Belén López Peiró - Por qué volvías cada verano
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- Libro:Por qué volvías cada verano
- Autor:
- Editor:Madreselva
- Genre:
- Año:2018
- Índice:4 / 5
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Por qué volvías cada verano: resumen, descripción y anotación
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Y entonces, ¿Por qué volvías cada verano? ¿Te gusta sufrir? ¿Por qué no te quedabas en tu casa? Allá en Capital, cagándote de calor. Ah. No. Cierto que no podías, que no tenías a nadie para que te cuide. Con más razón. Encima de que te ayudamos, de que te dimos una familia, nos hiciste esto. No te queríamos, sólo te recibíamos porque tu mamá nos daba regalos. Nos conseguía vestidos, viajes, perfumes. Todo a cambio de tenerte a vos acá. De llevarte con nosotros a cenar, de sacarte a pasear como a un perro. Te enseñamos a limpiar, dejaste de ser la porteña boluda que no sabía ni tender su cama. Tampoco lavar los platos, siempre los dejabas sucios. Acá te dimos un escobillón y empezaste a barrer. Te dimos unos trapos y un poco de Blem y empezaste a lustrar. Primero las habitaciones, después el living y por último la cocina. Siempre en ese orden, ¿Te acordás? Una vez incluso te enojaste porque dejamos tu bolso en el patio para que no ensucie. O porque tiramos tus alpargatas hediondas y tus bombachas vencidas por tus hormonas. Entendeme, en esta casa soportamos todo menos la mugre. Y sí, acumulaste bronca… pero ¿salir con esto? No, no me lo esperaba. Siempre tuviste celos de Florencia. Porque ella tenía muchos amigos, porque podía salir a bailar y tenía mucha ropa. Ah no, pará. Ya sé por qué lo hacés. Porque ella tiene una familia que la quiere. Y vos no.
FORMULA DENUNCIA.
Sr. Juez:
I- OBJETO.
Vengo por el presente a formular denuncia por la comisión de un delito de acción pública, del que resultó víctima y por lo cual solicito la inmediata intervención de la justicia para que se dé inicio a la investigación penal tendiente a lograr el esclarecimiento de los hechos y la determinación de su autor.
(Conf. Art. 149 Bis. Y cc. C.P.P.N.)
II- DENUNCIADO.
Sexo masculino. Ocupación: integrante del Ministerio de Seguridad de la Provincia de Buenos Aires, Comisario, 47 años de edad, domiciliado en calle Belgrano Nº 86 de Santa Lucía, Provincia de Buenos Aires.
III- HECHOS.
Nací en Capital Federal un 24 de febrero de 1992 en una familia compuesta por mi mamá, mi papá y mi hermano. Actualmente tengo 22 años, soy estudiante y escribo este texto para poder contar lo que viví, sufrí y padecí en mi adolescencia y poder hacer justicia. Mi tío abusó sexualmente de mí reiteradas veces desde los 13 a los 17 años.
IV- CALIFICACIÓN LEGAL.
Conforme el relato efectuado y sin perjuicio de que la investigación arroje como resultado la acreditación de otras figuras delictivas, la conducta denunciada constituye el delito de “ABUSO SEXUAL” en virtud del inciso 119 del Código Penal Argentino.
V- PETITORIO.
Por todo lo expuesto solicito:
- Tengase por presentada la denuncia y se disponga audiencia para la ratificación.
- Se inicie la investigación penal tendiente al esclarecimiento de los hechos y a la individualización de sus autores.
Tener presente y proveer de conformidad que.
SERÁ JUSTICIA.
Tocó timbre y lo dejé pasar. Sabía que iba a venir tarde o temprano. Siempre pasaba por mi casa cada vez que viajaba a La Plata, al menos una vez al mes. La usaba como a un galpón, venía a hacerse chapa y pintura, a poner su pija en remojo. Era como un depósito de carne que se deshacía al sol mientras esperaba la próxima visita.
Mi mamá se había ido temprano a trabajar. Casi siempre tomaba el bondi al mediodía, pero ese día la revista cerraba temprano. Y mi hermano estaba trabajando. Así que estaba sola, acostada en mi cama de una plaza, en mi cuarto de paredes rosas, con el pijama de verano que mi madrina me había regalado para mi cumpleaños de quince: un short turquesa que se ajustaba a mi cadera y una musculosa negra, con algunas mariposas que bailaban a la altura del pecho.
Entró sonriente con su uniforme puesto. Ya me había olvidado lo que era desatarle los cordones. Dejó su arma arriba del armario del comedor, ahí donde casi no se ve, y se fue a la habitación de mi hermano a desvestirse. Quería bañarse rápido antes de seguir viaje. Me metí en la cama otra vez y cerré los ojos.
El ruido del agua cayendo me volvía loca. Lo imaginaba en pelotas, enjuagándose con mi jabón. Pero no. De pronto abrió la puerta de mi cuarto, en cuero y bóxers de color amarillo vencido. Me preguntó si quería masajes. “Podemos usar el gel de tu vieja”, me dijo. Le contesté que no, pero no me escuchó. Enseguida lo tenía en mis espaldas. Había sacado las sábanas que me tapaban y me había subido la remera. Me bajó el pantalón y la bombacha hasta las rodillas.
El primer escalofrío lo sentí cuando puso ese gel sobre mi espalda. Me quedé inmóvil. Pero después giré mi cabeza a la derecha y lo vi. Vi su pija dura. Con una mano me tocaba el culo y con la otra se hacía una paja, despacio, no acababa nunca. Sólo tuve una reacción y fue la última: apoyé mis dos manos rápido a los costados de mi cabeza e intenté levantarme, pero con su otra mano me tiró hacia abajo y ahora sí, ya no podía ver; ni respirar. Sólo pude sentir mi boca temblando y el crujido de mis huesos cuando sus 150 kilos de mierda se abalanzaron sobre mí. Me ahogaba.
