Para Anma
AGRADECIMIENTOS
Ante todo, deseo expresar mi agradecimiento a mi amado esposo por su paciencia y su amor, su fuerza y sus valiosos consejos, y su apoyo para escribir este libro. A mis dos queridas hijas por darme la oportunidad de volver a ver la vida desde unos ojos infantiles. Su amor incondicional, espontaneidad, entusiasmo y alegría me dan inspiración y fuerzas para disfrutar de cada momento que pasamos juntas. A mi hermano y a mis hermanas, que han luchado junto a mí para dejar atrás nuestra juventud y construir un nuevo futuro.
Asimismo, deseo agradecer a mi editora, Chantal d’Aulnis, su fe y confianza en mí y por darme la oportunidad de sacar a la luz mi relato. A las redactoras Tanja Hendriks e Ingrid Meurs por su profesionalidad y paciencia. Su constante supervisión y orientación han estimulado la confianza en mí misma y me han convencido de publicar el presente libro. A Erwin, Elisabeth y a los demás colaboradores de la editorial Arena por su dedicación y entusiasmo.
Vaya un agradecimiento muy especial a mi segunda voz, la escritora Magda van der Rijst, con la que comparto la autoría de este libro. Su capacidad para ponerse en mi piel le hizo experimentar los escalofríos oportunos. Sus conocimientos periodísticos, su perspicacia, su ahínco y perseverancia han sido de capital importancia para concluir con éxito la redacción de este libro.
Por último, quiero dar las gracias a mis amigas más próximas y valiosas, y a mis conocidos por darme ánimos. En especial quiero agradecer a Louise su apoyo emocional y su implicación en el proyecto. A Lucille y Frank por estar siempre ahí cuando los necesité; gracias por vuestro apoyo. A tío Jan y tía Ferry por su sabiduría y confianza. A Francis, a quien siempre pude dirigirme en busca de ayuda y a todos aquellos a quienes no me es posible citar aquí, gracias por vuestro aliento.
1
LA LLEGADA AL AEROPUERTO DE SCHIPHOL
Asustadas por la violenta sacudida que se produjo durante el aterrizaje, salimos del avión con las piernas temblorosas. Había una corriente de aire en el pasillo que Hakim, nuestro guía, llamaba «pasarela telescópica». Amma, mi madre, iba delante de mí. En los brazos llevaba a nuestra hermanita Yasmin. A mis dos hermanas mayores, Zahida y Ayesha, las oía caminar justo detrás. Tardamos mucho tiempo en ver el final de la pasarela telescópica, pero de pronto apareció una salida. Fuimos a parar a una sala donde había un montón de gente desconocida esperándonos. Amma procuraba mantenernos a las tres a su alrededor. Un hombre alto le quitó a Yasmin de los brazos.
—Ayesha, saluda a baba —oí que mi madre le decía a mi hermana tres años mayor que yo, mientras le daba un empujoncito en la espalda.
Ayesha dio un paso adelante y miró al hombre que sostenía ahora a Yasmin en los brazos. Seguidamente, amma envió en la misma dirección a Zahida, nuestra hermana mayor que tenía doce años. Yo agarré con fuerza la mano de mi madre y me aferré a sus piernas, lo que no le facilitó en absoluto el andar. Tenía cuatro años y estaba asustada. Mi madre percibió mi miedo y por eso no me dejó ir sola hacia aquel hombre. Mucha gente con ropas extrañas y caras blancas nos observaba. Constantemente me veía obligada a cerrar los ojos por culpa de los intensos destellos que emitían las cámaras fotográficas. Amma intentó liberar su mano de la mía para dejarse abrazar por el hombre que sostenía a Yasmin. La pequeña Yasmin se asustó al verse atrapada entre las dos personas que se estaban besando.
