Ricardo de la Cierva - Asedio exterior y conspiración. Segunda victoria
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- Libro:Asedio exterior y conspiración. Segunda victoria
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- Editor:ePubLibre
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- Año:1997
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Asedio exterior y conspiración. Segunda victoria: resumen, descripción y anotación
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de don Juan de Borbón
En la madrugada del 8 de noviembre de 1942, el presidente de los Estados Unidos, Franklin D. Roosevelt, y el primer ministro británico, Wínston Churchill, daban seguridades plenas a Franco de que el inmenso ejército aliado que desembarcaba en aquellos momentos en las costas del Marruecos francés y la Argelia francesa con la misión de echar de África a las fuerzas italianas, alemanas y francesas colaboracionistas no rozaría siquiera los territorios españoles de las islas Canarias, plazas de soberanía, posesiones del golfo de Guinea y Protectorado de Marruecos. Desde aquella madrugada, España limitaba al norte con los alemanes en Hendaya y al sur con los aliados en Gibraltar y las cabezas de puente africanas. La situación estratégica era delicadísima. En este Episodio vamos a seguir el difícil camino de España durante el resto de guerra mundial, con presiones crecientes de los aliados a quienes atizaban contra Franco y su régimen los exiliados de la vencida República y los monárquicos partidarios de don Juan de Borbón que seguía en Lausana con propósito de trasladarse a Portugal.
La victoria aliada de 1945 se quiso interpretar engañosamene como una derrota de España, que no había intervenido en la guerra. La intervención aliada en España parecía inminente y tanto republicanos como monárquicos estaban seguros de volver a España subidos al carro de la victoria aliada, sin advertir lo desairado de su posición. No se produjo esa intervención exterior, aunque sí lo que entonces se llamó «el cerco internacional» entre 1944 y 1946; pero las duras realidades de la «guerra fría» provocada por las disensiones entre los aliados democráticos y el totalitario rojo Stalin acercaron inevitablemente a los aliados hacia España, que fue regresando paso a paso a la convivencia internacional, objetivo que lograría mediante los acuerdos de 1953 con los Estados Unidos y con el Vaticano, mientras la nación consolidaba y aceleraba su recuperación económica e iniciaba una profunda transformación social y cultural. A continuación, describiré el esquema del presente Episodio.
El título La segunda victoria del general Franco al que se hace referencia no es mío, sino del historiador socialista francés Max Gallo. Al producirse el desembarco aliado en el norte de África, el frente monárquico entra en febril actividad. Por lo pronto, los consejeros de don Juan le persuaden para que publique el manifiesto que se venía preparando. Don Juan accede al fin, pero se aliene a la versión más moderada, que se publica en forma de entrevista en el Journal de Genéve del día 11 de noviembre de 1942. González Doria cree que don Juan, en Lausana, hace estas declaraciones «sin consejo que poder reunir, ni opiniones que consultar, a solas con su conciencia». A juzgar por los testimonios de Sainz Rodríguez y Gil Robles, don Juan sí se había asesorado: su moderada decisión prevaleció sobre algunos consejos que se inclinaban a la ruptura. [Para todo el problema de las relaciones entre Franco y don Juan, véase mi estudio extenso y documentado Don Juan de Borbón, toda la verdad (Ed. Fénix, 1997), donde creo haber liquidado todas las falsedades y todos los delirios de los juanistas profesionales.]
«No soy el jefe de ninguna conspiración —decía don Juan—. Soy el depositario de un tesoro político secular: la monarquía española. Estoy seguro de que la monarquía será restaurada. Lo será cuando lo exija el interés de España; no antes, pero tampoco ni una hora después del momento oportuno. Cuando el pueblo español estime llegado el momento, no vacilaré un instante en ponerme a su servicio».
Don Juan no quiere imponer por su propia autoridad formas e instituciones políticas. «Mi suprema ambición es ser rey de una España en la cual todos los españoles, definitivamente reconciliados, podrán vivir en común». Y en esta reconciliación —que es el primero en anunciar— cifra la misión histórica de la monarquía. Promete hacer lo posible para corregir las desigualdades sociales; preconiza la amistad estrecha con Portugal y con la América de nuestra raza; reclama el mayor respeto de los beligerantes en el actual conflicto; no concibe más que la neutralidad completada con la firmísima resolución de defenderla, «no importa a qué precio, hasta con las armas en la mano, si un país, cualquiera que fuese, pretendiera violarla». En tal prueba, termina don Juan, «mi espada de soldado español estaría al servicio de mi patria».
