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Federico Jiménez Losantos - Barcelona, la ciudad que fue

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Federico Jiménez Losantos Barcelona, la ciudad que fue

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FEDERICO JIMÉNEZ LOSANTOS Nace en Orihuela del Tremedal Teruel el 15 de - photo 1

FEDERICO JIMÉNEZ LOSANTOS. Nace en Orihuela del Tremedal (Teruel) el 15 de septiembre de 1951, hijo de un zapatero y una maestra. A los diez años gana una beca y estudia interno el bachillerato en Teruel, donde tiene como mentores a J. A. Labordeta y J. Sanchís Sinisterra. Hace teatro —Lorca, Cervantes, Mrozeck—; lee a Kafka, Proust, Joyce, Kerouac y los americanos del boom; escribe poesía, juega al fútbol y se apasiona por la música pop y el soul. Cursa Filología Española en Zaragoza y Barcelona, donde se licencia con una tesis sobre los esperpentos de Valle-Inclán. Aunque captado por el PCE en Zaragoza, sólo militará brevemente en Bandera Roja y el PSUC hasta su legalización. Pero ya en 1976, tras leer a los disidentes soviéticos y pasar un mes en la China de Mao, rompe definitivamente con el comunismo.

Su vida en la apasionante Barcelona de los setenta la ha recordado en La ciudad que fue. Trabaja dando clases de literatura, estudia psicoanálisis y además de Revista de Literatura y Trama —revista de pintura—, funda en 1978, con Cardín, Broto, Rubio y Mesquida, Diwan, que reúne hasta 1981 a toda la generación que evoluciona de la izquierda al liberalismo. En 1979, El Viejo Topo —revista en la que debuta defendiendo los derechos de los gays— le da su I Premio de Ensayo por «La cultura española y el nacionalismo». Le piden ampliarlo en un libro y escribe Lo que queda de España, donde por primera vez se critica la discriminación lingüística en Cataluña y la sumisión de la izquierda al nacionalismo. El Viejo Topo se niega a publicarlo y, tras gran polémica, lo hace la anarquista Ajoblanco, pero su gran apoyo es El País, entonces liberal y españolista, que publica un capítulo y cuya estrella, Francisco Umbral, presenta el libro en Madrid como «el nacimiento de un gran escritor español».

En 1980 Pujol gana las elecciones, El País cambia de línea y FJL se va a Diario 16. En 1981, el ambiente es tan opresivo que decide abandonar Barcelona y obtiene el traslado a Madrid. Pero es uno de los primeros firmantes del «Manifiesto de los 2300» por los derechos lingüísticos, y en la noche del 20 de mayo, al salir de clase, es secuestrado por terroristas de Terra Lliure, que le abandonan atado a un árbol y con un tiro en la rodilla. Ese verano, convaleciente, termina su primer libro de poesía publicado: Diván de Albarracín.

En Madrid, su carrera periodística es fulgurante. Pedro J. Ramírez lo hace jefe de Opinión y columnista de Diario 16. El mismo día lo fichan Luis del Olmo para Protagonistas, en Antena 3, donde se queda. Participa en el nacimiento de A3TV, cadena en la que dirige y presenta la Historia de los judíos españoles (1992). Tras el «antenicidio» desembarca con Antonio, Luis y J. M. García en la COPE. En 1998 muere Antonio Herrero y le toca dirigir La linterna durante cinco años con gran éxito. Luego pasa, durante seis más, a La mañana, en la que alcanza una controvertida y extraordinaria popularidad.

En 1999 funda La Ilustración Liberal; en 2000, el innovador diario en la red Libertaddigital.com (hoy con 4 500 000 usuarios únicos); en 2007, Libertad Digital TV, y en 2009, esRadio. Vicepresidente del grupo LD, dirige Es la mañana de Federico, que en su primer año recibe, por votación popular, el Premio de la Academia Española de la Radio al mejor magacín matinal. Ha recibido también el Micrófono de Plata y el de Oro; el Espejo de España de ensayo, y el González Ruano, el Continente y el Premio del Parlamento Europeo de periodismo escrito, entre otros muchos. Durante treinta años, sus artículos han venido publicándose en El País, Diario 16, Cambio 16, ABC, Época, El Nuevo Herald y, actualmente, en El Mundo.

