Jean Rhys - Sonríe, por favor
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- Libro:Sonríe, por favor
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:1979
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Sonríe, por favor: resumen, descripción y anotación
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Sonríe, por favor — leer online gratis el libro completo
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En el siglo de la «literatura menor» —es decir, aquella que viaja de la perifería a la metrópoli para modificar nuestra visión del lenguaje—, Jean Rhys (1894-1979) es una personalidad inolvidable. Nacida en las Antillas y educada en la isla Dominica, hija de galés y criolla, dio a la lengua inglesa los giros y las sonoridades de una región del mundo hasta entonces ignorada en el mapa de las letras contemporáneas.
Sus primeras novelas como Después de dejar al señor Mackenzie (1931) o Buenos días, medianoche (1939) narran su juventud aventurera en las capitales europeas de los años 20. Sin embargo, Jean Rhys, apreciada por la crítica en su momento, desapareció de la escena literaria hasta 1966, cuando con el Ancho mar de los sargazos presentó la deslumbrante novela del Caribe de su infancia. Sonríe, por favor contiene las memorias y recuerdos de esta original escritora, que se reconoció culpable de todos los pecados, menos del de la frialdad del corazón. La segunda mitad del volumen, titulada «Empezó a hacer frío», recoge los borradores de una segunda sección de viñetas autobiográficas que Jean Rhys no llegó a completar.
Jean Rhys
Una autobiografía inconclusa
ePub r1.0
IbnKhaldun 19.10.15
Título original: Smile Please. An Unfinished Autobiography
Jean Rhys, 1979
Traducción: Juan José Utrilla
Prólogo: Diana Athill
Diseño: Nicolás Moreno
Fotografía: Carlos Franco
Editor digital: IbnKhaldun
ePub base r1.2
DIANA ATHILL
Jean Rhys empezó a intentar escribir un libro autobiográfico varios años antes de su muerte, ocurrida el 14 de mayo de 1979. La idea no la atraía pero, como a veces se sentía mortificada y furiosa por lo que otros escribían acerca de ella, deseó dejar establecidos los hechos.
Éste no era el tipo de escritura que se le ocurría en forma natural. Cuando escribía una novela era porque no tenía más remedio, y lo hacía —o «le ocurría»— para ella misma, no para los demás, por lo cual era algo al menos parcialmente terapéutico. Describe sus primeras experiencias del proceso en este libro, y continúa trabajando más o menos así… con la adición de mucha labor lenta, minuciosa y absolutamente consciente, que no describe en el capítulo «El fin del mundo y un principio», porque eso aún vendría en esa novela en particular. Una novela, en cuanto se posesionaba de ella, le imponía su propia forma y su atmósfera, y Jean podía fiarse de que su instinto infalible le diría lo que sus personajes debían decir y hacer dentro de aquel marco. En un relato de hechos ella tendría que confiar en su memoria, no en su instinto, y eso la alarmó. Su probidad era insólitamente estricta, y por ello creyó que el único diálogo que podría poner en semejante libro sería el que ella estuviese perfectamente segura de recordar con toda exactitud. Y, salvo unos cuantos ejemplos, ¿cómo podría estar segura?
Una dificultad aún mayor consistía en que gran parte de su vida ya había sido «utilizada» en las novelas. No eran autobiográficas en cada detalle, como a veces lo han supuesto sus lectores, pero sí eran autobiográficas, y su función terapéutica era purgarla de toda infelicidad. Durante una entrevista por radio, cuando se le preguntó si había llegado a odiar a los hombres, Jean Rhys respondió, escandalizada, «¡Oh no!». El entrevistador dijo que esto lo sorprendía porque casi toda la infelicidad que había sufrido en su vida tenía que haber provenido de los hombres. Jean contestó que tal vez la razón era que las partes tristes de su vida ya habían sido suprimidas, escribiéndolas. Y una vez escrito algo, dijo, había acabado, y ella podía recomenzar, desde el principio. Gran parte del material que ella tendría que considerar en un libro autobiográfico había sido así «despachado», por lo que hurgar entre sus restos resultaría insoportablemente tedioso.
