Julie Garwood
Danza de sombras
Título original: ShadowDance
Traducción: Laura Paredes
Serie Buchanan-Renard 06
Aquella boda no era nada sencilla. Había siete damas de honor, siete amigos destacados del novio, tres personas de confianza para distribuir a los asistentes, dos monaguillos, tres lectores y suficiente capacidad de disparo dentro de la iglesia como para exterminar a media congregación. Todos los amigos destacados del novio, excepto dos, iban armados.
A los agentes federales no les hacía ninguna gracia que fuera a reunirse tanta gente, pero sabían que sería inútil quejarse. El padre del novio, el juez Buchanan, no iba a perderse un acontecimiento tan alegre, por muchas amenazas de muerte que recibiera. Estaba juzgando un caso de crimen organizado en Boston, y los agentes federales que debían protegerlo lo seguirían haciendo hasta que hubiera terminado el juicio y se hubiese emitido el veredicto.
La iglesia estaba llena a rebosar. La familia Buchanan era tan numerosa que algunos de los parientes y de los amigos del novio ocupaban la zona de la novia. La mayoría de sus miembros había acudido desde Boston a la pequeña población de Silver Springs, en Carolina del Sur, pero algunos de los primos se habían desplazado desde la localidad escocesa de Inverness para celebrar el enlace matrimonial de Dylan Buchanan con Kate MacKenna.
Los novios estaban en la gloria, y su boda era un motivo de dicha, pero jamás habría tenido lugar si no hubiese sido por la hermana de Dylan, Jordan. Kate y Jordan eran muy buenas amigas, y habían compartido una habitación en la residencia universitaria. La primera vez que Jordan llevó a Kate a casa de su familia en Nathan's Bay, todos los hermanos estaban reunidos para celebrar el cumpleaños de su padre. Jordan no tenía ninguna intención de hacer de casamentera, y en ese momento no fue consciente de que hubiera nacido algo entre Kate y su hermano Dylan, de modo que cuando años después, se prometieron, fue quien más se sorprendió, y se alegró.
El feliz evento se había planeado meticulosamente hasta el último detalle. Al igual que Kate, Jordan era una organizadora estupenda, de modo que le habían encomendado la decoración de la iglesia. Había que admitir que Jordan se había dejado llevar un poco. Había colocado flores en todas partes, tanto dentro como fuera de la iglesia. Unas preciosas combinaciones de rosas color frambuesa y magnolias color crema bordeaban el pasillo de piedra y ofrecían su encantadora fragancia a los invitados, y unas guirnaldas de rosas blancas y rosadas entrelazadas delicadamente con cintas anchas de satén colgaban a cada lado de las viejas puertas dobles del templo. Jordan había llegado a plantearse dar una capa fresca de pintura a las puertas, pero en el último minuto había recapacitado y las había dejado tal como estaban.
Kate le había pedido a Jordan que se encargara asimismo de la música, y también se le había ido un poco la mano. Había empezado con la idea de contratar a un pianista y a una cantante para la ceremonia y había terminado con una orquesta. Había violines, piano, flauta y dos trompetas. Desde el balcón del coro, los intérpretes tocaban música de Mozart para entretener a los asistentes. Cuando los amigos destacados del novio se situaran delante del altar, la música tenía que detenerse; entonces sonarían las trompetas, la gente se pondría de pie y empezaría la ceremonia con toda su pompa y esplendor.
La novia y las damas de honor aguardaban en una habitación interior situada junto a la nave de la iglesia. Había llegado la hora. Las trompetas deberían sonar para dar inicio a la ceremonia, pero no se oían. Kate le pidió a Jordan que fuera a averiguar a qué obedecía el retraso.
