Pepa Fraile - - Fiction - El nombre oculto de Casandra

El nombre

oculto

de Casandra

Pepa Fraile

© 2014 Pepa Fraile

Diseño de portada y contraportada: Alicia Vivancos

ISBN-13:978-1505519815

A esas cuatro mujeres: Alicia, Ángeles, Matilde y Pepa. Perseverantes en su empeño, mujeres, madres, compañeras, inquietas, periodistas, distintas, amigas desde hace más de un cuarto de siglo... Gracias por todos los momentos felices en los que seguirse encontrando y seguir disfrutando del paso del tiempo, contagiándonos de sonrisas sonoras, continúa siendo un placer.

Agradecimientos:

Un paso más en la aventura de escribir. Nervios, reflexión, revisión tras revisión, esperanzas, aprendizaje, ganas, ilusión y agradecimiento.

Agradecimiento a Colección LCDE. Con ellas, con mis compañeras en este camino recién iniciado, me siento arropada y cómplice en tantos momentos…ellas lo saben.

Agradecimiento a Alicia Vicancos, por todos y cada uno de los suspiros de emoción desbocada al ver las portadas que ha diseñado para mis novelas. Gracias con admiración y respeto por un trabajo tan exquisitamente bien hecho.

Agradecimiento a mis lectoras cero: Carina Passarge, Mandy Guinea, Lucía Albardíaz, Eva Carmona y Rosa Martínez.

Gracias de corazón. Con vosotras, caminar por la cuerda floja mientras el vértigo de las palabras escritas me acechababa por los rincones ha sido más fácil. Vuestra sonrisa, vuestros comentarios, vuestro aliento, todos los ánimos y los abrazos han significado mucho para mí.

Agradecimiento profundo y respetuoso a mis lectores, ellas y ellos, todos los que con una historia mía en sus manos y en su imaginación, hacen posible que uno de los sueños de mi vida continúe cumpliéndose día tras día. GRACIAS…

Dicen que algunas vidas están vinculadas en el tiempo a través de la memoria. A través de las almas y la experiencia acumulada de los tiempos. Dicen que los recuerdos no envejecen, sólo esperan ocupar el lugar que les corresponde. Siempre lo supe, pasó delante de mí.

La vida y su materia; el presente y su experiencia; el futuro que subyace entre todas las cosas que todavía están por llegar.

Demasiados pensamientos se agolpan emocionados en un recuerdo cansado ya de recordar; en una vida rendida a un cuerpo desgastado; en un presente que se desliza sin permiso hasta vaciarse por completo.

Si supiéramos que nos tiene preparado el futuro sería más fácil…o no, quién sabe. El pasado es historia, y la historia son pedazos de recuerdos. Haber conocido, haber sabido, haber visto antes que mis propios ojos no me habría ayudado a comprender.

Las conexiones existen, ahora estoy convencida de ello. Me niego a pensar que fue una mentira, porque todo fue verdad. Lo sé. Y a pesar de todo, incluso sabiendo, no hubiera querido alterar ni una sola de las experiencias que estuvieran a punto de sucederme. De hecho no lo hice. Sólo me dejé llevar.

Hay historias que no se pueden contar sin que en el camino se pierdan pequeñas partes de su esencia. Con ellas, el propósito de las palabras deja escapar algunos pedacitos de verdad que difícilmente harán los honores que cada una de sus letras se merecen. Hay historias que incluso no deberían vivirse, porque dejan un rastro inolvidable; un anclaje; una huella imborrable en forma de recuerdo que escuece como una herida que no quiere ser curada.

Estampas congeladas y almacenadas en nuestra mente que levantan sonrisas, que duelen, que rememoran imágenes y olores que difícilmente podrán volver a repetirse. Hablo de esas historias que el tiempo no arrebatará ni siquiera cuando mi memoria ya no me alcance.

