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Matt Ridley - Qué nos hace humanos

Aquí puedes leer online Matt Ridley - Qué nos hace humanos texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2003, Editor: ePubLibre, Género: Historia. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Matt Ridley Qué nos hace humanos
  • Libro:
    Qué nos hace humanos
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    2003
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Qué nos hace humanos: resumen, descripción y anotación

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En febrero de 2001 se anunció que el genoma humano no contiene cien mil genes, como se creía en un principio, sino sólo treinta mil. Esta sorprendente revisión llevó a los científicos a pensar que no existen suficientes genes humanos para todos los tipos diferentes de comportamiento, por lo que nuestro carácter debe de formarse a partir del entorno o del ambiente, no de la genética. Sin embargo, Matt Ridley sostiene que el ambiente también depende de los genes y que los genes necesitan de él, ya que éstos absorben experiencias formativas, reaccionan a factores sociales e incluso hacen funcionar la memoria. Cincuenta años después del descubrimiento del ADN, este libro es la crónica de una revolución en nuestros conocimientos sobre los genes. Ridley reescribe los cien años de enfrentamientos entre los partidarios de la naturaleza o la herencia y los defensores del entorno para explicar cómo una criatura tan paradójica como el ser humano puede tener una voluntad libre y a la vez estar influido por el instinto y la cultura.

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En febrero de 2001 se anunció que el genoma humano no contiene cien mil genes - photo 1

En febrero de 2001 se anunció que el genoma humano no contiene cien mil genes, como se creía en un principio, sino sólo treinta mil. Esta sorprendente revisión llevó a los científicos a pensar que no existen suficientes genes humanos para todos los tipos diferentes de comportamiento, por lo que nuestro carácter debe de formarse a partir del entorno o del ambiente, no de la genética. Sin embargo, Matt Ridley sostiene que el ambiente también depende de los genes y que los genes necesitan de él, ya que estos absorben experiencias formativas, reaccionan a factores sociales e incluso hacen funcionar la memoria.

Cincuenta años después del descubrimiento del ADN, este libro es la crónica de una revolución en nuestros conocimientos sobre los genes. Ridley reescribe los cien años de enfrentamientos entre los partidarios de la naturaleza o la herencia y los defensores del entorno para explicar cómo una criatura tan paradójica como el ser humano puede tener una voluntad libre y a la vez estar influido por el instinto y la cultura.

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Matt Ridley

Qué nos hace humanos

ePub r1.0

ugesan6430.01.14

Título original: Nature Via Nature. Genes, Experience, and What Makes Us Human

Matt Ridley, 2003

Traducción: Teresa Carretero e Irene Cifuentes

Retoque de portada: ugesan64

Editor digital: ugesan64

ePub base r1.0

Notas 7 D ENNETT D Darwins Dangerous Idea Penguin 1995 N de la T - photo 3

Notas

[7] D ENNETT , D., Darwin’s Dangerous Idea, Penguin, 1995.

(N. de la T.) «Skyhook» es un helicóptero cuyo fuselaje está configurado para elevarse provisto de un cordel de acero y un gancho para alzar y transportar objetos pesados.

Prólogo

P RÓLOGO

D OCE HOMBRES BARBUDOS

¡Ay, ay, cómo culpan los mortales a los dioses!, pues de nosotros, dicen, proceden los males. Pero también ellos por su estupidez soportan dolores más allá de lo que les corresponde.

La Odisea, Homero

(traducción de José Luis Calvo)

«R evelado el secreto de la conducta humana», rezaba el titular a toda plana del periódico dominical británico Observer del 11 de febrero de 2001. «El entorno, y no los genes, clave de nuestros actos». La historia tenía su origen en Craig Venter, el hombre de los genes que había triunfado por su propio esfuerzo y fundado una compañía para descifrar la secuencia completa del genoma humano (el suyo propio) compitiendo con un consorcio internacional financiado con fondos procedentes de impuestos y donaciones. Esa secuencia —una hilera de tres mil millones de letras formada por un alfabeto de cuatro letras que contiene la receta completa para la construcción y el funcionamiento de un cuerpo humano— iba a publicarse en el curso de la semana siguiente. El primer análisis había revelado que el genoma humano sólo contenía 30 000 genes, no los 100 000 que se había calculado hasta pocos meses antes.

