Kay Hooper
Enfriar El Miedo
Unidad de Crimenes Bishop III
Trilogía Fear, 2
Título original: Chillof Fear
© 2005 by Kay Hooper
© de la traducción: Victoria Horrillo
Leisure, Tennessee
Veinticinco años atrás
La niña se acurrucó temblando en un rincón del fondo del armario. No le gustaba la oscuridad y cerró los ojos con fuerza para no verla. Se tapó los oídos con las manos y apretó con fuerza para silenciar aquel sonido.
Ta-tan.
Ta-tan.
Pero no podía acallarlo por más que lo intentaba, y tenía la terrorífica impresión de que estaba dentro de ella. A veces, si se ponía la mano sobre el pecho, sentía latir su corazón y le parecía que sonaba así.
Ta-tan.
Aquel ruido, sin embargo, estaba dentro de su cabeza; latía y tamborileaba como unas pequeñas alas al moverse, como si algo intentara desesperadamente escapar de ella.
– Vete -susurró.
Ta-tan.
«Mira.»
Ta-tan.
«Escucha.»
No leía muy bien, siempre le había costado trabajo, pero veían aquellas palabras como si estuvieran grabadas en su mente con letra brillante y fluida. Siempre era así: las letras diminutas y extrañas, formando palabras que ella entendía.
«Date prisa. Mira.»
No podía evitar mirar. Nunca había podido ignorar o resistirse a aquellas órdenes.
Mantuvo los oídos tapados con las manos y, aun así, abrió de mala gana los ojos. El armario estaba a oscuras, como temía, pero la luz se colaba por debajo de la puerta. Y mientras se concentraba en aquella rendija de claridad, sintió en el suelo, bajo ella, unas vibraciones lentas y pesadas.
«Escóndete.»
– Estoy escondida -murmuró, temblando. Tenía la mirada fija en aquella rendija de luz, y el temor que albergaba dentro de sí se iba haciendo cada vez más grande, enorme, hasta llenarla por completo.
«Ya viene.»
Contuvo el aliento en un sollozo mudo al tiempo que un retazo de oscuridad cruzaba la rendija de luz y la vibración del suelo cesaba.
Entonces aquella sombra engulló la luz y ella oyó temblar la puerta del armario.
¡Ta-tan!
¡Ta-tan!
¡Ta-tan!
Oh. No.
«Ya está aquí.»
Cinco años atrás
– Eres hombre difícil de encontrar.
Sin apartar los ojos de los papeles dispersos ante él, sobre la mesa, Quentin Hayes respondió:
– Pero no imposible, obviamente. ¿Quién me busca?
– Noah Bishop.
Quentin levantó la mirada entonces, alzando las cejas.
– ¿De la Unidad de Crímenes Espeluznantes?
Bishop sonrió vagamente.
– He oído ese mote.
– ¿Telepáticamente? Porque supuestamente ése es tu don, ¿no?
– Lo es. Pero no me hizo falta la telepatía para enterarme de las burlas. -Bishop se encogió de hombros-. Seguramente estaremos siempre oyendo variaciones del mismo asunto. Pero el respeto vendrá con el éxito. Con el tiempo.
Quentin estudió a su interlocutor, fijándose en sus ojos grises, curiosamente claros, y en su rostro, hermoso aunque cubierto de cicatrices, que denotaba fortaleza y peligro, y que sin duda disuadía a cualquiera, salvo a los más valientes, de mofarse abiertamente de él. Ello, además de su tasa de éxitos, extraordinariamente alta, como experto en perfiles psicológicos, había granjeado a Noah Bishop un gran respeto dentro del FBI, aunque su nueva unidad fuera también objeto de numerosas chanzas.
Quentin, por su parte, se había ganado una notable reputación como investigador solvente, que prefería trabajar solo, y no estaba en absoluto ansioso por unirse a un equipo… ni por hacer públicas unas facultades que le había costado numerosos esfuerzos ocultar.
– ¿Y por qué me lo cuentas a mí? -preguntó.
– Pensé que podría interesarte.
– ¿Ah, sí? No sé por qué.
