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Iris Johansen - La Cara del Engaño

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La Cara del Engaño: resumen, descripción y anotación

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Un cráneo sin identificar… Un rastro de aterradores secretos… Y una mujer cuyas diestras manos podrían relevar la impactante verdad… Como escultora forense, Eve Duncan ayuda a identificar a los muertos a partir de sus cráneos. Habiendo sido asesinada su propia hija y su cuerpo jamás hallado, el trabajo es el único modo que tiene Eve de hacer las paces con su pesadillas personal. Pero le aguardan cosas más espantosas si cabe cuando acepta trabajar para el multimillonario John Logan. Bajos sus diestras manos toma forma el rostro del cráneo que él le ha pedido que reconstruya, un rostro que nadie esperó nunca ver. Ahora Eve se encuentra atrapada en una aterradora red de asesinatos y engaños. Poderosos enemigos están decididos a encubrir la verdad, y se asegurarán de que llevar dicha verdad a la tumba… aunque Eve tenga que ser enterrada con ella.

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Iris Johansen La Cara del Engaño 1 de la Serie Eve Duncan Friends The Face - photo 1

Iris Johansen

La Cara del Engaño

1° de la Serie Eve Duncan & Friends

The Face of Deception (1998)

PROLOGO

EDIFICIO DE CLASIFICACIÓN DE DIAGNÓSTICO

JACKSON, ESTADO DE GEORGIA

27 DE ENERO 23:55

Estaba por suceder.

¡Ay, Dios!, no permitas que lo hagan.

Perdida. La voy a perder.

Los vamos a perder a todos.

– Vamos, Eve, vete, para qué quieres estar aquí. -Joe Quinn estaba a su lado. Su cara cuadrada y juvenil estaba pálida y tensa bajo la sombra del paraguas negro que sostenía. -No hay nada que puedas hacer. Ya han aplazado dos veces la ejecución. El gobernador no va a hacerlo de nuevo. Bastante escándalo y protestas hubo la última vez.

– Tiene que posponerla. -El corazón le latía con tanta fuerza que le dolía. Pero en ese momento, todo, absolutamente todo, le dolía. -Quiero hablar con el director.

Quinn negó con la cabeza.

– No va a concederte una entrevista.

– En otras oportunidades ya hablamos. Y llamó al gobernador, tengo que verlo, porque él entiende lo de…

– Deja que te acompañe hasta el auto. Hace un frío polar y te estás empapando.

Ella sacudió la cabeza, mantenía la vista fija con desesperación en el portón de la cárcel.

– Habla tú con él. Eres del FBI, tal vez te escuche a ti.

– Es demasiado tarde, Eve. -Trató de protegerla con el paraguas, pero ella se alejó. -Por Dios, no deberías haber venido.

– Tú viniste -dijo, luego hizo un gesto hacia la horda de periodistas y reporteros que se apretujaban contra el portón-. Y vinieron ellos. ¿Quién tiene más derecho que yo de estar aquí? -Los sollozos la ahogaban. -Tengo que detener esto. Tengo que hacer que se den cuenta de que no pueden…

– Maldita loca.

Sintió que la hacían girar en redondo y se encontró delante de un hombre de unos cuarenta y dos años. Tenía las facciones contraídas por el dolor y le corrían lágrimas por las mejillas. Le llevó un minuto reconocerlo. Bill Verner. Su hijo era uno de los perdidos.

– No se meta. -Las manos de Verner se le clavaron en los hombros y la sacudieron. -Deje que lo maten. Ya nos causó demasiado dolor y ahora otra vez trata de que se salve. ¡Deje que lo frían de una vez, carajo!

– No puedo… ¿No entiende? Ellos están perdidos. Tengo que…

– No se meta o le juro que voy a hacer que se arrepienta de…

– Déjela en paz. -Quinn se adelantó y apartó con dureza las manos de Verner. -¿No ve que está sufriendo más que usted?

– No me venga con pavadas. Ese mal nacido mató a mi hijo. No voy a permitir que ella vuelva a impedir que lo maten.

– ¿Cree que no quiero que muera? -le espetó Eve con ferocidad-. Es un monstruo. Lo mataría con mis propias manos, pero no puedo permitir que…

No había tiempo para discutir, pensó con desesperación. No había tiempo para nada. Ya debía de ser casi medianoche.

Lo iban a matar.

Y Bonnie se perdería para siempre.

Se apartó de Verner y corrió hacia el portón.

– ¡Eve!

Golpeó el portón con los puños.

– ¡Déjenme entrar! Me tienen que dejar entrar. Por favor, no lo hagan.

Relampagueos de cámaras fotográficas.

Los guardias de la prisión se estaban acercando.

Quinn trató de apartarla del portón.

El portón se estaba abriendo.

Quizá todavía quedara una posibilidad.

El director se acercó.

– ¡Deténgalo! -gritó ella-. ¡Tiene que detenerlo!

