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Simmons - Ilion 1 El Asedio

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Ilion 1 El Asedio: resumen, descripción y anotación

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Sorprendido, Mahnmut casi liberó la mano. Se obligó a dejar los dedos tal como estaban, enroscados en torno a la pompa-corazón del hombrecillo verde. Mahnmut había percibido la pregunta fluir hasta su cerebro en pulsos, latidos, vibraciones. No con palabras, desde luego no en inglés ni ruso ni francés ni chino ni primario ni en ningún idioma que Mahnmut hubiera utilizado jamás. No sabía cómo responder, así que habló.


–Tengo que salvar a mi amigo, que está atrapado en la nave de allí.
Ciento cincuenta cabezas verdes se volvieron al unísono para mirar el sumergible. Trescientos ojos negros miraron unos segundos y luego se volvieron de nuevo hacia Mahnmut.

DINOS CON TUS
PENSAMIENTOS
DÓNDE
ESTÁ.
Mahnmut cerró los ojos y formó una imagen de Orphu en la bodega bloqueada, una imagen de las puertas, una imagen del corredor interno. La respuesta-vibración latió en su brazo:
ESPERA.
La mano de Mahnmut quedó Ubre de pronto y salió de la tensa carne del hombrecillo verde con un audible sonido de succión. El hombrecillo se desplomó en la arena, rodó de costado y se quedó inmóvil: las pompas verdes de su cuerpo dejaron de fluir, sus ojos negros se nublaron y quedaron ciegos, se agitaron una vez. y se quedaron quietos. Los ciento cuarenta y tantos hombrecillos restantes se volvieron y se dedicaron a la tarea de salvar a Orphu.