– Claro que lo sabes. -Bishop entró en la habitación y, provisto aún de aquella leve sonrisa irónica, fue a sentarse al otro lado de la mesa-. Me viste venir. ¿Hace meses? ¿Hace años?
Quentin se negó a responder a aquellas preguntas cargadas de sorna.
– No estoy de servicio, por si no te lo han dicho.
– Lo que me han dicho es que has venido por lo menos dos veces aquí, a Tennessee, de vacaciones. A este mismo pueblo. Seguramente has venido a sentarte en esta misma sala de reuniones, que rara vez se usa, en una jefatura de policía que en los últimos veinte años no ha tenido que enfrentarse a gran cosa, aparte de multas de tráfico, riñas domésticas y, de vez en cuando, alguna operación de contrabando o algún laboratorio clandestino de fabricación de drogas. Te sientas aquí y repasas los mismos expedientes viejos y polvorientos, mientras los policías del pueblo se encogen de hombros y hacen apuestas.
– Tengo entendido que las apuestas están a mi favor -dijo Quentin.
– Esos hombres admiran la pura tenacidad.
– Como casi todos los policías.
Bishop asintió con la cabeza.
– Y a casi todos los policías les desagradan los misterios y los casos sin resolver. Así que, ¿es por eso por lo que estás aquí?
– ¿Quieres decir que no lo sabes?
Aquella burla no pareció turbar lo más mínimo a Bishop. Dijo tranquilamente:
– Yo no soy clarividente. Ni tampoco un vidente, como tú. Además, soy un telépata por contacto, no un telépata puro. Y, de todos modos, tocarte no me ayudaría necesariamente a leerte el pensamiento; prácticamente, todas las personas con facultades parapsicológicas que he conocido han desarrollado un escudo para protegerse.
– Entonces sólo das por supuesto que soy una de esas personas, ¿no? -tuvo que preguntar Quentin, a pesar de que el hecho de que Bishop se hubiera referido expresamente a un «vidente» significaba que hablaba con conocimiento de causa.
– No. Sé que tienes facultades parapsicológicas. Del mismo modo que tú sabes que las tengo yo, porque tendemos a reconocernos los unos a los otros. No en todos los casos, pero sí casi siempre.
– Entonces, ¿cuándo nos damos el apretón de manos secreto?
– Justo antes de que te entregue tu anillo decodificador de claves secretas.
Aquello hizo reír a Quentin inesperadamente; no tenía a Bishop por un hombre con sentido del humor.
– Perdona. Pero tendrás que admitir que una unidad del FBI compuesta por personas con facultades paranormales es algo bastante raro. Casi de cómic.
– No lo será algún día.
– Lo crees realmente, ¿verdad?
– La ciencia comprende cada vez mejor el cerebro humano. Tarde o temprano, las capacidades parapsicológicas serán clasificadas correctamente como una serie más de sentidos, lo mismo que la vista y el oído, tan normales y humanos como los otros.
– ¿Y tú dejarás de ser el jefe de la Unidad de Crímenes Espeluznantes?
– Digamos simplemente que es sólo cuestión de tiempo que las dudas y la incredulidad se demuestren falsas. Sólo nos hace falta tener éxito.
– Ah, vaya, ¿eso es todo? -Quentin sacudió la cabeza-. El porcentaje de casos archivados en el FBI es de… ¿cuánto?… ¿de cerca del cuarenta por ciento, ahora mismo?
– La Unidad de Crímenes Especiales lo hará mucho mejor.
Quentin no sabía con certeza qué habría contestado al optimismo de su interlocutor, pero en ese momento un miembro del Departamento de Policía de Leisure apareció en la puerta de la sala, interrumpiéndoles.
– Quentin, sé que se supone que estás de vacaciones -dijo el teniente Nathan McDaniel, dirigiendo una sola mirada a Bishop-, pero he creído que esto te interesaría… y el jefe me da permiso para que te lo diga.
– ¿Qué ocurre, Nate?
– Acabamos de recibir una llamada. Una niña pequeña ha desaparecido.
Quentin se puso en pie de inmediato.
Página siguiente