La derrota republicana en la Guerra Civil, los cuarenta años de franquismo y el pacto de silencio de la Transición dejaron en manos extranjeras el análisis historiográfico de los acontecimientos que llevaron al hundimiento de la República. Buena muestra de ello es este libro, en el que diez prestigiosos hispanistas ponen de manifiesto dos hechos fundamentales. El primero, que la Guerra Civil española tuvo su origen en una serie de enfrentamientos sociales; el segundo, que la lucha fratricida constituyó un episodio más de la guerra mundial que finalizó en 1945.
Como consecuencia de todo ello, durante los tres años de contienda la República española sufrió un doble asedio: por un lado, las disensiones internas le impidieron llevar a cabo un esfuerzo bélico eficaz; por otro, las fuerzas del fascismo que colaboraron con los sublevados encontraron entre los Estados democráticos a unos cómplices que contribuyeron a alargar el conflicto que acababa de iniciarse y que pronto se extendería por todo el continente, y por el resto del mundo.
AA. VV.
La República asediada
Hostilidad internacional y conflictos internos durante la Guerra Civil
ePub r1.0
Titivillus 15.07.15
Título original: The Republic Besieged: Civil War in Spain, 1936-1939
AA. VV., 1996
Enrique Moradiellos
Paul Preston
Christian Leitz
Denis Smyth
R. A. Stradling
Chris Ealham
Helen Graham
Michael Richards
Gerald Howson
Herbert Rutledge Southworth
Traducción: Raúl Quintana Muñoz
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
A LA MEMORIA DE
E. ALLISON PEERS
Introducción
INTRODUCCIÓN
PAUL PRESTON
En 1996 se cumplió el sexagésimo aniversario del estallido de la Guerra Civil española. Es probable que se trate de la última conmemoración sustanciosa que ha podido contar con la participación de protagonistas supervivientes de la guerra, la mayoría de los cuales ya tiene más de ochenta años. La importancia de la Guerra Civil española no admite duda: fue «la última gran causa», y, a la vez, un momento definitorio en el camino hacia la Segunda Guerra Mundial. En España, Mussolini y Hitler se unieron en el Eje Roma-Berlín en cuanto se percataron de la cobardía de las potencias democráticas. Sin embargo, las investigaciones de los estudiosos y las conmemoraciones no suelen casar felizmente. Es natural que la investigación no fructifique a tiempo para publicarse en el aniversario apropiado.
La gran conmemoración de la Guerra Civil española en 1986 provocó mucha actividad editorial en Gran Bretaña, incluyendo la reedición de obras importantes de Raymond Carr y Hugh Thomas, una obra de síntesis, colecciones de material gráfico y memorias valiosas sobre las Brigadas Internacionales, pero poca cosa en cuanto a nuevas investigaciones. Entonces se notaba que la tradicional preeminencia anglosajona en la historiografía de la Guerra Civil española se acercaba a su fin.
En España, el aniversario tuvo menor repercusión de la que cabía esperar. Esto se debió principalmente al llamado «pacto del olvido». Como parte del deseo general de la gran mayoría del pueblo español de asegurar una transición pacífica a la democracia, se llegó a un acuerdo tácito colectivo para evitar un ajuste de cuentas tras la muerte de Franco. La determinación de evitar una repetición de la violencia de una guerra civil finalmente superó cualquier deseo de venganza. Esta determinación colectiva de contribuir por todos los medios posibles al restablecimiento de la democracia tenía sus valedores entre los historiadores. Como consecuencia se produjo una reticencia en las universidades a la hora de explicar la historia del período de la guerra y la posguerra y, en el campo investigador, una clara renuencia a publicar trabajos que de alguna manera pudieran contribuir a reabrir viejas heridas. Esto se reflejó en el rechazo del gobierno socialista a aprobar una conmemoración oficial del cincuenta aniversario de la Guerra Civil en 1986.
En los diez años transcurridos desde la última ola de interés no especializado en la Guerra Civil española, la investigación ha avanzado mucho en Gran Bretaña. Inevitablemente, las consideraciones logísticas implican que los investigadores extranjeros no hayan conseguido alcanzar el nivel de investigación local detallada que se está llevando a cabo en España, aunque los capítulos 6 y 8 de la presente obra demuestran que es posible. En consecuencia, gran parte de las investigaciones llevadas a cabo fuera de España se ha centrado en consideraciones sobre la política de ambas zonas y en las dimensiones internacionales de la guerra. El propósito de esta obra es ofrecer a un público más amplio los resultados de las investigaciones que una serie de académicos están realizando sobre varios aspectos de la Guerra Civil española.
