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Charles Sheffield - Proteo desencadenado

Aquí puedes leer online Charles Sheffield - Proteo desencadenado texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Ciudad: Barcelona, Año: 1996, Editor: Ediciones B, Género: Ciencia ficción. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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  • Libro:
    Proteo desencadenado
  • Autor:
  • Editor:
    Ediciones B
  • Genre:
  • Año:
    1996
  • Ciudad:
    Barcelona
  • ISBN:
    978-84-406-6480-8
  • Índice:
    5 / 5
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Proteo desencadenado: resumen, descripción y anotación

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En el siglo XXII, la combinación de una bio-realimentación potenciada por ordenador con unas nuevas técnicas de quimioterapia ha permitido al ser humano no sólo curarse (eliminando la profesión médica), sino también alterar a voluntad su forma física. La alteración física, sin embargo, presenta aspectos oscuros, y la Agencia de Control de Formas que dirige Behrooz Wolf tiene la misión de impedir que formas ilegales o peligrosas se difundan. Mientras investiga proyectos de apariencia siniestra, Wolf encuentra pistas que lo conducen al mensaje legado hace millones de años por una especie extraterrestre. Más tarde, la recurrente imagen mental de un misterioso Bailarín le llevará a enfrentarse con los rebeldes que, desde el espacio exterior, se oponen al poder de la Tierra. Razones más que suficientes para replantear lo que significa ser humano precisamente en una época en la cual los humanos adquieren cualquier forma física si lo desean y cuando el nuevo Test de Humanidad resulta esencial para identificar a los miembros de la propia especie.

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Charles Sheffield

Proteo desencadenado

PRIMERA PARTE

S=k ∙ log W

Epitafio de Ludwig Boltzmann (1844–1906),grabado en su tumba, en Viena

1

Cuando el cambio no puede dar más de sí, es fácil ser fiel.

SIR CHARLES SEDLEY

Encontraron a Behrooz Wolf en los niveles más bajos de la Ciudad Vieja, en una sucia habitación que había visto días mejores en el pasado remoto.

Leo Manx se detuvo en la puerta. Contempló las paredes ajadas y grasientas y el techo lleno de telarañas, se atragantó con el olor rancio y retrocedió un paso. El suelo de la habitación estaba cubierto de viejos envoltorios y restos de comida. El hombre que le acompañaba avanzó. Sonreía por primera vez desde que se conocieron.

—Aquí tiene un residuo de la vieja Tierra. ¿Seguro que todavía lo quiere?

—Tengo que llevármelo, coronel. Órdenes de arriba. —Manx trató de respirar poco a poco mientras avanzaba. Sabía que Hamming se burlaba de él, como había hecho todo el mundo desde que llegó a la Tierra y explicó lo que quería. Lo ignoró; la misión era demasiado importante para dejar que se interpusieran asuntos insignificantes.

El mobiliario era mínimo: una cama, un grifo de comida, un sanitario y un sillón acolchado. A medida que Manx avanzaba, el olor empeoró; definitivamente, procedía del hombre desplomado en el sillón. Calvo, ojeroso y sucio, contemplaba la holografía a tamaño natural de una mujer rubia y sonriente que cubría la mayor parte de una pared manchada de humedad. La parte inferior de la holografía mostraba un poema en letras de seis centímetros de altura.

Ignorando al hombre y la holo, el coronel Hamming se agachó para inspeccionar una cajita de metal que había en el suelo, junto al sillón. Trenzas de cables multicolores corrían de la caja a los electrodos que el hombre sentado tenía en la cabeza. Hamming observó su emplazamiento, la nariz a sólo unos centímetros de los controles.

—Tiene usted suerte. Es de tipo medio.

Manx se quedó mirando el cuello arrugado y sucio del hombre sentado.

—¿Y eso qué significa?

—Significa que ha estado vaciando la vejiga y las tripas cuando lo necesita, y tal vez come algo de vez en cuando, así que no debería necesitar cirugía o cuidados de emergencia. Pero no se habrá molestado con mucho más.

—Ya veo. —Leo Manx examinó al hombre con más disgusto que curiosidad, sabiendo que dentro de un par de minutos más tendría que tocar esa piel moteada y grasienta—. Creía que las máquinas de sueño eran ilegales.

—Sí. También lo es defraudar a Hacienda. Muy bien, Doc, avíseme cuando esté preparado. Cuando yo apague esto, tal vez se ponga desagradable. Violento. Perderá todo ese bonito refuerzo de sus sueños. Tengo preparada una dosis.

—¿No quiere comprobar que tenemos al hombre adecuado antes de empezar? Quiero decir, he visto fotos de Behrooz Wolf, y esto… es… bueno…

El hombre de seguridad volvió a sonreír.

—¿No está a la altura de sus expectativas? No olvide que Wolf tiene setenta y tres años. Probablemente usted habrá visto sólo fotos de cuando está en un programa acondicionador. Comprobaremos la identidad cromosómica si quiere, pero le aseguro que se trata de él. No es la primera vez, ¿sabe? Hizo esto mismo otras tres veces más, antes de que lo expulsaran como jefe de la Oficina de Control de Formas. Siempre viene aquí, y siempre acaba con este aspecto. Nunca se había hundido tanto antes. Cuando aún tenía su puesto oficial, veníamos y lo rescatábamos antes. No podemos dejar que un burócrata gubernamental muera estando de servicio.