La solución hacia la cual logró avanzar gradualmente consistió en no intentar un relato continuo sino en atrapar el pasado, aquí y allá, en ciertos puntos, donde lograra cristalizarlo en viñetas. Los cuentos aparecidos en Sleep it off, Lady, y su disposición en orden cronológico, fueron un enfoque a este método, aunque sólo después de haberlos escrito vio que así habría podido tratarlos. Tres años antes de su muerte empezó, deliberadamente, a buscar las viñetas que forman este libro.
Para entonces, Jean tenía 86 años, y la vejez estaba tratándola con crueldad. Padecía de un mal del corazón que pronto la agotaba con cualquier esfuerzo, por lo que sólo podía trabajar una o dos horas en cada ocasión, con largos intervalos entre las sesiones; sus manos estaban tan paralizadas que le resultaba casi imposible sostener una pluma. La grabadora le pareció un invento activamente hostil, por lo cual no le quedó sino dictar a una persona; algo muy difícil para alguien tan reservado como Jean Rhys. Por fortuna, logró encontrar a alguien dispuesto a ayudarla: nada menos que su amigo David Plante, el novelista. Durante los inviernos de 1976, 1977 y 1978, que ella pasó (según su costumbre) en Londres, Plante dedicó mucho tiempo, tacto y preocupación afectuosa a anotar sus palabras, mecanografiarlas, discutir con ella y leérselas para que las revisara. Jean también aceptó sus consejos sobre la disposición de una parte del material. Sin Plante, ella no habría completado la primera parte del libro, como lo hizo. Tampoco habría empezado a ordenar el material para la segunda parte.
La primera parte es el relato de su niñez transcurrida en Dominica, a la que puso por título Sonríe, por favor. En ella, las viñetas están ligadas, por lo que equivale a un cuadro impresionista de aquellos años en general, y no a diversas escenas de ellos. Y, por la fragmentación de la parte inicial del libro, puede verse que Jean estaba apartándose de las viñetas hacia un relato continuo.
Cuando digo que Jean Rhys completó la primera parte de su libro, debo añadir que no bien me hubo enviado el manuscrito, con una carta en que decía que por fin lo había terminado, se desdijo en una siguiente carta: desde luego, aún había que hacer algunos cambios a Sonríe, por favor. Por ello, convinimos en que cuando regresara a Londres, dentro de unas seis semanas como planeaba hacerlo, volveríamos a la obra, para que ella pudiese darle los últimos toques. La caída que la condujo a la muerte ocurrió dos días antes de que Jean emprendiera el viaje.
No dudo yo de que Jean Rhys habría alterado unas cuantas palabras y suprimido otras, pero también estoy segura de que habrían sido muy pocas. Puedo decir esto porque fui su asesora para Wide Sargasso Sea y para Sleep it off, Lady, y he hablado con personas que la trataron mientras ella estaba trabajando en sus libros anteriores. Mi propia experiencia y el testimonio ajeno me convencieron de que Jean Rhys no permitía que ninguna pieza literaria saliera de sus manos hasta que ella la consideraba terminada, salvo los más nimios detalles. Daré un ejemplo de su perfeccionismo; unos cinco años después de la publicación de Wide Sargasso Sea, me dijo, inesperadamente: «Hay algo que siempre he querido preguntarte. ¿Por qué me dejaste publicar ese libro?». Aquí es necesaria una glosa. Jean era una escritora, dirigiéndose a su editora; una escritora siempre inhibida por sus maravillosos modales. Por «me dejaste publicar» debe leerse «me fastidiaste hasta que lo publiqué», acusación injusta, tal como resultaron las cosas. Indignada, le pregunté qué quería decir con aquello. «No estaba terminado», me dijo fríamente. Luego me señaló la existencia, en el libro, de dos palabras totalmente innecesarias. Una de ellas era «entonces» y la otra «por completo».
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