Sonó el timbre. Había alguien en la puerta que intentaba entrar pero no podía. Me había olvidado las llaves puestas en la cerradura. Él se levantó y corrió a la ducha. El agua seguía cayendo y el timbre sonaba cada vez más fuerte. No me acuerdo cómo pero me arrodillé en la cama, me subí el pantalón y caminé hasta la entrada. Abrí. Era mi papá que había vuelto a casa para almorzar. Lo abracé y le dije que prefería dormir. Por un momento recordé quién era yo sin miedo y quién había sido antes de que el peligro cayera sobre mí como una trampa.
Todo empezó cuando él te lastimó. Ya sabemos que vos no lo elegiste, que no tuviste nada que ver aunque él te hiciera sentir lo contrario. Pero te tocó. Te tocó a vos. ¿Qué vas a hacer? Todos arrastramos una roca, a vos te tocó una grande y bien pesada. Está bien, sí, pero siempre puede ser peor. Al menos no te violó. O eso creés. Pero bueno, en fin, después la que siguió lastimándose fuiste vos. Sí. Porque él empezó. Él te hizo mierda, bien fuerte. Te manoteó, te tiró al piso, te pasó por arriba, te arrastró, te dejó en pelotas, te metió los dedos, te abrió de punta a punta. Pero después, después de la última vez que lo hizo, fuiste vos la que siguió. Y duele más ¿no? Sí, duele el doble, porque no te lo hace otro, te lo hacés vos misma. Porque podés todo, menos curarte. Porque podes todo, menos olvidarte. Porque sos la única que no perdonás: no te perdonás haberlo dejado, no te perdonás ser quien sos, no te perdonás querer ser otra persona. Aunque te rasguñes, aunque te lastimes, aunque te prendas fuego, siempre vas a estar adentro de este cuerpo. Así que mejor te sacás los guantes y te bajás del ring.
Seguro que nunca pudiste jugar a las escondidas, mucho menos tener amigos varones. Uy, ahora que lo pienso, seguro que tampoco podés cojer. Porque cada vez que un hombre te mira vos agachás la cabeza. Porque cada vez que un pibe se acerca se te pone la piel de gallina. Porque cada vez que te tocan el culo o te acarician las tetas vos no querés chupársela, ni tampoco hacerle una paja. Debés tener terror de tocarlos y de que te toquen. Terror de que se te acerquen y te apoyen. Seguro que nunca más podés acabar, disfrutar de un buen polvo. Vas a ser una frígida por el resto de tu vida. Y eso lo tenés claro. Seguro ves a tus amigas, esas putas divinas, y te encantaría ser como ellas. Las mirás con esas polleras cortas, con el pelo atado, moviendo el orto, y pensás que nunca vas a poder. Nunca vas a ser como ellas. Porque cada vez que te ponés un short te pasás horas frente al espejo pensando que otros tipos podrían mirarte. Y ese deseo es el que te aterra, y esas piernas que fueron manoseadas ya no te pertenecen. Piernas de pendeja, de pendeja bien yegua, de yegua castrada.
No me gusta que estés con él. Es poco hombre para vos, ¿o no, Flor? No tiene carácter. Además es tímido, no va a saber cómo llevarte. Yo que vos esperaría un poco más, sos muy chica todavía para tener novio. Tampoco me gusta que te quedes en su casa, que pases la noche ahí. Me gusta que estés con nosotros, cómoda. ¿O no te atendemos bien? Sé que la tía no cocina pero yo siempre te preparo el desayuno, y te lo llevo a la cama, bien calentita. Pensalo bien, ¿Quién te trata mejor? Tenés que dejarlo. Acordate que también venís todos los domingos a comer pastas a lo de mamá. Hasta te raya el queso como a vos te gusta. Y te llevamos a San Pedro cada vez que las chicas van a comprarse ropa, así las ayudás a elegir. ¿Cuándo te llevó tu mamá a pasear? Si siempre está trabajando. ¿Y los veranos? Si no fuera por nosotros, estarías encerrada en tu departamento de Capital. Pero no, venís con nosotros al club, vamos juntos a la pileta. Te hice socia, no te olvides que en enero tenés que renovar el carnet. ¡Ah! Y el certificado, así podes meterte conmigo y jugamos un poco a los ahogados con Florencia. Me acuerdo el primer día que llegaste, estabas llena de piojos, como el resto de tus primas. No digas nada, pero cada vez que venías a casa todos nos lavábamos la cabeza con agua oxigenada. Y, viste, a veces las cosas no cambian. Pero bueno, un poco te mejoraron. También te hicieron bajar de peso. Estabas gorda y ellas se preocuparon por vos. Igual tampoco tuvimos que hacer mucho. Tu mamá no tenía un mango y tu papá ni aparecía. Te mandaban casi en pelotas, con diez pesos en el bolsillo. Nosotros te alimentamos, comías lo que le gustaba a tu prima. Te malcriamos. El día de tu cumpleaños de quince te regalamos una remera con lentejuelas que usaste con una pollera negra. Tenías la espalda al aire, suave, quemada por el sol. Con esos lunares que se te ven sólo de a ratos, por la noche, y que dan ganas de arrancártelos, uno por uno, con los dientes. En fin, una remera muy linda. Por eso creo que no te conviene irte. No podés hacerlo. ¿O no, Flor?
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