—¿Quiere decir que esta vez, si no les hubiera pedido que lo encontraran…?

—Usted, o cualquier otro. —Hamming se encogió de hombros—. No sé cómo lo hacen ustedes los nubáqueos —desdén en la voz—, pero aquí en la Tierra un ciudadano libre puede morir de la maldita forma en que elija. Prepárese, voy a desconectar. Le entrará el mono.

Manx permaneció impotente junto al oficial de seguridad, que desconectó cuatro interruptores en rápida sucesión, y luego arrancó los electrodos pegados a la cabeza calva. No hubo ningún sonido procedente de la unidad de biorrealimentación, pero el hombre del sillón se estremeció, y de repente se enderezó. Miró salvajemente a su alrededor.

—Wolf. Behrooz Wolf —dijo Manx, urgentemente—. Debo hablar…

—Agárrele el otro brazo —ordenó Hamming—. Va a saltar. El hombre ya se había puesto en pie y miraba a su alrededor con ojos inyectados en sangre. Antes de que Leo Manx pudiera actuar, Behrooz Wolf giró para soltarse y se abalanzó proyectando hacia él sus manos huesudas y engarfiadas. El oficial de seguridad estaba preparado. Disparó al instante la inyección en el cuello de Wolf, y contempló tranquilamente cómo la espantosa figura se detenía en seco. Hamming agitó una mano delante de la cara de Wolf y asintió cuando sus ojos se movieron para seguirla.

—Muy bien. Sigue consciente. Pero no tiene voluntad, así que hará lo que le digamos. —Hamming se volvió para guardar los cables en el compacto aparato de biorrealimentación—. Será mejor que nos lo llevemos y lo echemos en su propio tanque de control de formas antes de que empiece a recobrarse.

Manx no podía apartar los ojos de aquel rostro atormentado e inmóvil. Behrooz Wolf aún contemplaba la holografía, sin interesarse en nada más.

—¿Cree que la unidad de control de formas funcionará? Tiene que quererlo. Parece querer morir.

—Tendremos que esperar a ver qué ocurre. Demonios, no se puede obligar a nadie a querer vivir. Lo sabrá dentro de unas cuantas horas. Coja la unidad de realimentación, ¿quiere? —Hamming cogió a Wolf por él brazo y lo llevó hacia la puerta—. Oops. No debemos olvidarla. Es lo primero que querrá si supera la operación de control de forma. —Se giró hacia la pared y señaló el poema—. Así es como se sentía Wolf. Y aquí —señaló el ombligo desnudo de la proyección de la mujer— está el motivo para ello.

Manx leyó el poema que aparecía bajo la imagen.

Mis pensamientos libran una mortal batalla; detesto mi vida,
y con gritos de lamento, trayendo paz a mi alma,
a menudo llama ese príncipe que aquí reina.

Pero él, sonriente rey,
que dispersa desprecio, y sorprende a lo mejor,
tras haber sazonado su tumba con la rosa de la belleza
desdeña cultivar una, semilla, y no vendrá.

—Sombríos pensamientos. ¿Qué significa?

—Que me aspen si lo sé. Wolf siempre fue aficionado a las cosas antiguas: poesía, teatro, historia, tonterías inútiles de ese estilo. Debió de pensar que el poema le cuadraba.

—Es terrible. Debe de haberla amado muchísimo para derrumbarse de esa forma al perderla.

—Sí. —Hamming había desconectado la unidad de proyección y se guardaba el cubo en el bolsillo. Se encogió de hombros—. Es extraño. La conocí, y no me pareció nada del otro mundo. Supongo que sería buena en la cama.

—¿Cuánto tiempo hace que murió?

—¿Morir? ¿Se refiere a Mary? —Hamming había agarrado de nuevo a Wolf por el brazo, y lo sacaba firmemente de la habitación. Soltó una carcajada fuerte y ronca—. ¿Quién ha hablado de morir! ¡Ella lo dejó! Se marchó a Nubeterra con uno de ustedes, un tipo que conoció en un crucero lunar. Yo la habría largado con viento fresco, pero él se lo tomó a mal. Vamos, llevemos a Wolf a su tanque. Ya he soportado suficiente mal olor por hoy.

2

Un mensaje no es un mensaje hasta que las reglas para interpretarlo están en manos del receptor.

APOLLO BELVEDERE SMITH

No se marchaban. No había nada que ver, nada que oír, nada que saborear, que tocar, que sentir. Nada.

Y sin embargo había voces, susurrando, instando, empujando, persuadiendo, ordenando.

Por ahí. Un murmullo generalizado. Por ahí es por donde vas.

—No. No quiero cambiar. —Se debatió, incapaz de moverse o hablar mientras trataba de identificar la fuente de los sonidos. La discusión se había desarrollado en su interior eternamente, y ahora la estaba perdiendo. Las voces le invadían, miera a miera.

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