Sus libros sobre historia y política o sus antologías de artículos son siempre grandes éxitos: La dictadura silenciosa. Contra el felipismo, Crónicas del acabose, La última salida de Manuel Azaña (Premio Espejo de España), Los nuestros, Con Aznar y contra Aznar, El adiós de Aznar, España y libertad, Federico responde, De la noche a la mañana. El milagro de la COPE, La ciudad que fue, Breve historia de España (con César Vidal) y Memoria del comunismo han sido superventas. Pero no ha abandonado la poesía. En 1999 publicó una selección de sus poemas, casi todos inéditos: Poesía perdida 1969-1999. Y en 2009, justo antes de la liquidación de la COPE y el nacimiento de esRadio, publicó los haikus de La otra vida, poemas que forman el que considera su mejor libro.

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LA CIUDAD DE LA LIBERTAD


A comienzos de los años setenta, miles y miles de jóvenes de toda España llegaban a Barcelona en busca de libertad. En realidad, Barcelona no tenía mucha más libertad que otras ciudades españolas; la libertad la poníamos los que íbamos allí a buscarla. Pero éramos tantos que, al poco de llegar, se notaba. La ciudad era entonces, más que nunca, las Ramblas, estación de ida y vuelta, apeadero y oasis, fulgor y sombra abiertos las veinticuatro horas del día. Y pasado el primer deslumbramiento, la primera fonda, el piso de paso o el lecho prestado, una vez confirmada la decisión previa de irse a vivir allí, aquella riada humana, aquel hormiguero de colores psicodélicos, con menos obreras que reinas, se esparcía por las callejas y avenidas, los cuartuchos y las fondas, los pisos compartidos del extrarradio y los pueblos vecinos en la montaña o junto al mar. Porque además estaba, invisible, el mar.

Lo que hace a una ciudad y lo que una ciudad nos hace no reside en el trazado de sus calles, las lenguas que en ellas oímos, la manera de vestir, el ritmo de la gente al andar, sus infinitos signos, monumentos y piedras caedizas; ni siquiera esos arrabales donde la ciudad ya no existe y, sin embargo, está. Una ciudad es el espíritu que en un determinado momento la anima, ese algo impalpable que nos atrae o nos repele. Y en aquellos años setenta, Barcelona parecía imantada por un extraño atractivo que la hacía irresistible. A ella acudíamos de todas partes, buscando lo que no podíamos encontrar en la provincia pequeña ni en la otra ciudad grande, Madrid, en la que toda libertad parecía más difícil, mientras que en Barcelona la creíamos al alcance de la mano. Y la tomábamos.

Alejada del oficialismo, aunque extraordinariamente beneficiada por los éxitos económicos de la Dictadura, abigarrada y opulenta, Barcelona parecía la ciudad más abierta al futuro, la que albergaba las grandes editoriales españolas populares y renovadoras, las nuevas revistas, las nuevas ideas, la nueva música; la que traducía y digería sin masticar todas las novedades artísticas y culturales de Europa —tan cercana en la geografía— y del mundo, que en aquel entonces ya no parecía, como en la novela, ancho y ajeno. Para mí, el resto del mundo era California.

Pocas veces ha estado tan bien empleada la frase «irse a vivir», porque a vivir nos íbamos. No sólo a trabajar, a estudiar, a conocer mundo, gente distinta, cosas nuevas y mejores, sino a vivir, en toda la extensión del término. ¿Y qué es lo que nos lleva a cambiar de ciudad para cambiar de vida? No suele ser un cálculo, sino un pálpito, un algo que nos permite hacernos la ilusión de un todo.

He pensado muchas veces por qué, de los dos lugares en los que podía terminar la carrera de Filología Española, Barcelona y Madrid, elegí Barcelona. Y he concluido que la clave de mi decisión y de la de muchos otros estuvo en una revista que no tenía la proyección política de Triunfo o Cuadernos para el Diálogo, las dos que recomendaba leer el PCE a sus militantes y a los «compañeros de viaje» como yo. Esa revista era Fotogramas. Aunque dedicada esencialmente al cine y escaparate de todo lo nuevo y todo lo reciclado del cine español (que era casi todo lo nuevo), allí aparecían con «su nueva imagen», aproximadamente anual, cantantes, actores, artistas de vanguardia y editores chic. Allí, con el consultor Mister Belvedere como acomodador, veíamos cada semana a Serrat y María del Mar Bonet, Pic Nic y Pi de la Serra, Els Joglars y Nuria Espert, Romy y Teresa Gimpera, Terenci Moix y Maruja Torres, Ángel Casas y Joan de Sagarra, amén de las referencias editoriales: Barral y Castellet, Vázquez Montalbán y Juan Marsé, los tres hermanos Goytisolo, Edigsa y Bocaccio, el Drugstore y las Ramblas. Al final, siempre, las Ramblas…

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