A Martin, porque el sol brilla más cuando estás a mi lado.
Claro que el hecho de vivir en un estado soleado ayuda, pero tú ya me entiendes.
Te amo.
A Kay y Marc.
Vuestra amistad no tiene precio.
A mi editora, Karen Kosztolnyik, y a mi agente, Robin Rue.
Gracias.
Hospital de Mansfield, Dutton, Georgia, trece años atrás
Sonó un timbre. Había llegado otro ascensor. Alex agachó la cabeza y deseó volverse invisible en cuanto percibió el fuerte perfume.
– Violet Drummond, date prisa. Todavía nos quedan dos pacientes por visitar. ¿Qué haces? Oh. -La última palabra fue una exclamación ahogada.
«Marchaos», pensó Alex.
– ¿No es… ella? -El susurro procedía de la izquierda de Alex-. ¿ La Tre maine que sobrevivió?
Alex no apartó la mirada de sus puños, que cerraba con fuerza sobre el regazo. «Marchaos.»
– Lo parece -respondió la primera mujer, bajando la voz-. Santo Dios, es igual que su hermana. Vi su foto en el periódico. Son como dos gotas de agua.
– Claro, son mellizas. De hecho, son gemelas idénticas. Bueno, lo eran. Descanse en paz.
«Alicia.» Alex sintió una opresión en el pecho que le impedía respirar.
– Qué lástima que encontraran a una chica tan preciosa muerta en una zanja tal como vino al mundo. Solo Dios sabe qué le hizo ese hombre antes de matarla.
– Ese vagabundo asqueroso. Ojalá lo pillen vivo y acaben con él. He oído que… ya sabes.
«Gritos. Gritos.» Un millón de gritos resonaban en su cabeza. «Tápate las orejas. Deja de oírlos.» Pero las manos de Alex permanecían apretadas con fuerza sobre su regazo. «Cierra la puerta. Cierra la puerta.» La puerta de sus recuerdos se cerró y los gritos cesaron de repente. Volvía a reinar el silencio. Alex tomó aire. Tenía el corazón desbocado.
– Bueno, esa de la silla de ruedas trató de suicidarse después de encontrar a su madre tendida muerta en el suelo. Se tomó todos los tranquilizantes que el doctor Fabares había recetado a su madre. Por suerte, su tía llegó a tiempo. A tiempo de salvar a la chica, claro; a la madre, no.
– Por supuesto que no. No es posible sobrevivir tras pegarse un tiro en la cabeza.
Alex se estremeció. El estruendo del único disparo resonó en su cabeza, una vez, y otra, y otra más. Y la sangre. «Cuánta sangre. Mamá.»
«Te odio te odio ojalá te mueras.»
Alex cerró los ojos. Intentó que los gritos cesaran, pero no lo consiguió. «Te odio te odio ojalá te mueras.»
«Cierra la puerta.»
– ¿De dónde es la tía?
– Según Delia, la del banco, es enfermera en Ohio. La madre de la chica y ella son hermanas. Bueno, lo eran. Delia dice que cuando vio a la tía asomarse a la ventanilla casi le da un infarto. Al verla le pareció estar viendo a Kathy. Menudo susto se llevó.
– Bueno, he oído que Kathy Tremaine se mató con la pistola que pertenecía al hombre con quien convivía. Menudo ejemplo para sus hijas, irse a vivir con un hombre, y a su edad.
El pánico empezó a invadirla. «Cierra la puerta.»
– Para las hijas de ella y para la de él, porque también tiene una. Se llama Bailey.
– Eran incontrolables, las tres. Era de prever que acabaría pasando algo así.
– Wanda, por favor. La chica no tuvo la culpa de que un vagabundo la violara y la matara.
Los pulmones de Alex se negaban a soltar el aire. «Marchaos. Id al infierno. Al infierno las dos. Al infierno todos. Dejadme sola, dejadme terminar lo que empecé.»
– ¿Has visto cómo visten las chicas de hoy día? -se burló Wanda-. Parece que estén pidiendo a gritos que los hombres las fuercen y les hagan Dios sabe qué. Me alegro de que se vaya.
– ¿Se va? ¿Su tía se la lleva a Ohio?
– Eso es lo que Delia, la del banco, me ha dicho. Yo doy gracias de que no vuelva al instituto. Mi nieta estudia allí, está en décimo curso y es de la misma edad que las Tremaine. Alexandra Tremaine habría sido una compañía terrible.
