Hermann Hesse
Viaje al Oriente
(Novela)
A Hans C. Bodmer y su esposa Elsy
Título original:
DIE MORGENLANDFAHRT
Traducción de Víctor Scholz
Portada de C. Sanroma
Primera edición: Enero, 1979
© 1971, PLAZA & JANES, S. A., Editores
Virgen de Guadalupe, 21–33 -
Esplugas de Llobregat (Barcelona)
Printed in Spain
Impreso en España
Depósito Legal: B. 44.598-1978
ISBN: 84-01-44222-2
GRÁFICAS GUADA, 5. A.
Virgen de Guadalupe, 33
Esplugas de Llobregat (Barcelona)
Scan: el_gato
Corrección: fiosue
Mayo.2004
Fue el destino quien me deparó aquella fabulosa aventura. Pertenecía al Círculo y, como miembro del mismo, participé en aquel viaje único, cuyos milagrosos incidentes brillaron i como meteoros, para sumirse rápidamente en el olvido por el camino del descrédito. Esta coyuntura me anima hoy a intentar la descripción, breve y concisa, de aquella increíble odisea; odisea que desde los tiempos de Hüon y de Roldan el Furioso no ha sido llevada a cabo ¿por ningún hombre hasta el presente: esta época turbia, llena de desesperanza y, a la vez, fructífera de la posguerra. No creo engañarme al respecto a las enormes dificultades, no me refiero tan sólo a las que pueden surgir desde un punto de vista subjetivo, aun admitiendo que, por sí solas, ya han de ser considerables. Piensen que no, dispongo de ningún punto de apoyo firme — dato, documento, diario de viaje—, y que, en el transcurso de estos difíciles años, rebosantes de infortunios, enfermedades y desgracias, se han esfumado también gran parte de mis recuerdos. Los golpes adversos del destino, los continuos descorazonamientos, han ido minando mi memoria, así como la ciega confianza que antaño tenía depositada en ella, hasta debilitarla lamentablemente. Pero, prescindamos «4Í5 estas cuestiones personales. Aun así, me encuentro ligado por mi antiguo juramento, y si bien tal juramento no me priva en absoluto narrar mis aventuras personales, me prohibe en cambio, revelar cualquier secreto referente al Circuló. No ignoro que, al parecer desde hace tiempo, el Círculo no tiene una existencia visible. Sin embargo, pese a que no he vuelto a ver a ninguno de sus miembros, ninguna tentación o amenaza podría obligarme a quebrantar mi juramento. Por el contrario, si en el presenté o en el futuro fuera conducido ante un tribunal militar y me colocasen en la alternativa de dejarme matar o de revelar los secretos del Círculo, ¡con qué ardiente alegría moriría sin despegar los labios!
Quiero hacer constar aquí, de un modo incidental, que desde la publicación del Diario de Viaje del conde Keyserling, han aparecido diversos libros, cuyos autores, unas veces sin percatarse de ello, otras deliberadamente, producen- la impresión de ser miembros del Círculo y de haber participado en el viaje a Oriente. Las extravagantes descripciones turísticas de Ossendowski también cayeron bajo esta honrosa sospecha. Pero todas estas publicaciones no guardan la menor relación con el Círculo y con nuestro viaje a Oriente. A sus autores, en el>mejor de los casos, les unen con el Círculo las mismas relaciones marginales que ligan a los prédicas-dores de pequeñas sectas religiosas con el Salvador, los Apóstoles y el Espíritu Santo, y cuyos favores especiales aseguran disfrutar.
Es muy posible que el conde Keyserling haya dado la vuelta al mundo rodeado de las máximas comodidades, también es probable que Qssendowski recorriera todos los países que menciona, pero no cabe la menor duda de que en ambos casos sus viajes no fueron ninguna maravilla y que tampoco descubrieron regiones desconocidas. Por el contrario, en varias etapas de nuestro peregrinaje por Oriente, sin recurrir a los vulgares medios de comunicación modernos utilizados para el transporte en masa — los, trenes, los barcos, el telégrafo, el coche, el avión—, nosotros penetramos realmente en las esferas de lo heroico y de lo mágico. Fue poco. después de la terminación de la Guerra Mundial, cuando en el modo de pensar de los pueblos vencidos se había producido un estado extraordinario de irrealidad, una predisposición hacia todo lo sobrenatural, aunque concretamente, sólo en muy pocos lugares fueron arrolladas las fronteras y se intentasen algunos pequeños avances en el reino de la futura Psicocracia. Nuestra travesía del mar de la Luna hacia Famagusta, bajo la dirección de Alberto el Grande, el descubrimiento de la Isla de las Mariposas, doce líneas detrás de Zipangu, la sublime fiesta del Círculo ante la tumba de Ruediger; todo esto constituyen hechos y aventuras como sólo una vez les fueron dadas vivir a los hombres de nuestro tiempo y de nuestro continente.
