronto a dormir… ―Sus amigas pensaron que luego de esa frase le comunicaría que se irían las tres a algún bar a celebrar, pero…―. Las chicas ya se van y yo estoy un poco cansada.
Al decir aquello, tanto Liliana como Paola quedaron anonadadas. Esperaron a que el especialista en escapismo se retirara para decir:
―¡Debemos salir! Ni se te ocurra quedarte en casa. Él se ha ido, tu hija ya pronto se va con su novio… ¡Vamos que no harás nada malo! ―Paola, con copa en mano, alentaba a que la festejada no diera por finalizada la noche.
―No sé cómo le sigues aguantando este ritmo de vida… Es más, ya poco le creo que solo sea trab… ―El golpecito que le dio Paola a Liliana con su codo, interrumpió la frase que muchas veces Carolina tenía en mente.
―Basta, no voy a ir. ―Se cruzó de brazos y con voz desprovista de emoción, continuó―: Les agradezco, pero sigan la noche sin mí. A parte, si mi madre me ve salir por esa puerta, es capaz de arrastrarme al comedor, sentarme y darme el sermón de la vida respecto a lo que una señora de sociedad debe y no debe hacer. ―Ladeó la cabeza y suspiró―. Gracias por venir, por mi parte quisiera descansar.
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