– Terrible -convino Violet-. Vaya, mira qué hora es, y aún tenemos que visitar a Gracie y a Estelle Johnson. Llama tú al ascensor, Wanda. Yo tengo las manos ocupadas con las violetas.
El timbre sonó y las dos ancianas se marcharon. Alex estaba temblando por dentro y por fuera. Kim iba a llevársela a Ohio. Claro que, en realidad, a Alex eso le daba igual. No pensaba vivir en Ohio. Lo que quería era terminar lo que había empezado.
– ¿Alex? -Oyó un ruido de pasos sobre las baldosas y notó un perfume distinto, fresco y dulce-. ¿Qué ocurre? Estás temblando como un flan. Meredith, ¿qué ha pasado? Se supone que debías estar pendiente de ella, no sentarte en ese banco y enfrascarte en el libro.
Kim le tocó la frente y Alex se retiró de golpe, sin apartar la vista de sus manos. «No me toques.» Pretendía ser un gruñido, pero las palabras solo resonaron en su cabeza.
– ¿Está bien, mamá?
Era Meredith. Alex conservaba un vago recuerdo de su prima, una niña corpulenta de siete años que jugaba a Barbies con otras dos niñas de cinco. «Dos niñas pequeñas. Alicia.» Alex ya no formaba parte de un dúo. «Estoy sola.» El pánico empezó a invadirla de nuevo. «Por el amor de Dios, cierra la puerta.» Alex respiró hondo. Se concentró en la oscuridad de su mente. La oscuridad y el silencio.
– Creo que sí, Merry.
Kim se arrodilló frente a la silla y tiró de la barbilla de Alex hasta que esta alzó la cabeza. Sus miradas se cruzaron y Alex la apartó de inmediato. Con un suspiro, Kim se puso en pie y Alex volvió a respirar hondo.
– La llevaremos al coche. Papá lo acercará hasta la puerta.
El timbre del ascensor volvió a sonar y, de espaldas, arrastraron dentro la silla de Alex.
– Me pregunto qué es lo que le ha molestado. Solo me he marchado unos minutos.
– Me parece que han sido las dos ancianas. Creo que se han puesto a hablar de Alicia y de la tía Kathy.
– ¿Qué? Meredith, ¿por qué no les has dicho nada?
– De hecho no las oía bien, y tampoco creo que Alex las haya oído. Casi todo el rato han estado cuchicheando.
– Me lo imagino. Esas viejas metomentodo. La próxima vez, avísame.
El timbre del ascensor sonó y empujaron la silla hacia el vestíbulo.
– Mamá. -La voz de Meredith adquirió un tono de advertencia-. Es el señor Crighton. Y lo acompañan Bailey y Wade.
– Esperaba que se comportara por una vez. Meredith, ve corriendo al coche y avisa a tu padre. Dile que llame al sheriff, no sea que el señor Crighton nos cause problemas.
– Muy bien, mamá. No le enojes, por favor.
– No te preocupes. Vete.
La silla de ruedas se detuvo y Alex fijó la vista en las manos sobre su regazo. Eran sus manos. Pestañeó con fuerza. Parecían distintas. ¿Habían tenido siempre ese aspecto?
– Papá, va a llevársela. No puedes dejar que se lleve a Alex.
Bailey. Le pareció que lloraba. «No llores, Bailey. Es mejor así.»
– No se la llevará a ninguna parte. -Se detuvo arrastrando las suelas de sus botas sobre las baldosas.
Kim suspiró.
– Craig, por favor. No hagas una escena. No es bueno para Alex ni para tus propios hijos. Lleva a Wade y a Bailey a casa. Yo me llevaré a Alex conmigo.
– Alex es mi hija. No puedes quedártela.
– No es tu hija, Craig. No llegaste a casarte con mi hermana, ni adoptaste a sus hijas. Alex es mía y vivirá conmigo desde hoy mismo. Lo siento, Bailey. -En tono más amable, Kim añadió-: Pero tú puedes venir a visitarla siempre que quieras, tal como debe ser.
Las gastadas botas negras se detuvieron junto a los pies de Alex, que los echó hacia atrás. Seguía cabizbaja. «Respira.»
– No. Esta chica ha vivido en mi casa durante cinco años, Kim. Me llamaba «papá».
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