Los detalles ya se habían divulgado a los periodistas, pero con la prohibición de publicarlos. Aun así, Venter difundió la historia en una reunión pública en Lyon el 9 de febrero. Robin McKie del Observer se encontraba entre los asistentes e inmediatamente consideró que la cifra 30 000 ya era pública. Se acercó a Venter y le preguntó si se daba cuenta de que la prohibición quedaba sin efecto. Sí, se daba cuenta. No era la primera vez que, en los tiempos de rivalidad cada vez más encarnizada sobre el genoma humano, la versión de Venter se anunciaba en titulares antes que la de sus rivales. «Simplemente no tenemos los suficientes genes para que esta idea del determinismo biológico sea cierta», dijo Venter a McKie. «La maravillosa diversidad de la especie humana no está integrada en nuestro código genético. Nuestro entorno es decisivo».

Contemplando la primera edición del Observer otros periódicos siguieron el ejemplo. «El descubrimiento del genoma conmociona a los científicos: el mapa genético contiene muchos menos genes de lo que se pensaba: la importancia del ADN queda minimizada», proclamaba el San Francisco Chronicle a última hora de ese domingo. No sólo McKie se había adelantado a publicar la historia; Venter había fijado el tema.

Se había creado un nuevo mito. En realidad, el número de genes humanos en nada cambiaba las cosas. Los comentarios de Venter ocultaban dos conclusiones erróneas: la primera, que menos genes suponían más influencias ambientales; y la segunda, que 30 000 genes eran «muy pocos» para explicar la naturaleza humana cuando 100 000 habrían sido suficientes. Como me dijo unas semanas antes sir John Sulston, uno de los directores del Proyecto Genoma Humano, sólo 33 genes, presentes cada uno en dos variedades (activas o inactivas), bastarían para hacer que cada ser humano del mundo fuese único. Hay más de diez mil millones de formas de echar una moneda al aire 33 veces. Así que, después de todo, 30 000 no es un número tan pequeño. Dos multiplicado por sí mismo 30 000 veces produce un número mayor que el número total de partículas en el universo conocido. Además, si menos genes significara más libre albedrío, eso haría más libres a las moscas del vinagre que a las personas, a las bacterias más libres todavía y a los virus, los John Stuart Mill de la biología.

Afortunadamente, no eran necesarios unos cálculos tan complicados para tranquilizar a la población. No se veía a la gente lamentándose por la calle ante las humillantes noticias de que nuestro genoma tenía menos del doble de genes que el de un gusano. Nada se había adjudicado al número 100 000, simplemente era una mala conjetura. Pero después de un siglo de argumentos cada vez más repetitivos sobre el ambiente frente a la herencia no tenía nada de extraño que la publicación del genoma humano hubiera eliminado las barreras del debate naturaleza–entorno. Era, con la posible excepción de la cuestión irlandesa, el argumento intelectual que menos había cambiado en el siglo que acababa de finalizar. Había dividido a fascistas y comunistas tan nítidamente como sus políticas. Había continuado implacable a lo largo de los descubrimientos de los cromosomas, el ADN y el Prozac. Estaba predestinado a debatirse tan encarnizadamente en 2003 como lo fue en 1953, el año del descubrimiento de la estructura del gen, o en 1900, el año en que comenzó la genética moderna. Hasta el genoma humano se alegó desde un principio como argumento a favor del entorno frente a la naturaleza.

Durante más de cincuenta años algunas voces sensatas se habían elevado para pedir el fin del debate. La cuestión de la naturaleza frente al entorno se había declarado desde agotada y acabada hasta inútil y errónea: una falsa dicotomía. Todo aquel con una pizca de sentido común sabía que los seres humanos son el resultado de una interacción entre los dos. Sin embargo, nadie pudo detener la discusión. Inmediatamente después de declarar el debate inútil o agotado, el clásico protagonista se precipitaría a la batalla y empezaría a acusar a otros de exagerar la importancia de uno u otro extremo. Los dos lados de este debate son los nativistas, a los que a veces llamaré genetistas o partidarios de la herencia o la naturaleza, y los empiristas, a los que algunas veces llamaré ambientalistas o partidarios del entorno.

Antes de nada, déjenme que ponga las cartas sobre la mesa. Creo que tanto la naturaleza o la herencia como el ambiente explican la conducta humana. No respaldo una tendencia ni la otra, pero eso no significa que esté adoptando una postura «a mitad de camino». Como dijo una vez el político tejano Jim Hightower: «En mitad del camino no hay más que una línea amarilla y un armadillo muerto». Mi intención es demostrar que, efectivamente, el genoma ha cambiado todo; no ha cerrado el debate ni ha ganado la batalla a favor de un lado u otro, sino que ha pulido los argumentos de ambos extremos hasta llegar al punto medio. El descubrimiento de cómo influyen realmente los genes en la conducta humana, y cómo influye la conducta humana en los genes, está a punto de dar una forma completamente nueva al debate. Ya no se trata de la naturaleza frente al ambiente, sino de la naturaleza por vía del ambiente (

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