La declaración de don Juan no cita, pero tampoco se opone, a Franco. Es más, sus principales postulados eran los mismos de Franco, que también había aludido a la coronación de su obra. Éste no hizo gesto alguno contra la declaración de don Juan —y el nombre del que ya se presentaba como titular de la Corona siguió encerrado en la «cajita secreta» que vio el general Kindelan—. Pero Franco consideraba que el gesto de don Juan repercutiría inevitablemente en la mayor agitación del campo monárquico. Para dirigir y coordinar los esfuerzos de su causa, don Juan designó al duque de Sotomayor, jefe de su Casa, como representante especial, acompañado por un comité del que formaban parte, además, el vizconde de Manzanera y el conde de Motrico, José María de Areilza.
El mismo día en que se publicaban en Suiza las declaraciones de don Juan —el primero de los manifiestos—, el capitán general de Cataluña, Alfredo Kindelán, vuela a Madrid para hablar con Franco. El jefe del Aire en tiempos de la Guerra Civil poseía una clara mente estratégica y estaba preocupadísimo por la nueva situación de España ante el desembarco aliado en África. Preguntó a Franco si España había asumido algún compromiso secreto con Alemania que fuese vinculante en aquel momento, y éste le respondió que no, tras hacerle historia de anteriores contactos. (Franco decía la verdad; el Protocolo Secreto de Hendaya dependía, para su puesta en vigor, de la voluntad de España.) Franco propuso a Kindelán otra vez entrar en el Gobierno, a lo que éste se negó, «para ahora y para después». Hablaron del problema del régimen. «Le dije —recuerda Kindelán— que España carecía de Estado, pues no lo hay sin continuidad». Franco apeló entonces a la cajita sellada. Kindelán propuso proclamar la monarquía y que Franco asumiese temporalmente la regencia, a lo que éste respondió con evasivas.
Al regresar a Barcelona, el capitán general reúne a los generales y jefes de Cuerpo de la guarnición y, tras expresar ante ellos sus dudas sobre el resultado de la Guerra Mundial, les manifiesta que la situación interna de España es mala y que «el remedio no puede salir del propio régimen». No existe, según él, otra opción que la monarquía, y entonces Kindelán propone ya unas líneas básicas para organizar su proclamación.
La reacción de Franco tardó unas semanas —se tomó a principios del año 1943, cuando se había comprobado ya que la iniciativa de Kindelán era personal, y que nadie pensaba seguirle— y fue enteramente lógica: la destitución. El ministro llamó a Madrid al capitán general y le comunicó su cese, que fue acatado. Kindelán explica en una carta a don Juan los hechos; le comunica que el nombramiento del duque de Sotomayor como representante le parece desacertado, y revela algún dato importante más sobre su conversación con Franco en el viaje anterior, porque en éste no fue recibido. Éste le había dicho que «los monárquicos éramos cuatro gatos» y que la Falange arraigaba sólidamente, y aunque se expresó con respeto y afecto hacia don Juan, criticó como inoportuna la declaración del 11 de noviembre. Al despedirse de don Juan, el general destituido pronostica su destierro a Canarias y promete restaurar la monarquía «allá para el verano».
Las noticias de Stalingrado la segunda mitad de noviembre ensombrecen definitivamente las perspectivas alemanas: el 19 comienza la contraofensiva soviética —que solamente se detendrá sobre las ruinas de la Cancillería berlinesa— y el 23 queda completado el cerco del VI Ejército alemán en la antigua Tsaritsin. Los trágicos errores militares de Hitler van a acelerar el desastre. Un último ramalazo de la guerra sobre el horizonte español: Raeder insiste de nuevo ante Hitler en abordar la conquista de Gibraltar a través de una intervención sobre España, en documentos del 19 y 23 de noviembre de 1942.
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