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Colin Wilson - G. I. Gurdjieff

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Colin Wilson G. I. Gurdjieff
  • Libro:
    G. I. Gurdjieff
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1984
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G. I. Gurdjieff: resumen, descripción y anotación

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Fue en 1951, un año después de que se publicaran «En busca de lo milagroso» y «Relatos de Belcebú a su nieto», cuando tuve mi primer contacto con las ideas de Gurdjieff. Inmediatamente me di cuenta de que me hallaba ante uno de los grandes pensadores de este siglo. La primera vez que escribí sobre él fue en 1955, en el capítulo final de «The Outsider», donde figura (junto con Ramakrishna y T. E. Hulme) como uno de los pocos que han atisbado una solución para la «enfermedad del hombre del siglo XX». Desde aquel momento he escrito sobre la figura de Gurdjieff en varias obras, entre las que destacan «Lo oculto» y «Mysteries».

Colin Wilson G I Gurdjieff La guerra contra el sueño ePub r12 juandiego - photo 1

Colin Wilson

G. I. Gurdjieff

La guerra contra el sueño

ePub r1.2

juandiego 14.07.2020

Título original: The War Against Sleep: The Philosophy of Gurdjieff

Colin Wilson, 1984

Traducción: Juan Faci

Editor digital: juandiego

ePub base r2.1

Para Cyril Tilburn por su inestimable ayuda Agradecimientos Deseo agradecer - photo 2

Para Cyril Tilburn,

por su inestimable ayuda.

Agradecimientos

Deseo agradecer la amabilidad de la editorial Routledge y Kegan Paul por permitirme introducir citas de las obras de Gurdjieff y Ouspensky. Asimismo, debo agradecer a Turnstone Press Ltd. por haberme autorizado a incluir citas de las obras de John Bennett: Witness y Gurdjieff: Making a New World. Debo agradecer también a Victor Gollancz Ltd., por haberme autorizado a incluir citas de la obra de Fritz Peters, Boyhood with Gurdjieff.

COLIN WILSON Leicester 26 de junio de 1931 Cornualles 5 de diciembre de - photo 3

COLIN WILSON, (Leicester, 26 de junio de 1931 − Cornualles, 5 de diciembre de 2013), fue un filósofo y escritor británico. Los principales temas de su obra son la criminalidad y el misticismo. Nacido y educado en Leicester, Reino Unido, dejó los estudios a los 16 años. Trabajó en fábricas y varias ocupaciones y leía en su tiempo libre.

Cuando tenía 24 años, publicó The Outsider (1956), que examina el papel del «proscrito» social en varias obras literarias y figuras culturales, donde examina a Albert Camus, Jean Paul Sartre, Ernest Hemingway, Hermann Hesse, Fiódor Dostoyevski, William James, Thomas Edward Lawrence, Vaslav Nijinsky y Vincent van Gogh, y donde Wilson discute su percepción de la alienación social en su obra. El libro fue un éxito de ventas y ayudó a popularizar el existencialismo en Gran Bretaña. Sin embargo, el elogio de la crítica fue breve.

Colin Wilson se convirtió en uno de los jóvenes iracundos de la literatura británica. Contribuyó a Declaration, una antología de manifiestos escritos por escritores existencialistas, con Protest: The Beat Generation and the Angry Young Men. Wilson y sus amigos Bill Hopkins y Stuart Holroyd, fueron un subgrupo más interesados en los «valores religiosos» que en la política liberal o socialista. Los críticos de la izquierda pronto los consideraron fascistas; el comentarista Kenneth Allsop los llamó «los jueces».

Tras The Outsider las obras de Wilson se concentraron en los aspectos positivos de la psicología humana, así como el valor de la experiencia y la estrechez de la conciencia.

Admiraba al psicólogo humanista Abraham Maslow y mantuvo correspondencia con él.

Wilson escribió The War Against Sleep: The Philosophy of Gurdjieff sobre la vida, el trabajo y la filosofía de George Ivanovitch Gurdjieff, una introducción accesible al místico greco armenio en 1980. A lo largo de su obra discute que el enfoque existencialista sobre la derrota o la náusea, proporciona una representación parcial de la realidad y que no existe una razón particular para aceptarla. Wilson considera que la percepción cotidiana es afectada por la intensidad del momento y que no puede ser aceptada para mostrar la verdad sobre la realidad.