Mahnmut se desplomó en la arena ¡unto a lo que era claramente ci cadáver sin vida del emisario. Madre de Dios, pensó el moravec. Comunicarse los mata.-
Más hombrecillos verdes siguieron bajando el empinado sendero desde el acantilado. Doscientos. Trescientos. Seiscientos. Mahnmut dejó de intentar contarlos e (ignorando la petición del emisario de que esperara) caminó y chapoteó por la orilla hasta llegar al submarino varado. Mahnmut entró por ¡a compuerta de la torreta hasta su nicho seco para comprobar si alguna de las baterías había vuelto a funcionar. No era así. Pasó a través de la compuerta interna hasta el corredor inundado de la bodega \ nadó hasta el casco destruido. No se podía llegar a Orphu por ahí. Tras regresar a la sala de control, trató de comunicarse de nuevo. Silencio. Puso a salvo su edición de los sonetos en un envoltorio impermeable y guardó algunas cosas en una mochila (el comunicador remoto que había diseñado para Orphu si podía sacarlo, los discos de bitácora de la nave, copias duras de mapas, una pistola de señales, células de energía) y se encaramó a lo alto de la torreta.
Los hombrecillos verdes habían traído grandes rollos de cable negro, el mismo con el que tiraban de las cabezas de piedra, así como docenas de ruedas con las que habían estado moviendo la enorme plataforma. Trabajaban con increíble eficacia: algunos nadaron hasta el sumergible y ataron cuerdas por encima y por debajo del agua, otros clavaron varas de metal de las ruedas en la arena y la cara rocosa del acantilado, montaron poleas y pasaron el cable de la orilla al submarino y otra vez ala orilla.
El submarino era pesado (más todavía con el reactor empapado de agua, la bodega y los corredores inundados), y a Mahnmut le costaba creer que aquellos hombrecillos consiguieran moverlo.
Pero lo hicieron.
En cuestión de veinte minutos, hubo cientos de cables tendidos entre el submarino y la orilla y muchos hombrecillos verdes en cada cable. Comprendieron que era una misión de rescate; lo primero que hicieron fue tirar con fuerza de lado (los cables se extendían como una telaraña negra hasta la playa) para volcar el submarino sobre su costado derecho.
El instinto impulsaba a Mahnmut a tirar de los cables, pero sabía que eso no tenía sentido. Esperó en el casco de La Dama Oscura, cambiando de sitio cuando el submarino se movió, y en cuanto las puertas de la bodega quedaron despejadas de barro se zambulló en las aguas poco profundas con una palanqueta energética y la lámpara del hombro a toda potencia.
Las puertas de la bodega habían quedado retorcidas y fundidas parcialmente por la entrada en la atmósfera, y Mahnmut logró abrirlas sólo unos centímetros antes de que se atascaran por completo. Con ganas de llorar de frustración, golpeando el casco con furia impotente, de repente tuvo la sensación de que no estaba solo y se dio la vuelta en el agua llena de cieno.
Media docena de hombrecillos verdes estaban de pie en el fondo del agua, observándolo. No parecían necesitar respirar.
Sin querer «comunicarse» con ellos de nuevo al precio de matar a uno, Mahnmut señaló la sección levantada de la puerta, señaló la superficie, hizo ademán de enrollar un cable alrededor del fragmento de metal y tirar de él.
Los seis hombrecillos verdes asintieron y subieron a la superficie, tres metros más arriba.
Al cabo de un minuto regresaron sesenta, algunos tirando de cables, otros con las varas negras de las ruedas que usaban para tirar de las cabezas de piedra. Trabajaron de nuevo con increíble eficiencia, algunos en equipo para hacer retroceder unos cuantos centímetros de las puertas del otro extremo de la bodega, otros pasando el cable como si ensartaran una aguja. En cuestión de minutos tuvieron docenas de fuertes cables pasados bajo las puertas atascadas. Subieron de nuevo a la superficie, tras indicar por gestos a Mahnmut que los siguiera.
De nuevo Mahnmut respiró aire, sintió la luz del sol en su polímero y su piel y se plantó en el casco de La Dama Oscura mientras cientos de hombrecillos verdes tiraban y tiraban de los cables sirviéndose del sistema de poleas instalado en el acantilado. Volvieron a tirar.
El sumergible crujió, el casco gimió, el limo los rodeó, y La Dama Oscura rodó otros treinta grados a estribor y se retorció hasta que el vientre de la nave quedó al descubierto y la popa apuntó hacia la playa. Las puertas de aleación de la bodega se combaron, pero no seabrieron.
Mahnmut atacó de nuevo las puertas con su palanqueta energética. El meta! torturado y retorcido no cedió. Su soplete de acetileno se quedó sin O2 y sin energía.
Los hombrecillos verdes lo apartaron amablemente de su infructuosa labor. Mahnmut se soltó y se dejó resbalar hacia la bodega de nuevo, dispuesto a tirar de las puertas retorcidas y atascadas hasta que sus propias células de energía murieran, pero entonces vio que los HV no habían acabado su trabajo.
Ataron y cortaron cables, convirtiendo los cincuenta hilos en uno, que subieron luego por la cara del acantilado a través de una serie de enormes poleas conectadas a un entramado de varas de apoyo que de algún modo habían clavado en la piedra. Finalmente, llevaron el cable hasta la enorme cabeza de piedra y envolvieron los extremos en torno al cuello de la figura unas cuantas veces antes de terminar de atarlo.
Cinco de los hombrecillos verdes se acercaron y empujaron a Mahnmut al agua, apartándolo del submarino.
Mahnmut no podía creer lo que estaba viendo. Había dado por supuesto que las grandes cabezas de piedra eran sagradas para los hombrecillos verdes, y que su trabajo de arrastrarlas y colocarlas a lo largo de la costa era una exigencia imperativa religiosa o psicológica a la que dedicaban todo su tiempo, energía y devoción, puesto que las cabezas de piedra eran única prioridad. Evidentemente estaba equivocado.
Cientos de figuras verdes movieron la cabeza en su plataforma hasta darle la vuelta, se pusieron detrás, empujaron y la tiraron por el acantilado.
La cabeza de piedra, de cara al acantilado ahora, cayó sesenta metros, golpeó las rocas de la base del acantilado y se partió en una docena de trozos. Pero el cable corrió en las poleas, las varas saltaron de la piedra, y los extremos atados arrancaron las puertas de la bodega de carga y las hicieron volar cincuenta metros antes de llevarse el metal retorcido acantilado arriba y luego de nuevo abajo.
Cientos de hombrecillos verdes nadaron hacia el submarino, pero Mahnmut lo alcanzo primero y conectó de nuevo sus linternas.

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