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Iris Johansen - Cuenta atrás

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Cuenta atrás: resumen, descripción y anotación

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La vida de Jane MacGuire parece cambiar para siempre en un segundo cuando, en un secuestro aparentemente azaroso, su amigo de la infancia pierde la vida y mientras Jane trata de salvar la suya, escucha una frase inquietante: «No la mates, imbécil. No nos sirve muerta». De pronto, comienza a sospechar que ella era el verdadero objetivo del ataque. ¿Por qué la buscan? ¿Qué quieren de ella? A partir de ese momento Jane se ve envuelta en una terrible carrera contra el tiempo y ni siquiera su padre adoptivo, Joe Quinn, de la policía de Atlanta, podrá ayudarla. Finalmente, se ve obligada a aceptar la ayuda de Mark Trevor, un atractivo estafador por quien Jane tuvo una atracción en el pasado ¿o no? Mark está allí, dispuesto a cooperar -quién sabe por qué oscuras razones- y ambos emprenden una travesía hacia Nápoles, perseguidos por un asesino obsesionado por un misterio de dos mil años de antigüedad que puede conmocionar al mundo entero.

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Iris Johansen Cuenta atrás Eve Duncan 9 Copyright 2005 by Johansen - photo 1

Iris Johansen

Cuenta atrás

Eve Duncan, 9

© Copyright 2005 by Johansen Publishing LLLP

© 2009 de la traducción by Martín R-Courel Ginzo

Capítulo 1

Aberdeen, Escocia

Tenía que encontrar la clave.

La habitación del hotel estaba a oscuras, pero no encendió la luz. Leonard le había dicho que Trevor y Bartlett solían permanecer en el restaurante durante una hora, aunque no podía fiarse de eso. Con los años, Grozak había llegado a conocer a aquel hijo de puta, y sabía que el instinto de Trevor seguía siendo tan agudo como cuando era mercenario en Colombia.

Así que se daría diez minutos como máximo y saldría de allí.

Recorrió toda la habitación con su linterna de bolsillo. Una pieza impersonal y anodina, como la mayoría de las habitaciones de hotel.

Primero, los cajones de la cómoda.

Atravesó con rapidez el cuarto hasta el mueble y empezó a registrar los cajones.

Nada.

Se dirigió al armario empotrado, sacó la bolsa de viaje de tela y la registró a toda prisa.

Nada.

Le quedaban cinco minutos para largarse.

Fue hasta la mesilla de noche y abrió el cajón. Una libreta y un boli.

Tenía que encontrar la clave, el talón de Aquiles. Todo el mundo tenía uno.

Había que probar en el cuarto de baño.

Nada en los cajones.

El neceser.

¡Eureka!

Quizá.

Sí. En el fondo del neceser había una pequeña y gastada carpeta de piel.

Fotos de una mujer. Notas. Recortes de periódicos con la foto de la misma mujer. La decepción se apoderó de él. Nada sobre la Pista de MacDuff. Nada sobre el oro. Allí no había nada que realmente le sirviera de ayuda. ¡Mierda!, había esperado que fuera…

Un momento. La cara de la mujer le resultaba tremendamente familiar…

No había tiempo para leerlos.

Sacó su cámara digital y empezó a hacer fotos. Tenía que enviar las fotos a Reilly y demostrarle que quizá tuviera la munición que necesitaba para controlar a Trevor.

Pero podría no ser suficiente para él. Un registro más de la habitación y la bolsa de tela…

El sobado cuaderno de dibujo con las esquinas dobladas estaba bajo el cartón protector del fondo de la bolsa.

Nada de valor, probablemente. Lo hojeó rápidamente. Caras. Nada excepto caras. No debería haber estado más tiempo del previsto. Trevor llegaría de un momento a otro. Nada excepto un puñado de bocetos de niños y ancianos y de aquel bastardo…

¡Dios!

¡Bingo!

Se metió el cuaderno de dibujo debajo del brazo y se dirigió a la puerta, rebosante de un júbilo embriagador. Casi deseó haberse dado de bruces con Trevor en el pasillo, y así tener la oportunidad de matar a aquel hijo de puta. No, aquello lo arruinaría todo.

¡Por fin tenía a Trevor!

La alarma estaba vibrando en el bolsillo de Trevor.

Trevor se puso en tensión.

– Hijo de puta.

– ¿Qué sucede? -preguntó Bartlett.

– Tal vez nada. Hay alguien en mi habitación del hotel. -Arrojó algún dinero sobre la mesa y se levantó-. Podría ser la camarera abriéndome la cama.

– Pero no lo crees, ¿verdad? -Bartlett lo siguió desde el comedor hasta el ascensor-. ¿Grozak?

– Ya veremos.

– ¿Una trampa?

– No es probable. Desea verme muerto, pero desea aún más el oro. Es probable que esté intentando encontrar un mapa o cualquier otra información a la que poder echarle el guante.