La investigación local en España y en otros lugares ha enriquecido nuestra perspectiva sobre la crisis de los años treinta y también ha subrayado uno de los dos factores fundamentales de la Guerra Civil española: en sus orígenes, consistió en una serie de enfrentamientos sociales españoles, y muchos de los problemas que surgieron en la zona republicana derivaron de una resolución incompleta de algunos de esos conflictos. Los investigadores españoles y extranjeros. La derrota final de la República española se produjo después de un cerco constante de tres años durante los cuales se vio asediada desde fuera y desde dentro; desde fuera, por las fuerzas del fascismo internacional y sus cómplices inconscientes entre los Estados democráticos y, desde dentro, por las fuerzas de la extrema izquierda que antepusieron sus ambiciones revolucionarias al propósito de realizar un esfuerzo bélico centralizado.
La sublevación tuvo lugar en la tarde del 17 de julio en el territorio español de Marruecos y en la propia Península en la mañana del 18 de julio. Los conspiradores estaban seguros de que todo se acabaría en unos cuantos días. Si sólo hubieran tenido que enfrentarse al gobierno republicano propiamente dicho, sus previsiones habrían resultado acertadas. De hecho, España quedó pronto dividida en las fronteras marcadas por la geografía electoral de febrero de 1936: el golpe tuvo éxito en las zonas católicas que habían votado a favor de la CEDA. Sin embargo, en los bastiones izquierdistas de la España industrial y de los grandes latifundios del sur, la sublevación fue derrotada por la acción espontánea de las organizaciones obreras. En cuestión de días, el país quedó dividido en dos zonas, aunque todo hacía presagiar que la República sería capaz de aplastar la sublevación. Mientras el poder en las calles estaba en manos de los obreros y de las organizaciones milicianas, seguía existiendo un gobierno republicano burgués que gozaba de legitimidad en la esfera internacional y que mantenía el control sobre las reservas de oro y moneda nacionales y la mayor parte del potencial industrial de España. Ninguno de los dos ejércitos era ejemplar. Las milicias obreras compensaban con su entusiasmo el poco entrenamiento militar que tenían, entusiasmo del que carecían los reclutas del ejército rebelde. Un ejemplo de esta situación lo encontramos en la armada, donde los marineros de izquierdas se habían amotinado contra los oficiales derechistas.
Sin embargo, existen dos factores que pronto diferenciarían a ambos ejércitos de manera clara: el fiero ejército africano y la ayuda de las potencias fascistas. Al principio, el ejército colonial bajo el mando de Franco quedó bloqueado en Marruecos por la flota republicana. Sin embargo, mientras que el gobierno republicano de Madrid se encontró con la vacilación del gobierno hermano del Frente Popular en París y una abierta hostilidad por parte de Londres, Franco pronto fue capaz de persuadir a los representantes locales de la Alemania nazi y la Italia fascista de que era a él a quien había que apoyar. Como demuestra Enrique Moradiellos en el capítulo I, Franco consiguió a su vez persuadir a las autoridades británicas locales en el norte de África de que estaba luchando contra un enemigo «claramente comunista» y que deberían impedir la entrada de las fuerzas republicanas en los puertos de Tánger y Gibraltar. Lo que resultó más decisivo aún fue el éxito en su relación con italianos y alemanes. De nuevo, como queda demostrado en los capítulos 2 y 3, su «fe ciega» en su propio éxito y sus poderes de persuasión resultaron cruciales. Tanto las autoridades locales en Tánger como los representantes locales del partido nazi quedaron suficientemente convencidos por los argumentos de Franco como para presentar su caso ante Mussolini y Hitler respectivamente. Sus respectivos procesos de toma de decisiones estuvieron, por supuesto, condicionados por sus propios cálculos de las oportunidades que ofrecía la crisis española para alterar el equilibrio de poderes europeo en detrimento de Gran Bretaña y Francia. Sin embargo, resulta significativo que, en Londres, se conociera a los sublevados como «las fuerzas del general Franco» y, en Roma, como «i franchisti», dos meses antes incluso de que Franco fuera elegido comandante único de las fuerzas rebeldes. Como demuestra el doctor Moradiellos, la confiada profecía de miembros importantes de Whitehall según la cual Franco obtendría beneficios para España gracias a su amistad con Inglaterra no se cumplió.