© Pepa Fraile 2014

Llegué a casa provista de la lencería más sexy que había visto en mi vida y de algunos modelitos que estilizaban mi cuerpo y favorecían mis atributos. Al menos eso era lo que yo creía y lo que me había repetido entusiasmada la dependienta del establecimiento que, imagino que al verme a primera vista, pensó que poco se podía hacer conmigo. Con prisa, dejé el bolso, las llaves y el abrigo sobre la cama y me dirigí a la bañera. Encendí el grifo a toda su potencia. Bien caliente. Me preparé una copa de cava mientras se llenaba de agua espumosa, repleta de sales, con la firme convicción, tantas veces ensayada, de que aquello era lo que tocaba hacer.

Había pedido fiesta en el trabajo y pensaba pasarme el día completo dedicándome a mi persona. Manicura, pedicura, limpieza de cutis, tratamiento corporal y un extenso ritual que estaba dispuesta a completar antes de irme a la peluquería. Por suerte, me habían dado cita en una de las marcas más prestigiosas de la ciudad y me extrañó, porque había llamado convencida que de no tendrían ni un solo hueco libre.

En mi vida cotidiana me cuido bastante y dada la ocasión bien merecía la pena una buena dosis extra de inversión en tiempo y dinero. Era la primera vez que me iba a ver con él y el solo hecho de pensarlo me producía una sensación de vértigo que no recordaba haber experimentado ni en mis mejores momentos. Nunca, para ser más exactos.

Nuestras vidas se habían cruzado en el ciberespacio. Algo poco original en los tiempos que corren, lo sé, aunque yo no había probado hasta entonces esa alternativa de la que tanto había oído hablar en algunos círculos cercanos a mí. Ni siquiera se me habría pasado por la cabeza pocos meses atrás. Lo consideraba una auténtica idiotez además de una pequeña humillación de la condición humana. El riesgo de encontrarme con alguien que pudiera reconocerme me hacía rechazar cualquier posibilidad aunque lo cierto es que no existe ningún peligro. Ahora lo sé. El miedo a arriesgar y equivocarse, algo con lo que he convivido demasiado tiempo y que tiene un nombre propio: Apariencias.

Hasta que un día, aburrida de todo un poco, decidí que había que dar el paso y acercarse a una teoría que a mí me ha tenido siempre un poco desconcertada: La teoría de los seis grados, algo que no he acabado de entender nunca muy bien y, a pesar de eso, me encontraba muy cerca de experimentar. Estaba a punto de adentrarme en el extraño y ambiguo mundo de la comunicación a distancia con desconocidos ávidos de mostrar sus habilidades a cualquier precio. Estaba decidido. Y para rematar la jugada y hacer las cosas bien desde el principio accedí a una de esas Webs de pago en las que, según me había informado sin levantar sospechas, era fácil anular la suscripción si la cosa no iba bien. Al parecer, en algunas de las que te ofrecen la inscripción gratuita, el problema llega cuando te quieres dar de baja. Ahí es cuando te clavan el puñal y ahí es cuando, al no haberse leído todas y cada una de las condiciones de acceso a la página, empiezas a sudar tinta mientras repites para ti mismo que no se puede ser más torpe. Increíble pero cierto. Me parecía de lo más grotesco aunque sin duda era una buena estrategia de marketing agresivo.

Durante todo el proceso que duró la inscripción en la página de contactos estuve trabajando duro en el convencimiento de que no hacía nada malo y a pesar de tenerlo claro me sudaban hasta las manos. Era libre, no debía explicaciones a nadie y probaba una forma nueva de conocer personas, como tantas otros seres humanos que se sienten solos o simplemente quieren experimentar nuevas sensaciones. Lo repetía casi en voz alta cada medio minuto.

Nunca supe exactamente qué estaba buscando hasta que lo encontré. Traté de esquivarlo como pude, pero una y otra vez volvía a contestar sus correos esperando que en cualquier momento desapareciera de allí, cansado de hablarle a una persona mayor, que era exactamente como me sentía. Al principio él jugaba con ventaja. Había visto mi fotografía que, aunque un poco retocada, lo reconozco, era bastante fiel a la realidad. En su perfil no había ninguna fotografía en la que pudiera verle claramente el rostro, aunque sí algunos datos que resultaban curiosamente extraños. Pero no me importó. A fin de cuentas sólo se trataba de un juego que me producía una risilla floja y me proporcionaba el atrevimiento de la típica adolescente que se siente protegida frente a una pantalla en la que todo está permitido.