Nota introductoria

Fue en 1951, un año después de que se publicaran En busca de lo milagroso y Relatos de Belcebú a su nieto, cuando tuve mi primer contacto con las ideas de Gurdjieff. Inmediatamente me di cuenta de que me hallaba ante uno de los grandes pensadores de este siglo. La primera vez que escribí sobre él fue en 1955, en el capítulo final de The Outsider, donde figura (junto con Ramakrishna y T. E. Hulme) como uno de los pocos que han atisbado una solución para la «enfermedad del hombre del siglo XX». Desde aquel momento he escrito sobre la figura de Gurdjieff en varias obras, entre las que destacan Lo oculto y Mysteries.

Cuando los editores de este libro me sugirieron que escribiera sobre Gurdjieff acogí su ofrecimiento con cierto recelo, pues tendría que repetir muchas cosas que ya había escrito sobre él. Pero, por otra parte, mis opiniones sobre Gurdjieff han ido cambiando a lo largo de los años, y la idea de reunirlas entre las dos cubiertas de un libro me pareció un desafío interesante. Así pues, decidí desechar mis dudas, repetirme cuando fuera necesario y escribir el libro. Lo cierto es que al repetirme descubrí toda una serie de significados e implicaciones nuevas en Gurdjieff.

Resultó ésta una interesante lección sobre la diferencia entre «comprender» y simplemente «conocer», distinción que es fundamental en el pensamiento de este autor.

Por ello, no me excusaré ante quienes ya han leído otros escritos míos sobre Gurdjieff. Sin duda, sus ideas admitirán la repetición.

Uno
El mago

En una radiante mañana de verano de 1917, una atractiva rusa de unos treinta años se hallaba sentada en el café Phillipov, en la Nevsky Prospekt de San Petersburgo, esperando la llegada de su amigo Peter Demianovitch Ouspensky. Cosa inhabitual en él, Ouspensky se retrasaba. Cuando finalmente llegó con aire apresurado, se hallaba en un estado de excitación poco usual en él. Sus primeras palabras fueron: «Creo que esta vez hemos encontrado lo que necesitábamos». A continuación, le contó que en Moscú, en 1915, había conocido a un notable profesor que hablaba con gran conocimiento y autoridad de los problemas fundamentales de la existencia humana. Su nombre era George Ivanovitch Gurdjieff. Añadió que Gurdjieff había llegado a San Petersburgo, y en ese momento les esperaba en otro establecimiento Phillipov, al otro lado de la calle. He aquí las palabras de la mujer, Anna Butkosvsky:

Cuando entré en el otro café Phillipov vi a un hombre sentado en una mesa situada en un rincón. Vestía un abrigo negro ordinario y el alto gorro de astracán que llevan los rusos en invierno. Sus rasgos finos y viriles y su mirada, que parecía atravesarte (aunque no de una manera desagradable) denotaban su ascendencia griega. De cabeza ovalada y tez olivácea, tenía ojos oscuros y su bigote era negro. De apariencia tranquila y relajada, hablaba sin gesticular. Estar sentado a su lado resultaba muy agradable. Aunque no era su lengua nativa, hablaba el ruso con fluidez, de forma diferente a como lo hacemos nosotros, más exacta y muy pintoresca. En ocasiones hablaba con una voz «perezosa», formando cada frase con sumo cuidado para adecuarlas al momento concreto, evitando las frases hechas que se utilizan normalmente en la conversación, desprovistas de poder creativo y de individualidad. Uno comprendía inmediatamente que tenía un don para asociar palabras de manera expresiva. Allí estaba yo sentada, pensando que me hallaba por fin en presencia de un gurú.

Gurdjieff causaba la misma impresión a todo aquel que le conocía. Tenemos tal vez una docena de relatos en los que sus alumnos describen su primer encuentro con él. Casi sin excepción, mencionan esa «mirada que te atravesaba». Un joven oficial llamado Thomas de Hartmann conoció a Gurdjieff en esa misma época. Mientras se acercaban hacia él dos hombres de bigotes negros y vestidos con abrigo oscuro, se preguntaba quién de los dos era Gurdjieff «pero mi incertidumbre se disipó al instante, al ver los ojos de uno de ellos». J. G. Bennett, que conoció a Gurdjieff en Constantinopla en 1920, escribió: «Vi ante mí los ojos más extraños que haya visto nunca. Eran tan diferentes entre sí que me pregunté si la luz no me había jugado una mala pasada». Todas estas impresiones diversas pueden quedar resumidas en las palabras que escribió la esposa del físico Kenneth Walker cuando conoció a Gurdjieff en París, en 1948: «La impresión fundamental que produjo en mí fue de un inmenso vigor y fuerza concentrada. Tuve la sensación de que no era realmente un hombre, sino un mago».

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