Ochenta años después de la Guerra Civil, los comunistas de Iglesias volvían al Gobierno de la mano de los socialistas de Sánchez. Y, a la vez, se desataba la catástrofe del Covid19, que dotó al Gobierno de poderes especiales y permitió a Podemos afianzarse y desarrollar iniciativas desastrosas, desde el mantenimiento del 8M que dispara los contagios, hasta sus planes ecologistas contra el turismo y los automóviles o las subidas fiscales generalizadas. Iglesias y Montero han cambiado un movimiento antisistema que llegó a casi seis millones de votos por un partido comunista dinástico de solo tres millones, pero que es clave en el bloque de poder izquierdista y separatista.
El caso Dina y las derrotas electorales en Galicia y País Vasco destaparon las debilidades de un partido dependiente totalmente de su líder. Pero ¿quién es Pablo Iglesias? ¿Es verdad lo que cuenta de su familia? ¿Cuál es su relación con el narco-chavismo? ¿Podría el Gobierno Sánchez-Iglesias acabar con la monarquía y el régimen constitucional?
Tras su último libro Memoria del comunismo , Federico Jiménez Losantos responde a estas preguntas y plantea dos esenciales: ¿qué mutaciones hacen del comunismo un peligro real en pleno siglo XXI ? ¿Sobrevivirá España a la acción conjunta de la izquierda y el separatismo?
A todas las víctimas del comunismo en Venezuela, cuyo martirio se quiere repetir en España.
P RÓLOGO
L O QUE VA DE AYER A HOY
En octubre de 2017 entregué a La Esfera de los Libros el texto de Memoria del comunismo. De Lenin a Podemos , que salió al mercado en enero de 2018. Ni la editorial ni yo podíamos pensar que iba a vender más de treinta ediciones y de cien mil ejemplares, señal de que no hay muchos libros sobre el comunismo y de que, por lo que estaba pasando en Venezuela, raíz y referencia de Podemos, en la opinión pública crecía el temor de que España siguiera la deriva chavista de la que aviso en Memoria y que, tres años después, se ha consumado. Mientras tanto, el régimen narcocomunista, aliado con Rusia, China e Irán, ha provocado la mayor catástrofe en términos de vidas, pérdida de propiedades y de derechos civiles de toda la historia de América.
Sin embargo, la llegada al Gobierno de Iglesias, epítome de Lenin en Memoria , obliga a una actualización de urgencia. La naturaleza proteica, cambiante y engañosa del comunismo no altera su condición esencial: la de ser una doctrina contra la propiedad privada que necesariamente destruye la libertad individual y cualquier forma de Estado de derecho. Y en España presenta variantes especiales con respecto a las formas clásicas de acceso al poder de los comunistas, que son tres: violencia insurreccional y guerra civil —URSS, China, Vietnam, Camboya—; ocupación militar —países de Europa Oriental que toma el Ejército Rojo tras la Segunda Guerra Mundial—; y la corrupción de un Gobierno salido de las urnas, pero cuyo líder va minando la división de poderes hasta imponer un régimen comunista —Venezuela—.
El caso de España es tan singular que ofrece dificultades casi insalvables para explicarlo a quienes no conozcan la historia del comunismo y la de España, un país aparentemente inaccesible al peligro comunista. La nuestra es lo que suele llamarse una democracia avanzada, miembro de la Unión Europea, la cuarta economía de la zona y cuya calidad de vida, del sistema sanitario al asistencial, la coloca entre los mejores países del mundo para vivir. Aun así, España tiene un cáncer: los movimientos separatistas catalán y vasco, con los que colaboran socialistas y comunistas, y que se han expandido a la Comunidad Valenciana, Baleares y Navarra.
Tiene también España un régimen constitucional de monarquía parlamentaria, como el danés, el inglés o el sueco, salido de la Transición democrática que acabó pacíficamente con la dictadura franquista y fue votado de forma masiva por los españoles en 1978. Los comunistas de Podemos, con los separatistas vascos, catalanes y gallegos, pretenden derribar la monarquía, a la que tachan de continuación del franquismo, cuando fueron Juan Carlos I, heredero de Franco a título de Rey, y Adolfo Suárez, secretario general del partido único franquista, los que trajeron la democracia, pactada con el PCE. Y atacan a la Corona porque, hoy por hoy, es un dique legal infranqueable para los proyectos de fragmentar España.
La legitimidad de la Transición fue por primera vez cuestionada por un Gobierno del PSOE, el de Rodríguez Zapatero en 2004, que promulgó una Ley de Memoria Histórica avalada por la derecha e incluso por Juan Carlos I, y que, tras los años perdidos de Rajoy, ha retoñado con Pedro Sánchez. Tras sacar el cadáver de Franco del Valle de los Caídos —sórdido exorcismo histórico de la derrota del bando del Frente Popular ochenta años antes, retransmitido por televisión como el Día D en Normandía, y que reabre simbólicamente la Guerra Civil—, el Gobierno Sánchez, hijo político del ahora embajador del narco-régimen venezolano, promulga una ley tras otra de «reparación histórica» antifranquista. Antes de que Podemos entrase en el Gobierno anunció la creación de una especie de Ministerio de la Verdad para perseguir legalmente a los que no comulguen con la idea del pasado de la izquierda, que no es la anticomunista del PSOE de Besteiro y González, sino la de Negrín y Álvarez del Vayo, un socialismo enfeudado al comunismo.
Esa dictadura sobre la memoria es algo que, aunque relativamente nuevo en Occidente —al menos con respecto a la ferocidad iconoclasta actual, capaz de derribar estatuas de Colón en América, con el aplauso de la jefa del grupo demócrata en el Congreso, o la de Churchill en Gran Bretaña—, existió desde 1917 en Moscú o Pekín. La llamada «cultura de la cancelación» tiene su modelo en la Revolución Cultural china, que destruyó buena parte de los cuatro mil años de civilización por budista, confuciana o, simplemente, «vieja».
Pero hay aspectos del comunismo actual que se han desarrollado tras la caída del Muro de Berlín y que tienen una importancia esencial en el nuevo totalitarismo de izquierda tan visible en Podemos o en regímenes despóticos iberoamericanos como la Bolivia de Evo Morales o la Argentina de los Kirchner. Son, por citar solo cuatro, el racismo (Black Lives Matter), el indigenismo, el parafeminismo queer y el ecologismo, unos frentes ideológicos que parecen muy alejados de la lucha de clases marxista-leninista hasta que uno se fija en que sus enemigos son los mismos: la propiedad, la libertad individual y el derecho natural; y que su herramienta es también la misma: la ingeniería social, eso que ahora muy equívocamente se llama marxismo cultural, que abreva en fenómenos ideológico-mediáticos norteamericanos como el #MeToo, el queer o el del cambio climático, ayer acaudillado por Al Gore, hoy por Greta Thunberg.