Las bonitas notas de Mozart taparon el ruido que hizo la puerta cuando Jordan se asomó al interior de la iglesia. Vio entonces que uno de los agentes federales estaba en un hueco situado en el lado izquierdo de la iglesia y procuró no pensar en el motivo por el que estaba ahí. En su opinión, los guardaespaldas eran innecesarios si se tenía en cuenta la cantidad de agentes de la autoridad que había en su familia. De sus seis hermanos, dos eran agentes del FBI, uno era fiscal federal, otro era miembro en formación de los SEAL, otro más era policía y el menor, Zachary, estaba en la universidad y todavía no había decidido qué aspecto de la ley le atraía más. También estaría frente al altar Noah Clayborne, amigo íntimo de la familia y, asimismo, agente del FBI.
A los agentes asignados a su padre no les importaba cuántos más había. Su misión era clara, y no permitirían que la celebración los distrajese. Jordan decidió finalmente que eran un alivio, no una molestia, y que debería concentrarse en la boda y dejar de preocuparse.
Observó cómo uno de sus hermanos avanzaba despacio hacia el fondo de la iglesia. Era Alec, el padrino de Dylan. Al verlo, sonrió. Alec se había esmerado para la ocasión. Trabajaba de incógnito, pero se había cortado el pelo para la boda, una consideración enorme por su parte, sin duda. Su trabajo solía exigir que tuviera el aspecto de un perturbado asesino en serie. Jordan apenas lo había reconocido al verlo llegar al ensayo la noche anterior. Cuando lo vio detenerse para hablar con uno de los guardaespaldas, hizo un gesto con la mano para captar su atención y pedirle que se acercara a ella.
– ¿Por qué no empezamos? -le susurró una vez hubo cerrado la puerta tras él-. Ya es la hora.
– Dylan me ha pedido que viniera a avisar a Kate de que empezaremos en un par de minutos -respondió.
Alec llevaba parte del cuello de la camisa del revés y Jordan alargó las manos para arreglárselo.
– Tienes mal doblado el cuello -explicó antes de que pudiera preguntarle qué hacía-. Estate quieto.
Cuando terminó de ponerle bien el cuello, le enderezó la corbata y dio un paso hacia atrás. Alec estaba muy elegante. Lo curioso era que Regan, su mujer, lo amaba fuera cual fuera su aspecto. Jordan decidió que el amor provocaba efectos extraños en la gente.
– ¿Acaso teme Kate que Dylan salga huyendo? -preguntó Alec con un brillo en los ojos que le indicó a Jordan que su hermano estaba bromeando. Sólo pasaban dos minutos de la hora prevista.
– Pues no -contestó Jordan-. Hace cinco minutos que se ha ido.
– No tiene gracia -dijo su hermano con una sonrisa-. Tengo que volver.
– Espera. Todavía no me has dicho a qué estamos esperando. ¿Ocurre algo?
– Deja de preocuparte. No pasa nada. -Se volvió para regresar a la nave de la iglesia, pero se detuvo de repente-. ¿Jordan?
– ¿Sí?
– Estás hermosa.
Habría sido un cumplido estupendo de un hermano que jamás decía cumplidos si no hubiese parecido tan sorprendido.
Cuando Jordan iba a devolverle el favor, la puerta se abrió de golpe y Noah Clayborne entró como una exhalación haciéndose el nudo de la corbata.
Ese hombre siempre causaba una fuerte impresión. Las mujeres lo adoraban, y Jordan tenía que admitir que podía entender por qué. Era alto, fuerte, extrovertido, guapo. En resumen, un hombre varonil; la fantasía de cualquier mujer. Llevaba los cabellos rubios algo largos, y sus penetrantes ojos azules brillaban con picardía cada vez que esbozaba una de sus irresistibles sonrisas.
– ¿Llego tarde? -soltó.
– No, tranquilo -dijo Alec-. Muy bien, Jordan, ya podemos empezar.
– ¿Dónde te habías metido? -le preguntó ella a Noah, exasperada.
En lugar de responderle, Noah le echó un vistazo rápido, sonrió y siguió a Alec hacia la nave de la iglesia. Jordan tuvo ganas de gritar. Seguro que estaba con una mujer. Desde luego, no tenía remedio…
Debería haberle molestado, pero se echó a reír. Ser tan libre, tan desinhibido… No podía imaginarse cómo sería sentirse así. Pero Noah conocía muy bien esa sensación.
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