Thomas de Hartmann - Nuestra vida con el Sr. Gurdjieff
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- Libro:Nuestra vida con el Sr. Gurdjieff
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:1964
- Índice:4 / 5
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Nuestra vida con el Sr. Gurdjieff: resumen, descripción y anotación
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THOMAS DE HARTMANN, (Khouruziva, Ucrania, 1885 - Nueva York, 1956) músico y compositor ucraniano. Fue discípulo de George Gurdjieff desde 1917 hasta 1929. Colaboró con Gurdjieff en la compilación y composición de la música de los movimientos para las danzas. Posteriormente a la muerte de Gurdjieff, Hartmann fue uno de los miembros fundadores de la Fundación Gurdjieff de Nueva York. Se casó con la soprano Olga de Hartmann, hija de un alto funcionario del régimen zarista.
Empezaré con algunas pocas palabras acerca de mi propia vida hasta el día en que conocí al Sr. Gurdjieff.
Soy compositor. La música ha sido siempre para mí el talento del Nuevo Testamento, que me fue dado por Dios y que me exige que lo desarrolle y trabaje sobre él sin cesar. Era claro para mí mucho antes de conocer al Sr. Gurdjieff, sin embargo, que para ser capaz de progresar en mi trabajo creativo algo era necesario, algo más grande, o más alto, a lo cual no podía dar un nombre. Sólo si pudiera poseer este algo, sería capaz de progresar más aún y esperar derivar alguna satisfacción real de mi propia creación, y no sentirme avergonzado de mí mismo. Las palabras de Beethoven a menudo acudían a mi mente: «La música es una revolución superior a la filosofía o a la ciencia», y siempre recordaba, cuando componía, las maravillosas palabras de un cuento de hadas ruso:
«Ve —sin saber adónde—; trae —sin saber qué—; el sendero es largo, el camino, desconocido; el héroe no sabe cómo llegar allí solo por sí mismo; él tiene que buscar la orientación y la ayuda de Fuerzas Superiores…».
Así pues mi vida era una búsqueda. No voy a hablar de los pormenores de los primeros años de mi búsqueda, excepto para decir que me relacioné con muchos caminos y conocí algunas personas excepcionales, pero nunca parecían ser lo que yo andaba buscando. Sin embargo, por intermedio de una de ellas conocí a A. A. Zaharoff quien me llevó al Sr. Gurdjieff.
Zaharoff era un hombre sumamente agradable y muy culto, y se hizo gran amigo de nosotros. Su profesión era la de matemático. Nuestras conversaciones, sin embargo, se referían siempre a aquello que para nosotros era la cosa más importante en la vida: la búsqueda.
Era en 1916, durante la guerra. Él vino a visitarnos a mi esposa y a mí en Tzarskoye Selo donde, como oficial de la guardia de reserva, me encontraba destacado por el ejército. Fue entonces en el otoño de 1916 que me dijo que había encontrado a un maestro, un verdadero maestro, pero no reveló su nombre, ni cómo lo había encontrado.
Un día, cuando lo llevaba a la estación, empezó a hablar acerca de esta enseñanza que, dijo, podría ser una contestación a nuestra gran pregunta. «La substancia», dijo, «es la siguiente: el hombre, en su actual nivel de ser, no posee un alma inmortal e indestructible; pero con determinado trabajo sobre sí mismo, puede formar un alma inmortal; entonces, esta recién formada alma-cuerpo no estará más subordinada a las leyes del cuerpo y después de la muerte del cuerpo físico seguirá existiendo». Después de una larga pausa a continuación de tal declaración, Zaharoff añadió: «pero hay algo que tal vez lo va a confundir. Ve Ud., se supone generalmente que un conocimiento elevado es dado gratuitamente; pero en este caso, si Ud. y su esposa desearan incorporarse a este Trabajo, tendrían que pagar cierta suma de dinero». E indicó la cantidad. Aunque era bastante grande (1000 dólares) nos era posible en aquel tiempo pagarla.
Como a menudo había sido decepcionado, y noté que mi esposa no escuchaba con mucha atención ni seriedad lo que él estaba diciendo, empecé a hablar con Zaharoff a solas. Y como ella no sabía nada acerca del maestro que Zaharoff había encontrado, decidí no decirle nada sobre él, mientras no lo hubiera visto yo mismo. Varias veces le pregunté a Zaharoff cuándo me presentaría a este hombre, pero él contestaba siempre: «Le prometí a Ud. que cuando llegue el momento, se lo diré».
