Erika Irusta - Diario de un Cuerpo
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- Libro:Diario de un Cuerpo
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- Año:2020
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Diario de un Cuerpo: resumen, descripción y anotación
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A todos los animales vulnerables.
Las 10 páginas que vas a arrancar
En la herida. Desde la herida. Nunca sobre la herida. Tampoco atravesando la herida. Jamás ignorando la herida.
Me atraganto con las palabras. Me remango y me bajo las mangas tres veces seguidas. Inspiro hondo y vuelvo a teclear. Ahora son los cristales de las gafas. Saco el paño limpiagafas y lo froto contra los cristales. Están rayados. Otra vez mis pestañas lo han puesto todo pringoso. Habrán sido ellas o las lágrimas. ¿Se puede sudar por los ojos? «Herida», me digo. En la herida. No soporto estar en la herida, pero si lo pienso fuerte-fuerte nunca he estado fuera de ella. He estado alrededor, yendo de puntillas por su perímetro irregular. Dibujando su perfil en un bucle absurdo. Un ritual incapacitante como el de remangarme tres veces después de escribir una frase. Pero no una frase cualquiera, sino una «Frase-dedo-en-la-llaga».
Frío. Siempre que escribo paso frío. No soporto tener las manos calientes mientras lo hago. Mis pies, mi nariz y mi culo se ponen de acuerdo y se mantienen gélidos todo el rato que dura el ritual. Me arranco palabras del pecho. Por eso se cuela el frío. Por eso los pies se hielan. El pecho y los pies son parte de esta masa a la que llamo «cuerpo». Masa que me lleva por las calles, que me yergue por los pasillos. Masa que pesa pese a la ingravidez que la preña.
Mi profesora de novela, la única que quise tener, nos contó que algún escritor que admira había dicho que las 10 primeras páginas de un libro siempre son arrancables. En ellas el autor («o autora», la escucho en mi cabeza) está pidiendo disculpas al lector («o lectora», añado) por lo que va a leer a partir de la página 11. Sabiendo esto, sabiendo que lo bueno y valioso del libro empieza en la número 11, voy a escribir lo que necesito antes de tener mis manos dentro de la masa. La masa que soy. La masa que la lectora es. No para pedir perdón —o quizás sí y no me atrevo a reconocerlo— sino para conseguir cruzar el puente entre lo que había planeado decir y lo que acabaré diciendo. Pues en la escritura, como en algunos de los caminos trazados por los pies, solo sabes dónde terminas cuando has llegado. E incluso es posible que, cuando hayas regresado, no sepas por dónde anduviste.
Tengo 40 páginas de un libro que no leerá nadie. 40 páginas que me señalan por dónde no caminar. Todas ellas escritas bordeando la herida. Utilicé los recursos literarios para saltar de una pústula a otra.
Confieso: detesto escribir.
Pero: no puedo vivir sin escribir.
Me siento condenada al asco y al placer a través de la escritura.
Y cuando escribo desde la periferia de la herida acabo teniendo náuseas. No náuseas poéticas. Náuseas reales. Con temblores y eructos ácidos.
Después de aquellas 40 páginas, aquellas que nadie va a leer, me quedé sin mi recientemente prescrita Ranitidina.
¿Qué hacer?
Hablé con mi editora.
Empecé de nuevo.
Esa vez desde la herida.
¿El resultado? No volví a la farmacia.
Escribí más de 120 páginas. Esas sí que serán leídas.
Mi familia ha muerto.
Mi madre está viva. Mi padre está vivo. Es La Hija la que ha muerto.
Y es en mí donde la familia fue. Ya no.
Ahora, la hija es un unicornio. Producto de la imaginación de una niña herida. De una niña-herida.
Una hija-muerta, por fin, con vida.
Cuando llegue a la página 11 me habré sorbido los mocos, aclarado la voz, arreglado el flequillo y desempañado las gafas. Dejaré las mangas remangadas, eso sí. Pero para llegar a ese momento necesito seguir caminando.
Escribir es sentarte con tus monstruos y trazar un plan. Plan de fuga. Fuga como espacio en el que salir a jugar. Donde lamerte las heridas para volver con más fuerza. O quizás, solo un poco más recompuesta. Recomponerte sin aniquilar la herida. Refrescarte la cara sin maquillar los párpados amoratados.
