Fernando Savater - Apología del sofista
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- Libro:Apología del sofista
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:1973
- Índice:4 / 5
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Apología del sofista: resumen, descripción y anotación
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FERNANDO SAVATER (San Sebastián, España, 1947). Profesor de filosofía durante más de treinta años. Ha escrito más de cincuenta obras, entre ensayos filosóficos, políticos, literarios, narraciones y teatro. Está en posesión de varios doctorados honoris causa otorgados por universidades de España, Europa y América, así como diversas condecoraciones, entre ellas la Orden del Mérito Constitucional de España, la Gran Cruz del Águila Azteca y es Chevalier des Arts et Lettres por el Gobierno de Francia. Ha formado parte de varios movimientos cívicos de lucha contra la violencia terrorista en el País Vasco, entre ellos «Basta Ya», que obtuvo el año de 2000 el Premio Sájarov a la defensa de los Derechos Humanos del Parlamento Europeo. En 2014 ha sido galardonado en Italia con el Premio Internazionale del Mediterraneo.
A MIS HERMANOS JOSE, MARIVÍ Y CARLIS:
por lo mucho y lo bien
que hemos jugado juntos.
Título original: Apología del sofista
Fernando Savater, 1973
Diseño de cubierta: Luis Pita
Editor digital: Titivillus
ePub base r2.1
[1] Pablo Fdz. Flórez me envía, a este respecto, la siguiente nota:
En la ocasión de un malentendido vano me cederás, Fernando, amigo mío, este margen que no me debes, pero como por subrayar una actitud que, por en el esbozo de tu epílogo, yo mismo ahora como entonces repudio y desheredo.
¿Malentendido?: quiero decir mal oído; oída apenas mi actitud y su voz y ya sospechará un alguno de qué sordina. En donde, si acaso con ella apetecí ensordecer a un público (que fue esperanzador, pero por su número), adelgazada hasta el susurro luego, no se me hizo más que como cera para atenciones sordas y para oídos sordos. Léase entonces esta anotación marginal en el modo propio de quien subraya su voz o, si en lo posible, repara su disminuida habilidad oratoria.
Se trata de un como al error y como en el errar, alucinatorios, por entre la oscura grieta que separaría una primera filosofía, a la que nombro narrativa, de una otra que se conviniera con los irónicos ejercicios que son del sofista su oficio o su trabajo en el mundo (o no sé si en Grecia).
Ahora también fue mi voz otra vez y aún (o mucho me lo temo, mi amigo), la que se prestó para la simulación, acaso, de una extrañeza que sin duda extrañó a alguno; consternación que acaricié en razón y en principio de lo postulado como una evidencia allí, el «juicio al sofista», hoy ya al menos curioso por su mera posibilidad —o bien es que se propaga una especie de optimismo en la cultura; ¿cómo se juzgará a éste que nunca destruyó las sacras efigies de los dioses?: aunque él sonría ateísmos, ¿no desmembró de lo viril a muchos Hermes Alcibíades, sin que una blasfemia activa así sentenciara su vida de juego de amor y de juego de guerra?; ¿qué juez llevará a juicio al que no conspiró en tiempo alguno contra el poder de la ciudad o contra sus leyes?: y si acaso predicara como algún nihilismo al precio, ¿no lo hicieron ya otros en más salvajes siglos?; y sólo murió quien quiso inscribirse mártir en la memoria; en fin, ¿qué ley tratará como sujeto a quien la inmortalidad le es en todo ajena?; pues si hablara en lenguas de cualquier inmoralismo, ¿no fue más bien ése que se recrea con la exhibición de su libertinaje, aunque moderado, el favorito de los pueblos? A estos extremos de brutalidad gratuita muy pocas veces se exageró la policía o el Estado, que gusta de la efectividad y del ahorro, aunque no del escrúpulo; y no sé en qué le inquietaría aquel sofista que se nos pintó: que aún tal tiranía pareció tolerar, excepto en los años del terror y de la tortura (pero ésos fueron años de demencia), semejantes gimnasias retóricas o universitarias; porque, castradas de su propia presencia o del acto, vanamente se enchaquetaron de Academias en aquel su destierro del sentido.