A mediados de diciembre, Zaharoff me dijo que si todavía deseaba conocer a este hombre, tendría que estar en el restaurante Palkin el domingo siguiente, entre las seis y las siete de la noche. Era un restaurante muy grande en la esquina de la Perspectiva Nevsky, la calle principal de San Petersburgo, pero uno de aquéllos, al cual nunca iría ningún oficial de la guardia. Zaharoff iría allá para llevarme a ver al señor Gurdjieff.
Yo fui. Finalmente Zaharoff apareció y salimos hacia la gran Nicolaevsky Voksal, la estación de ferrocarril, en la misma Perspectiva Nevsky. De repente, se detuvo frente a una casa y subió hasta el segundo piso, donde había un café.
Lo menos que se puede decir, es que era un café para una muchedumbre sumamente mezclada, que paseaba por la Nevsky día y noche; y si alguien llegara a descubrir que yo había estado allí, tendría que abandonar mi regimiento.
Entramos, pedimos café y esperamos.
Al cabo de un momento, vi que venían hacia nosotros el Dr. S., a quien había encontrado antes en círculos sociales, y dos hombres de abrigos negros, ambos caucasianos muy típicos, de ojos negros y bigotes negros. Iban muy bien vestidos, pero tan caucasianos… Me pregunté: ¿cuál será él? Y debo decir que mi primera reacción no fue en absoluto de encanto ni de veneración…
¿Cuál de los dos era? Mi duda fue rápidamente disipada por los ojos de uno de los hombres. Los tres se acercaron y nos dimos un apretón de manos. El hombre con aquellos ojos se sentó a la cabeza de la mesa, a su derecha se sentó el Dr. S. con el otro hombre, y a su izquierda yo y Zaharoff. Hubo un momento de silencio pesado. Mis ojos no podían evitar de notar los puños postizos, que no estaban muy limpios. Entonces pensé: «Tienes que hablar…». Hice un gran esfuerzo y me obligué a decirle que deseaba ser admitido en su Trabajo.
El Sr. Gurdjieff me preguntó la razón de mi solicitud: ¿Tal vez no me sentía feliz en la vida? ¿O había otra razón especial? Contesté que me sentía perfectamente feliz, que estaba felizmente casado, que tenía dinero suficiente como para vivir sin tener que ganarme la vida, y que tenía mi música que constituía el centro de mi vida. Pero añadí, que todo esto no era suficiente. «Sin crecimiento interior», dije, «no hay vida alguna para mí; mi esposa y yo estamos buscando ambos el camino de nuestro desarrollo».
Fue entonces que me di cuenta de que los ojos del Sr. Gurdjieff eran de una excepcional profundidad y penetración. La palabra hermosos sería apenas apropiada, pero debo decir que hasta ese momento nunca había visto ojos semejantes ni sentido tal mirada.
El Sr. Gurdjieff escuchó y dijo que hablaríamos más tarde del asunto que me interesaba. «Mientras tanto», dijo él al Dr. S., «que Ouspensky le transmita todo lo que se ha dicho hasta ahora, y también que él lea el relato Destellos de verdad».
Decidí preguntarle al Sr. Gurdjieff si podría tal vez traer algún dinero para su trabajo. Contestó:
«Llegará el tiempo, cuando, si yo le pidiera darme todo lo que le pertenece, Ud. lo hará con gusto. Pero por el momento, no es necesario».
Esto terminó la conversación y Zaharoff y yo nos marchamos. Durante largo rato no pude hablar. Sólo cuando llegamos a la calle Liteinaia hable con Zaharoff de mi fuerte impresión y de los ojos del Sr. Gurdjieff. Sí, dijo, «comprendo, y ciertamente no volverá Ud. nunca a ver ojos semejantes».
Después de hacer este breve relato de mi primer encuentro con el Sr. Gurdjieff quisiera ahora decirles algo más al respecto, seguramente fue todo planeado por el mismo Sr. Gurdjieff. Y lo hizo todo para crear condiciones desfavorables para mí, empezando por el hecho de ir al restaurante Palkin y luego al café donde, en un momento dado, el Sr. Gurdjieff dijo: «Generalmente hay más prostitutas aquí». Todo, inclusive esta ruda observación, buscaba deliberadamente no atraer, sino más bien alejar al recién llegado. O si no alejarlo, por lo menos hacer que capeara las dificultades, agarrándose firme a su propósito a despecho de todo.
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