Porque quería escribir el mejor libro posible para mí, me quedé tirada en el suelo llorando. Las veces que me levanté, fingí mi voz y salieron 40 páginas entretenidas, interesantes, refrescantes y vendibles.
Una porquería.
Este libro es un libro escrito desde el suelo. Desde la horizontalidad. Desde la mejilla izquierda clavada en la grava. Escribo con las rodillas peladas y los mocos colgando.
«Tienes derecho a respirar porque tienes talento al escribir» , me recuerdo. Escribiendo me gano mi derecho a la vida. Escribiendo dejo de ser una masa que ocupa espacio y me convierto en una masa que abre el espacio. Al escribir mi madre casi no muere dando a luz en vano. Escribiendo purgo el sufrimiento de la familia que la hija ha asesinado recientemente. Escribiendo tengo valor. Valgo algo. Algo valgo.
¿Cuántas páginas me quedan para empezar de verdad ? Las páginas que no arranque la lectora son las que quedarán. Así que estas son para la cochina verdad. La sucia. La del labio partido y la sangre seca. La fea.
Aún nos queda.
Sigo.
Aram.
Así llamé al diminuto embrión que me habitó aquel enero. Iba a ser de sangre, de la que llega acompañada de un quejido de vida recién estrenada, no la de un fracaso de cuatro semanas y media. La sangre de un parto no es como la sangre menstrual, ni esta como la sangre de un aborto. Hay una escala de color, de más luminosa a pez, negra pez. Entre la vida y la muerte, me quedé en medio: menstruación. Sangre de vida-muerte o muerte-vida. Sangre que no mata. Sangre tejida entre el susto, el asco, la ignorancia y la vergüenza. Sangre deseada, sangre normativizada, sangre ocultada, sangre —la única sangre— entretejida con una identidad: mujer.
Sangrar sin morir igual a mujer.
Ser mujer porque se sangra y no se muere.
Ser mujer porque tu sangre genera vida.
Estupideces.
Nadie es mujer. La sangre no me hace mujer. La mujertez es tan mísera y grandiosa que se me escapa de entre los muslos. Gotea contra la blanca loza. Me tejieron mujer pero no lo siento en las tripas.
Nadie es mujer.
Demasiada piel fuera del traje para decir que estoy vestida de mujer . Animal vulnerable: la única identidad [ver Glosario Corporal]. Mujer por sororidad. Mujer por punto de encuentro. Mujer por hastío. Mujer por disidencia. Mujer por comodidad. Mujer por relación comercial. Mujer por pez en esta pecera. Mujer para que la lectora me entienda y camine conmigo sintiéndose segura.
Es en una profunda premenstrualidad cuando desarrollo la estructura del libro. Este libro. Es en esta ausencia de productividad intelectual que mi cuerpo ordena sin juicio. Creatividad, dicen. Eso, mi cabeza bulle con ideas mientras mi cuerpo se (con)mueve lentamente. A ráfagas, de nuevo. Vomito una palabra. Después, un eructo en vacío. Me retuerzo. Me gusta. Escribir en premenstrual es placentero porque la voz impertinente que me corrige, acorrala y juzga está dormida.
Como no tuve aquel hijo, Aram, decidí tenerme a mí.
Subrayo: «Locas: las que son obligadas a re-hacer acto de nacimiento todos los días». Repaso con mi lápiz: «Escribir, soñar, parirse, ser yo misma mi hija de cada día ».
Hélène Cixous me (d)escribe. Cada segundo, la hija-muerta de mi madre y de mi padre, nace de mí. Soy mi madre y mi hija. El Espíritu Santo se fue de vacaciones. Somos una trinidad coja, como las palomas de la calle.
Calculo cuántas páginas he de escribir en este formato para que se ajusten a las 10 primeras en el libro ya maquetado. Paseo el ratón. Mido con los dedos. ¡Yo! que no sé medir distancias si no es comparando el objeto en cuestión con los 15 kilómetros, aproximados, que hay entre mi pueblo y su capital. Me quedé con la medida de párvulos. Todas las medidas de niña mayor las marco por las medidas que aprendí de pequeña. Al final el mundo solo se mide una vez. El resto son reajustes. Y esa vez es la infancia.
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