—Baba —le dijo amma a Yasmin mientras señalaba al hombre. ¿Acaso podía ser baba aquel hombre vestido con ropas extrañas? ¿Baba, nuestro padre, de quien amma tanto nos había hablado? ¿Baba, que vivía y trabajaba en una tierra lejana y ganaba dinero para nosotras? Pero, entonces, ¿quiénes eran aquellas otras personas que no paraban de mirarnos? No veía niños por ninguna parte; Zahida, Ayesha, Yasmin y yo éramos las únicas niñas en aquel lugar. Ayer aún estaban con nosotros nuestros primos y primas, y lalli, nuestra queridísima abuela. ¿Dónde estaba ella ahora? Amma nos había dicho en el avión que pronto podríamos volver a ver a lalli. Ojalá estuviese ella aquí.
Si cerraba los ojos, aún podía verla a ella y a tía Noora, y también el balanceo de la cunita de Yasmin debajo de la palmera. La despedida de lalli y de mi querida tía había sido terrible. Lalli no quería dejarme marchar y no paraba de gritar:
—Deja que las niñas se queden aquí. No puedes llevártelas.
Una y otra vez, mi madre rodeaba a lalli con sus brazos y le decía:
—Pero, lalli, precisamente me voy de aquí para poderles dar una vida mejor. Las niñas también le pertenecen a su padre, tu hijo. Él quiere que estemos juntos como una familia. Y te prometo que volveremos. Vendremos a buscarte.
Amma solía hacerle siempre caso a lalli, pero en aquella ocasión no cedió. Yo sabía bien el porqué. Amma nos lo había explicado. Un día, tras regresar del hospital donde Zahida había vuelto a ser tratada una vez más de una infección en los ojos, amma nos había llevado a mis hermanas y a mí junto a la palmera que quedaba en medio de la aldea. Allí, en la sombra, empezó a hablar. En aquel momento hablaba sobre todo para sí misma y para Zahida; veintinueve años más tarde volvió a contarme la misma historia. La historia que hablaba de su marido, nuestro padre, de su juventud y del futuro que ella quería ofrecernos…
—Nací en 1940. Mi padre murió cuando yo tenía dos años, y tres años después mi madre se volvió a casar con Habibullah Lakho. Habibullah estaba divorciado y tenía un hijo de nueve años fruto de su anterior matrimonio. Nos fuimos a vivir con nuestra nueva familia a Bakra Pri, uno de los barrios de chabolas de Karachi. Mi madre y Habibullah tuvieron seis hijos, de los cuales dos aún siguen con vida. Habibullah se sentía muy orgulloso de su familia, en especial de sus propios hijos; a ellos se les permitía ir a la escuela, mientras que yo tenía que quedarme en casa para hacer las tareas domésticas y cuidar de los pequeños.
»Cuando me hice mayor mi hermanastro Hussain empezó a mirarme con otros ojos. Yo no acababa de entender lo que hacía conmigo, pero pronto me quedé embarazada. Habibullah se mostró satisfecho. Ya le había sugerido anteriormente a mi madre la posibilidad de unirnos a los dos. Pero ella no había querido ni oír hablar del asunto. Ahora, sin embargo, el matrimonio entre su hija y el hijo de su marido era la única solución honrosa.
»Vuestro padre y yo nos quedamos a vivir con nuestros padres, incluso después de haber nacido vosotras, éramos muy pobres y mientras estaba embarazada de Waheed, vuestro padre decidió ir a Dubai para buscar un trabajo mejor. Waheed nació en condiciones lamentables; hacía días que llovía sin parar y había goteras por todas partes. Desesperada, buscaba un lugar seco para guarecernos, pero no conseguía mantenerlo caliente ni tenía dinero para comprar leche o para pagar a un médico. Waheed contrajo una pulmonía. A los seis días de su nacimiento murió en mis brazos.
Amma guardó silencio.
—Lo enterramos sin baba. La vida en Bakra Pri era cada día más dura. Vosotras caíais a menudo enfermas y yo no tenía dinero para comprar medicinas ni comida. La muerte de Waheed me hizo darme cuenta de que aquello no podía continuar así. Vuestro padre regresó de Dubai y tres meses después del nacimiento de Hameeda decidió irse a Europa. La vida en el barrio de chabolas era dura y no había día en que no estuvierais enfermas. Tenía que hacer algo. Tomé la decisión de irme con vosotras tres a Hyderabad, donde vivía lalli, vuestra otra abuela. Lalli es la madre de vuestro padre que en otro tiempo estuvo casada con Habibullah.