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Erika Rhys - Contra viento y marea (Parte 2)

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Erika Rhys Contra viento y marea (Parte 2)

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Contra Viento y Marea

2ª parte

Erika Rhys

Traducido del inglés por María San Raimundo Vega


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Primera edición del libro electrónico © 2016.

Limitación de responsabilidad:

Esta obra es de ficción. Cualquier similitud con personas vivas o fallecidas es mera coincidencia (salvo que se indique expresamente lo contrario) . Copyright © 2016 Erika Rhys. Todos los derechos reservados en todo el mundo.


ÍNDICE


LIBRO II

Capítulo 1

Abrí los ojos y parpadeé. Veía destellos de luz roja y el aire frío de la noche estaba impregnado de un olor agrio a goma quemada. Pestañeé varias veces, tratando de comprender dónde estaba.

¿En una ambulancia?

Un hombre vestido con uniforme médico se inclinó sobre mí y me hizo un examen visual de la cabeza a los pies, para luego detenerse en mi frente.

—Tiene una herida superficial en la cabeza, y cortes en las manos y las rodillas.

El lado derecho de la frente me palpitaba y sentía un dolor sordo. Con cuidado, me llevé la mano a la zona. Los dedos se me mancharon de sangre pegajosa. Me agarré a los laterales de la camilla e intenté incorporarme, pero me lo impidieron las correas.

El sanitario hizo un gesto con la mano.

—Por favor, échese en la camilla. Tiene un corte importante y puede que también una contusión. Vamos a llevarla a urgencias.

¿Qué me ha pasado?

Abrí la boca para preguntárselo pero no lograba articular palabra; estaba demasiado aturdida.

—Vamos allá —dijo el sanitario.

Dirigió la camilla hacia las puertas de cristal de la entrada. Sobre ellas podían leerse las palabras «Hospital de Cambridge».

Cambridge. Hospital.

Me bombardeó un torrente de imágenes y emociones.

Los dos desaprensivos que nos habían atracado a Damien y a mí, convirtiendo una velada tranquila en una batalla contra la muerte.

Los ojos crueles del más menudo de los dos. El filo de su navaja, afilado y frío, contra mi cuello.

El fulgor de la navaja del hombre más corpulento, dirigiéndose al pecho de Damien.

La conmoción que sentí cuando la hoja se hundió en su pecho, con un sonido sordo que nunca lograría olvidar.

El sanitario empujaba la camilla por la concurrida sala de espera de urgencias, sorteando a varios grupos de personas. En unas caras podía leerse un estoicismo resignado; en otras, el temor a recibir malas noticias; otras reflejaban toda suerte de estados intermedios.

Cuando empecé a volver en mí, me asaltaron los recuerdos de lo que había ocurrido aquella noche.

Recordé el pánico que atenazó mis entrañas cuando Damien se desplomó en la acera y ya no se levantó.

Recordé su cuerpo tendido en el suelo, espantosamente inmóvil.

Vi su rostro de labios macilentos y el contraste con la sangre que empapaba su camiseta y se desparramaba alrededor de su cabeza y sus hombros.

Había tanta sangre…

Pasamos por delante de varias salas de reconocimiento. Oí a un paciente gemir dentro de una de ellas, y me recorrió un escalofrío. ¿Dónde estaba Damien? ¿Habían llegado a tiempo los policías? ¿Seguía vivo, o lo había perdido para siempre?

Sentí una opresión en el pecho. Tenía un enorme nudo en la garganta, y los pulmones como paralizados. Veía a través de una nebulosa de puntos blancos, pero luché por no perder el conocimiento. No podía desmayarme. Otra vez no. Ahora no. Tenía que encontrar a Damien.

Me aferré a los laterales de la camilla, tomé aire y agarré el brazo del sanitario.

—Mi novio… Damien Barlow. ¿Dónde está? ¿Está vivo?

El sanitario me miró.

—Entró en el quirófano en cuanto lo sacaron de la ambulancia en la que llegaron ustedes. Está vivo, pero recibió una puñalada en el hombro y ha perdido mucha sangre.

Cerré los ojos al oír sus palabras y comprender su significado. Había sido en el hombro, no en el pecho. Gracias a Dios. Pero había sangrado tanto… ¿Por qué había tanta sangre? ¿La navaja había cortado alguna arteria o algo así?

—¿Saldrá adelante? Por favor, dígame la verdad.

La mirada del sanitario se ablandó.

—Es demasiado pronto para saberlo. Pero nuestros cirujanos de trauma hacen milagros a diario. Créame, están haciendo todo lo posible por salvar su vida.

*****

Las siguientes horas fueron de las más largas de mi vida. Me encontraba en un cubículo verde esterilizado que apestaba a antisépticos y resplandecía de limpieza, acero inoxidable y luz fluorescente.

El tiempo iba pasando lentamente mientras el personal de urgencias me limpiaba y comprobaba que estaba bien. Tenía cortes en las manos y las rodillas, y me había hecho una brecha sangrante en la frente cuando me desmayé y caí en la acera.

Había tenido suerte. Eso me decía todo el mundo. Y supongo que, en cierto modo, tenían razón. Saldría del hospital por mi propio pie. No tenía síntomas de contusión y mis heridas eran leves.

Al menos, las externas.

A nivel físico, después de años a merced de los puños de mi padre, había sufrido lesiones peores. Quizás debía sentirme afortunada por no haber resultado herida de gravedad. Quizás debía expresar más gratitud hacia los competentes enfermeros que me estaban curando las heridas. Pero era incapaz de sentirme agradecida por nada mientras la vida de Damien pendía de un hilo.

El personal de enfermería había sido atento y amable, pero cuando respondía a sus preguntas, lo hacía con dificultad. Sí, me dolía la cabeza. No, no había vomitado. No, ya no me sentía mareada ni tenía náuseas. No, no recordaba cuándo me había puesto la última vacuna del tétanos.

Mientras distintas personas me limpiaban, me ponían inyecciones y me daban tres puntos de sutura en la frente, yo les preguntaba cómo estaba Damien, pero todo lo que podían —o querían— decirme era que seguía en el quirófano. Estaba impaciente por que terminasen.

En cuanto salga de aquí, quizás pueda encontrar a alguien que me dé más información.

Finalmente, después del eterno papeleo, me dieron el alta.

Salí de la sala de reconocimiento donde había pasado las últimas dos horas y me dirigí a la sala de espera de urgencias. Quizás allí pudiesen decirme algo sobre el estado de Damien.

Cuando llegué, me acerqué al mostrador de formica de la recepción. Al otro lado había dos mujeres sentadas.

Una de ellas levantó la vista de la pantalla del ordenador.

—¿Su nombre, por favor? —preguntó—. ¿En qué puedo ayudarle?

—Mia Martel. Quisiera preguntar por Damien Barlow; según me han dicho está en quirófano. Llegamos juntos.

La recepcionista tecleó algo en su ordenador.

—Damien Barlow ha salido del quirófano. Lo han trasladado a cuidados intensivos. ¿Es usted familiar suyo?

—No, soy su novia. Estaba con él cuando lo apuñalaron.

Anotó un número en un Post-it rosa y me lo tendió.

—Debe llamar a la Policía de Cambridge a este número.

Guardé la nota.

—¿Puedo ver a Damien?

La mujer negó con la cabeza.

—No, salvo que tenga permiso de su familia. Lo que debe hacer es llamar a la policía y concertar una cita para hacer su declaración y recoger sus pertenencias. Puede utilizar uno de los teléfonos gratuitos si lo desea.

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