Angie García López - FICTION Un escalón para besarte
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- Libro:FICTION Un escalón para besarte
- Autor:
- Editor:Grupo Planeta
- Genre:
- Año:2015
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FICTION Un escalón para besarte: resumen, descripción y anotación
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El maldito moño de la peluquería está a punto de ponerme los ojos al lado de las orejas, ¿cómo se le ocurre a la peluquera estirarme tanto el pelo? Si no lo suelto un poco, voy a tener un terrible dolor de cabeza. Cuarenta euros de peluquería tirados a la basura. ¿Por qué no le he dicho que no lo estirara tanto? ¿Por qué no me he quejado cuando estaba clavando las púas del peine en la cabeza? ¿Qué pretendía? ¿Hacerme un lifting ?
«La culpa la tienes tú que siempre te callas por no ofender», dice la voz de mi conciencia.
Y tiene razón. A veces me gustaría que mi conciencia fuera mi personalidad, porque siempre sabe qué hacer y qué decir. Es atrevida, descarada y se quiere a sí misma, todo lo contrario de como soy yo. Pero no puedo dejarla salir y que se luzca sin más. Es una chica mala que me recuerda mucho a una de las protagonistas de la serie «Sexo en Nueva York » , por eso la llamo Samantha.
Me aflojo el moño y me quito unas cuantas horquillas que me presionan el cerebro junto con los dos kilos de laca con los que me ha rociado la peluquera, como si fuera un bombero apagando un fuego con un extintor.
Genial. Vaya pelos. Ahora parece que me ha atacado un grupo de gatos salvajes. Decido lavarlo y secarlo como siempre, dejando mis rizos al aire. Me maquillo un poco más de lo normal: iluminador para el contorno de ojos, raya negra estilo pin-up y brillo de labios con un ligero toque de carmín rosado. Y cómo no, esta pasta milagrosa que me ayuda a disimular el lunar que tengo junto al ojo derecho, en la parte más alta de la mejilla. No es muy grande, del tamaño de una lenteja pardina, y sería extremadamente sexi si lo tuviera como mi madre, en el labio superior tocando la comisura de la boca. Pero no, este maldito lunar cayó sobre mi cara sin ninguna gracia. Como si le das una pegatina a un niño de tres años para que la enganche donde le apetezca, está claro que el resultado no tendrá ningún sentido. ¿Dónde está la sabiduría de la naturaleza? Esa misma que crea mariposas multicolores, flores exóticas, puestas de sol impresionantes. La que creó las cataratas de Iguazú, el cañón del Colorado, el delta del Ebro, el lago de San Mauricio o los Pirineos, ¿tan difícil le resultaba colocar el lunar en un lugar agraciado?
Me pongo el vestido azul marino de raso y falda tubo con pliegues a ambos lados de las caderas y combino el modelito con unos zapatos de plataforma de color fucsia. Ya estoy vestida y maquillada, lista para salir camino de la iglesia a ver cómo se casa mi mejor amiga, Susana.
Hoy empieza una nueva etapa para ella y también para mí. Ahora sólo tengo que hacer un esfuerzo por sonreír y aparentar que estoy feliz porque, además, precisamente hoy hace cinco meses que lo dejé con Víctor, mi novio durante los últimos dos años. El muy desgraciado se lió con otra y me lo contó. Ojalá no lo hubiera hecho porque me hundió totalmente. Durante las primeras semanas nada pudo sacarme de un terrible estado de angustia, ansiedad y desesperación. No creo que morirse sea peor que sentirse traicionada por tu novio. Cuando te mueres, te mueres y punto. Se acabó. Fin de la historia. Pero esto no, esto es un casi morir que no termina nunca.
Susana ha sido mi gran apoyo durante estos meses. Y ahora no sólo se casa, sino que se traslada a vivir a Sevilla y eso me entristece enormemente; aunque sé que es lo que ella desea para su felicidad, porque se va con el amor de su vida, ya nada será igual entre nosotras y la distancia y el tiempo transformarán nuestra amistad, y los buenos momentos vividos juntas pasarán a ser como el recuerdo de un sueño.
Tengo ganas de que termine este día y volver a Barcelona a seguir intentando recomponer mi vida, aunque reconozco que muy en el fondo de mi corazón espero que cualquier día Víctor, mi ex, me pida que vuelva con él, que lo perdone, que no puede vivir sin mí. Y a pesar de que los días pasan, largos y desesperantes, sin una llamada y sin un mensaje suyo, sigo con esta estúpida idea en la cabeza y eso sólo significa que soy capaz de hacer algo que siempre pensé que nunca haría: perdonar una infidelidad; si Víctor me pidiera perdón, lo perdonaría.
No quiero ponerme más triste así que llamo a recepción, pido un taxi y espero sentada en el borde de la cama mientras devoro con ansiedad una pequeña caja de bombones que he encontrado en el minibar. El chocolate blanco, negro, con leche, sin leche, relleno de licor, de frutas, con avellanas o almendras, cualquier variedad, es una tentación a la que nunca renuncio y me sirve de tranquilizante cuando tengo que afrontar una situación que me pone nerviosa, como el día de hoy.
El hecho de no conocer a nadie en la boda no me ayuda a calmarme, los únicos que conozco son Susana, su padre Emilio y Carlos, el novio. Aunque Susana me ha dicho que no me preocupe, que me va a poner en la mesa de los solteros, como si eso me hiciera ilusión. Supongo que sólo quiere animarme presentándome a chicos nuevos, pero lo último que necesito es conocer a otro hombre cuando no puedo sacar a Víctor de mi cabeza. Sí, lo sé, le contesto a Samantha que ronda por mi mente: un clavo saca a otro clavo, pero hoy no estoy para trabajos de carpintería.
La verdad es que no tenía ningunas ganas de venir a la boda. Primero porque mis ánimos están bajo cero y eso de ver casarse a alguien que no soy yo sólo va hacerme recordar más mi dolor. Y segundo, por el dinero que supone el viaje, el vestido y el regalo. Trabajo en una pequeña empresa de decoración de interiores y ni siquiera soy una triste mileurista, pero no podía escaquearme de la boda de mi mejor amiga.
Suena el teléfono de la habitación y me avisan de que el taxi espera en la calle. Me miro por última vez al espejo y digo en voz alta que hoy va a ser un día genial. Intento que suene convincente, como si conjurara una poción mágica, pero en lo más hondo de mí, mi corazón se agita nervioso.
Cuando salgo a la calle el calor casi me deja KO. Me doy prisa por subir al taxi y disfrutar del climatizador del Peugeot que ha venido a buscarme. En cuanto me siento, veo las ventanillas bajadas e intento subirlas rápidamente.
—No sierre la ventanilla, chiquilla, que no funsiona el aire acondicionao —dice el taxista con un marcado acento sevillano mientras me mira por el retrovisor.
Genial, llegaré derretida. Le digo la dirección y me acomodo en el asiento. A los pocos minutos estoy pegada al respaldo y siento cómo una gota de sudor recorre la parte baja de mi espalda y se pierde en el canalillo de mi trasero, la sigue otra gota y otra.
Resoplo.
Temo que el rímel ya haya empezado a resbalar por mis mejillas. Cuando salga del coche parecerá que voy a una fiesta gótica.
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