– Pero tú nunca dejarías nada de valor allí.

– Él no puede estar seguro de eso. -Se paró en el exterior de la puerta y sacó su pistola-. Quédate aquí.

– Sin problema. Si te matan, alguien tiene que llamar a gritos a la policía, y asumiré esa responsabilidad. Pero si es la camarera, puede que se nos pida que abandonemos este domicilio.

– No es la camarera. La habitación está a oscuras.

– Entonces, quizá debería…

Trevor abrió la puerta de una patada, se lanzó como una flecha hacia un lado y se tiró al suelo.

Ningún disparo. Ningún movimiento.

Se arrastró hasta detrás del sofá y esperó a que sus ojos se acostumbraran a la oscuridad.

Nada.

Levantó la mano y encendió la lámpara situada en el extremo de la mesa, junto al sofá.

La habitación estaba vacía.

– ¿Puedo entrar? -gritó Bartlett desde el pasillo-. Me siento un poco solo aquí fuera.

– Quédate ahí un minuto. Quiero asegurarme… -Comprobó el armario empotrado, y luego el baño-. Entra.

– Bien. Fue interesante observarte entrando como una exhalación en la habitación, igual que Clint Eastwood en cualquiera de las películas de Harry el Sucio. -Bartlett entró cautelosamente en la habitación-. Aunque en realidad no sé por qué arriesgo mi valioso cuello contigo, cuando podría estar a salvo en Londres. -Echó un vistazo por la habitación-. Me parece que todo está bien. ¿Te estás poniendo paranoico, Trevor? Puede que ese artilugio que llevas tenga un cortocircuito.

– Tal vez. -Trevor echó un vistazo por los cajones-. No, parte de la ropa ha sido movida.

– ¿Cómo puedes saberlo? A mí me parece que está ordenada.

– Puedo. -Se dirigió al cuarto de baño. La bolsa de aseo estaba casi en la misma posición en que la había dejado.

Casi.

¡Mierda!

Descorrió la cremallera. La funda de piel seguía allí. Era del mismo negro que el fondo de la bolsa y podría haber pasado desapercibida.

– ¿Trevor?

– Estaré contigo en un minuto. -Abrió lentamente la funda y examinó los artículos, y luego las fotos. Ella lo miraba desde la foto con la mirada desafiante que Trevor tan bien conocía. Tal vez Grozak no la hubiera visto; o tal vez no le habría dado importancia, aunque así fuera.

¿Pero podía permitirse Trevor poner en peligro la vida de ella sobre la base de esa posibilidad?

Se dirigió rápidamente al armario empotrado, sacó la bolsa de tela de un tirón y arrancó el cartón de la base.

Había desaparecido.

¡Mierda!

Universidad de Harvard

– ¡Eh!, pensaba que te ibas a poner a estudiar para ese examen final. Jane levantó la mirada del cuaderno de dibujo para ver a su compañera de cuarto, Pat Hersey, entrar dando saltos en la habitación.

– Tengo que darme un respiro. Me lo estaba tomando demasiado en serio para mantener la cabeza despejada. Dibujar me relaja.

– También te relajarías si durmieras. -Pat sonrió-. Y no habrías tenido que estudiar tanto, si no te hubieras pasado la mitad de la noche haciendo de niñera.

– Mike necesitaba a alguien con quien hablar. -Jane torció el gesto-. Se moría de miedo ante la idea de no aprobar el examen y decepcionar a todos.

– Entonces, debería de haber estado estudiando, en lugar de llorar en tu hombro.

Jane sabía que Pat tenía razón, y la noche anterior había tenido momentos exasperación e impaciencia.

– Está acostumbrado a acudir a mí cuando tiene problemas. Nos conocemos desde que éramos niños.

– Y tú eres demasiado blanda para despacharlo.

– No soy blanda.

– Excepto con la gente que te preocupa. Fíjate en mí. Me has sacado de unos cuantos aprietos desde que empezamos a compartir la habitación.

– Nada serio.

– Lo eran para mí. -Se acercó a Jane con aire despreocupado y echó un vistazo al boceto-. ¡Dios bendito!, lo estás dibujando otra vez.

Jane ignoró el comentario.

– ¿Has tenido una buena carrera?

– Superé mi distancia en un kilómetro y medio. -Pat se desplomó sobre una silla y empezó a desatarse las zapatillas de correr-. Deberías haber venido conmigo. No me resulta divertido correr sola. Desearía tener la satisfacción de dejarte atrás.

– No tengo tiempo. -Jane concluyó el boceto con tres rasgos audaces-. Ya te lo dije, tengo que estudiar para mi examen final de química.

– Sí, eso es lo que me dijiste. -Pat sonrió mientras se sacaba las zapatillas con sendos puntapiés-. Pero aquí estás, dibujando de nuevo al señor Maravilloso.

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