Aquí, según veo, tropiezo con una de las mayores dificultades de mi narración. Sería relativamente fácil hacer comprender al lector la región en que se desarrollaron nuestras hazañas, la parte del alma a que pertenecían, si me fuera posible revelarle los secretos íntimos del Círculo. Pero el juramento sella mis labios y, debido a esto, muchas cosas, tal vez todas, le parecerán increíbles e incomprensibles al lector. Pero, aunque parezca paradójico, lo que en sí mismo es imposible, debe de ser intentado siempre de nuevo. Estoy en todo de acuerdo con Siddartha, nuestro sabio amigo de Oriente, que una vez dijo: «Las palabras no sirven para explicar un sentido secreto; siempre lo modifican algo, lo falsifican, lo ridiculizan. Esto es indudable, pero también lo es que aquello que para un hombre representa su tesoro y su sabiduría, le parece a otro una locura.
Ya hace siglos que los miembros y los historiadores de nuestro Círculo se vieron ante esta misma dificultad, aunque supieron afrontarla valientemente. Uno de ellos, uno de los Grandes, lo ha expresado de la siguiente forma en sus versos inmortales:
Quien mucho ha viajado, habrá visto a menudo cosas,
muy lejos de aquello que consideraba como verdad.
Si luego lo narra por los prados de su patria, casi siempre le tildarán de embustero, pues el cretino no se fía de nada si no lo ve por sí mismo claro y detallado; ya imagino que la inexperiencia dará muy poco crédito a mi canción.
Esta «inexperiencia» ha motivado también que nuestro viaje no sólo haya sido olvidado por la opinión pública, siendo así que antaño excitó la imaginación de millares de hombres hasta el éxtasis, sino que su recuerdo sea considerado hoy tabú. Pero en fin, la historia nos ofrece muchos ejemplos semejantes. La historia de la Humanidad me parece a veces un enorme pliego de láminas que reflejasen la nostalgia más vigorosa y obcecada del hombre: la nostalgia del olvido. ¿No intenta borrar cada generación todo lo que a la anterior le parecía más importante, empleando para ello la coerción, el silencio y la burla? ¿No lo acabamos de vivir últimamente? Recordemos la forma en que una guerra terrible, cruel y larga ha sido olvidada, negada, reprimida y borrada por pueblos enteros, y cómo estos mismos pueblos, ahora que se han recuperado un poco, tratan de recordar de nuevo mediante excitantes novelas de guerra aquello que ellos mismos provocaron y sufrieron. Llegará también el día en que las hazañas y los padecimientos de nuestro Círculo, hoy olvidados o bien ridiculizados por el mundo, sean descubiertos de nuevo. Mis anotaciones servirán para ello.
Una de las peculiaridades de nuestro peregrinaje a Oriente fue que, a pesar de perseguir con éste viaje unos fines colectivos muy concretos y elevados (los mismos pertenecen a los secretos del Círculo y me es imposible revelarlos aquí), cada uno de los participantes podía tener al mismo tiempo sus propios objetivos. Es más, debía de tenerlos, ya que nadie podía participar en el viaje sin estos objetivos particulares. Cada uno de nosotros, mientras parecía perseguir un ideal y un objetivo comunes y combatir bajo una misma bandera, llevada en sí como fuerza intrínseca y como último consuelo, sus propios y necios sueños de la infancia. El objetivo particular que me impulsara a mí a emprender el viaje, y por el cual fui preguntado antes de mi admisión en el Círculo por la Gran Silla, era extremadamente sencillo, en tanto que otros miembros se habían propuesto alcanzar fines que, aunque yo respetaba, no acababa de comprender del todo. Uno de ellos, por ejemplo, era buscador de tesoros y en su mente no alberga otro pensamiento que el de descubrir un gran tesoro al que llamaba «Tao»; a otro, se le había metido en la cabeza cazar una determinada serpiente, la cual, según decía, poseía poderes mágicos y a la que él llamaba «Kundalini. La finalidad que yo me había propuesto presentaba el objetivo de toda mi vida; que era realizar el sueño de mis años de adolescentes: ver a la princesa Fatme y, si ello me era posible, conquistar su amor.