Neart an aontas
Onnagh
I
Primera edición: Abril 2.018
Angy Skay 2.018
Belén Cuadros 2.018
LxL Editorial 2.018
ISBN: 978-84-17160-84-5
ISBN Anam Celtic: 978-84-16609-48-2
Depósito Legal: AL-618-2018
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Impreso en España – Printed in Spain
Diseño cubierta – LxL Editorial
Maquetación - LxL Editorial
Tri rudan a thig
gun iarraidh:
an t-eagal,
an t-eudach’s
an gaol.
Hay tres cosas en la vida
que llegan sin
que uno las pida:
miedo,
amor
y celos.
Angy Skay
Quiero agradecer en primer lugar, a todas y cada una de las personas que están siguiendo día a día nuestra aventura, nuestra emoción y nuestras ganas de continuar con la saga. Adoro ver cómo unos se unen al bando de Maureen y otros al de Taragh, porque a estos personajes les albergo un gran cariño.
No puedo dejar atrás a mis compañeras de aventuras, esas que suspiran por cada uno de los personajes que aparecen detrás de esta historia. A mi madre, el gran muro que siempre me sostiene; a mi hermana, por amar sin medida mis locuras sean las que sean; a mis UN, Noelia Medina y Ma Mcrae, que sentís tanto o más que yo esta saga; a mi churry, R.Cherry, por aguantar nuestro consultorio como la mejor de las vikingas, y, sobre todo, a mi compañera de viaje, esa que un día puso el destino en mi camino y a la que ya considero de mi propia familia, a mi zipy, Belén Cuadros.
A mis provocadoras y provocadores, que han seguido todos mis pasos y todavía continúan manteniéndose firmes en cada una de mis historias, sin vosotros nada de esto sería posible, y lo sabéis.
Y al más importante de todos, a ti, a mi personaje, a Cathal O’Kennedy. Gracias por darme las alas que necesitaba para despegar.
Se os quiere.
Angy Skay.
Belén cuadros
Si Maureen O’Hara levantara la cabeza y viera todo lo que se ha liado por su culpa, no se lo creería. Quién iba a decirme a mí que después de tantas veces de ver la película de «El hombre tranquilo», con Maureen O’Hara y John Wayne, un sueño como este pudiera hacerse realidad. Aquella actriz pelirroja hizo inspirarme en un gran personaje como la abuela Maureen, y ha demostrado que su fuerza sigue viva guiándome a la hora de relatar esta historia.
Han sido meses de documentación, llamadas telefónicas y noches en vela por parte de Angy y mía. Por eso este libro quizás ha sido de los más intensos que llevamos escritos hasta ahora de la saga. Hemos reído y llorado a la vez que escribíamos escenas puntuales. Nos emocionábamos a la hora de relatarnos nuestras ideas, y eso solo significaba una cosa: estábamos disfrutando en demasía de este proyecto.
Esa es una de las razones por las que quiero agradecer a Angy Skay confiar en mí a la hora de dar el sí para escribir esta saga, y por haber estado a mi lado tanto en lo profesional como en lo personal. Has sido un puntal en mi vida estos últimos meses, y lo sabes. Aquí se demuestra que la distancia no es el olvido y nosotras cada vez estamos más unidas. La telepatía que tenemos nos asusta, aunque solo significa que estamos conectadas de algún modo.
También quiero agradecer a mi familia y a la gente de mi alrededor que me apoya. Nos consta que nos siguen fuera de nuestras fronteras con la misma intensidad que aquí.
Y no me olvido de ti. Sí, tú que estás leyendo estas líneas.
Gracias.
Visualicé cómo la caja descendía con lentitud hasta llegar al fondo del gran rectángulo de tierra en el suelo. Habíamos elegido el cementerio de Glasnevin, en Dublín. Miré a mi alrededor sin encontrar ningún punto fijo en el que concentrarme. Ryan, a mi lado, apretó una de mis manos para calmarme, pero yo ya no veía nada excepto la venganza.
Suspiré en varias ocasiones sin mostrar ninguna emoción en mi rostro. Con la cara sumida en la más profunda de las tinieblas, salí de allí antes de que terminara el entierro, escuchando al párroco decir unas últimas palabras, ya que solo Ryan fue capaz de pronunciarse en aquel fatídico día, y me dirigí al único sitio donde podría encontrar al culpable de todo lo que había pasado hacia dos días: Mick MacEoghain.
Tras conducir durante tres horas y media, llegué a la misma casa que hacía años que no visitaba. Por fuera se veía más deteriorada de lo que recordaba, detalle que me confirmaba lo poco cuidado que seguía siendo el hombre que vivía allí. Toqué a la puerta varias veces, pero nadie me abrió. Decidí esperar. No me iría sin terminar con mi cometido, de eso estaba segura.
La noche comenzó a caer sobre mí, mi teléfono no paraba de sonar, pero no le hice caso. Decidí apagarlo y que de esa manera nadie pudiera entrometerse en mi condenado plan. Tenía claro que esta vez no sería una muerte por una vida, sino todo lo contrario.
Una muerte por otra.
Una hora y media más tarde, vi que un hombre aparecía al final de la calle. Escurrí mi cuerpo hacia abajo en el interior del vehículo y, a lo lejos, divisé la figura de Mick cabizbaja dirigiendo a su amado hogar. Cargué mi arma con rapidez y, cuando traspasó la puerta de su casa, bajé del coche. Me encaminé a la puerta con una decisión aplastante, hasta que al llegar toqué dos veces y abrió. Su cara mostró de todo menos alegría, pero también pude ver que el miedo atenazaba por todo su cuerpo.
«Siempre fuiste un cobarde», pensé, mostrando mi rostro más temerario, si es que eso era posible.
—¿A qué has venido? —preguntó con un hilo de voz.
No le contesté. Alcé mi arma y lo apunté sin titubear.
—¿Vas a matarme? —preguntó nervioso.
—¿Por qué disparaste a mi marido? —cuestioné llena de rabia.
Notaba mi sangre hervir de una forma que jamás habría imaginado, y tuve que contenerme para no aplastarle la cabeza contra el cristal del recibidor.