Tanto más, sin duda, en un hoy como el de hoy —e incluso en el país que los paisanos nombran el ¡qué país!
Conviene por eso atajar de plano y rápido entre la Academia, los Ministerios o la Universidad, y aquel mercado que lo fue para la voz del sofista, para ese verbo que de cierto expuso el asunto aunque el asunto jamás le poseyera. Yo diría que un desfiladero así propuesto tiene que hundirse entre los bostezos, que son lo propio en los barbitúricos discursos, favorecedores y propagandistas de «la virtud que adormece», y una muy otra cima que llamé entonces de la provocación. Vereda una de la retórica, indiferente en tanto tal y ciertamente la misma en ambos muros precipitados; —sí, pero nadie me negará que dicha certeza no puede oscurecer como la otra clara intuición por la que nos es dado saber que no habitan un mismo planeta Pedro de Lorenzo y el hermoso Gorgias.
Por lo que yo jamás haría depender una diferencia tan inmediata del mero grado, mayor o menor, en una gramática habilidad, pero en la ausencia académica y en la presencia sofística de un número de bellos ánimos, fuertes por su sonrisa o por su raro humor primitivo.
Si expresé, por suerte, del tema algún punto crítico, de lo que acaso sugestivo o polémico, fue en la proposición de un doble, y lejano a sí mismo, ejercicio filosófico: una como aridez a lo primero, que con muy clásicas sequedades narra la experiencia (el poder como sentimiento o el dios) en su repetitiva presencia de acto —una música a lo segundo o un encantamiento que voca y provoca aquel acto, pero como si, y en tanto que por su mismo abrirse a él, ya él asimilara sí mismo, o la abertura y disposición, que no es sino el allegarse del dios como atravesando su lejanía: y así se diría poder del sofista su lejanía de sí mismo o su libertad en el asunto; un pensamiento, por volver al narrativo que se asienta en su sentido o como en el cuerpo o como en el pensar simple, por primitivo (pues que el pensar es un paisaje que en mí se ve, y que se da el horizonte de mi límite en este verse que es, por él, mi asimilación, cuando cada cuchillo en lance plural de su luz plural, o de su color en armonía de lucha, hiere mi cuerpo en una pupila de fuego que es ella misma el color— pues que es el pensar el encuentro de la carne, como el descubrimiento de la Atlántida o de las Américas, y de la sombra germinante de sus selvas en mí amor, o en ella, para que luego la entrada en Tierra Firme, que parece entonces abovedar y recoger sus oscuridades carnales, se ponga por la carne o por mí de sí misma a sí misma el eyacular en el que retorna a sí o mi meditación, esta infinitud del Amor que ya es inmediatamente pensar) un pensamiento el sofístico que se distrae en alegre romería, en inquisición de los prados y manantiales adivinados del cuerpo, pero que ya cuando los romeros extienden su talle de gala es hierbal de muchos yuyos en lanza, o espigas libres de cintura que obedecen, curvas, los vientos de la música, y sacan luego la bota, y pueblan el aire de serranos borbollones, en los que el vino brota en tan pura agua que este agua, apenas abre los ojos a la luz, ya gorgotea en una garganta y ya se descubre fuente que extravió a Ponce de León y a Hernando de Soto: y ha tiempo llegaron al prado, mas ellos no lo saben, porque se desconocen y han distraído sus caminos; el dios que les visita es el dios desconocido, un dios que les hace sentir que hay muchos vinos que probar; pero ellos, que creen buscar una satisfacción, se buscan a sí mismos y ya se encontraron desde un principio: por eso el sentido de sus cantos sólo se muestra allí donde ellos no creerían decirlo.
Decía Spinoza que era filósofo porque se aseguraba en el sentido de la palabra; pero no por eso creeré de Gorgias que era un hombre indigno. Y sin duda que son conyugales ánimos, aquel de quien se nombra impasible por su fuerte virtud con ese otro que se expresará como su lúcida o delirante interpretación, como la autoconciencia de sí o un valeroso apetito de virtud.
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