– Vuelva a casa, señora Duncan. Ya terminó todo. -El director pasó junto a ella y se dirigió hacia las cámaras de televisión. No podía haber terminado todo.

El director miró hacia las cámaras con expresión sombría y habló en forma escueta y directa.

– No hubo postergación de la ejecución. Ralph Andrew Fraser fue ejecutado hace cuatro minutos y se lo declaró muerto a las 12:07.

– ¡No!

El grito de dolor y desolación sonó quebrado y lastimero como el gemido de un niño perdido.

Eve no se dio cuenta de que había brotado de su boca.

Quinn la sostuvo cuando se le doblaron las rodillas, perdió el conocimiento, y cayó hacia adelante.

CAPITULO 01

ATLANTA, ESTADO DE GEORGIA

3 DE JUNIO

OCHO AÑOS MÁS TARDE

– Tienes un aspecto terrible, es más de medianoche. ¿No duermes nunca?

Eve apartó la vista de la computadora y miró a Joe Quinn, que estaba apoyado contra el marco de la puerta del otro lado de la habitación.

– Claro que duermo. -Se quitó los lentes y se frotó los ojos. -Una noche que pase aquí no me convierte en adicta al trabajo. Es que tenía que verificar esas medidas antes de…

– Lo sé, lo sé. -Joe entró en la oficina del laboratorio y se dejó caer sobre la silla junto al escritorio. -Diane me dijo que hoy la dejaste plantada a la hora del almuerzo.

Eve asintió con aire culpable. Era la tercera vez en el mes que le cancelaba la cita a la esposa de Joe.

– Le expliqué que el Departamento de Policía de Chicago necesitaba el resultado. Los padres de Bobby Starnes estaban esperando.

– ¿Y? ¿Hubo coincidencia?

– Casi total. Ya estaba casi segura de que la habría antes de comenzar con la superposición. Al cráneo le faltaban unos dientes, pero ya había coincidencias en la verificación dental.

– ¿Entonces para qué te llamaron?

– Porque sus padres no querían creerlo. Yo soy su última esperanza.

– Qué espanto.

– Sí, pero yo entiendo esas esperanzas. Y cuando vean la forma en que las facciones de Bobby encajan en el cráneo, caerán en la cuenta de que todo terminó y aceptarán el hecho de que su hijo está muerto. Y tal vez eso haga cicatrizar la herida.

Echó un vistazo a la imagen que tenía en la pantalla de la computadora. El Departamento de Policía de Chicago le había dado un cráneo y una foto de Bobby a los siete años. Ella trabajó con equipos visuales y con la computadora y había colocado el rostro de Bobby sobre el cráneo. Y, como había dicho, las coincidencias eran muy evidentes. Bobby tenía un aspecto tan vivaz y dulce en la fotografía que se le partía el corazón por sólo mirarlo.

Todos me parten el corazón, pensó con cansancio.

– ¿Te vas a tu casa?

– Aja.

– ¿Y pasaste nada más que para retarme?

– Siento que es uno de los principales deberes que tengo en la vida.

– Mentiroso. -La mirada de Eve se posó en el maletín de cuero negro que él tenía en las manos. -¿Es para mí?

– Encontramos un esqueleto en el bosque de North Gwinnett. La lluvia lo dejó al descubierto. Los animales tuvieron acceso a él, así que no queda demasiado, pero el cráneo está intacto. -Abrió el maletín. -Es una niñita, Eve.

Cuando se trataba de una niña, se lo decía enseguida. Tal vez lo hiciera para protegerla, pensó Eve.

Tomó el cráneo con cuidado y lo estudió.

– No es de una niñita. Preadolescente, tal vez once o doce años. Señaló una fina rajadura en la mandíbula superior. -Ha estado expuesta al frío de por lo menos un invierno. -Pasó los dedos por la ancha cavidad nasal. -Es probable que haya sido negra.

– Eso nos será de ayuda -repuso él con una mueca-, pero no alcanza. Tendrás que esculpirla. No tenemos idea de quién pudiera ser. No hay fotografías para superposición. ¿Sabes cuántas chicas se escapan de sus casas en esta ciudad? Si era de los barrios pobres, tal vez ni siquiera hayan informado de su desaparición. Por lo general, los padres están más preocupados por conseguir droga que por seguirles los pasos a sus… -Sacudió la cabeza. -Ay, lo siento, lo olvidé. Qué metida de pata.

– Lo haces siempre, Joe.

– Bueno, solamente contigo. Es que tiendo a bajar la guardia.

– ¿Debería sentirme gratificada por eso? -Evo frunció el entrecejo con expresión concentrada mientras estudiaba el cráneo. -Ya sabes que mamá dejó el crack hace años. Y hay cosas de mi vida que me avergüenzan, pero haberme criado en los barrios pobres no es una de ellas. Si no lo hubiera pasado mal, tal vez no hubiese sobrevivido.

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