Annotation
Con una mezcla de ternura, ironía, melancolía, acidez y sentido del humor, el filósofo relata la historia de su vida, o más bien “lo que el tiempo ha hecho conmigo”, como él prefiere describirlo. La primera parte se ocupa de su infancia en San Sebastián, la etapa más feliz de su vida, que llega hasta los doce años cuando su familia se trasladó a Madrid. La segunda recoge sus recuerdos de adolescencia y primera juventud, hasta la muerte de Franco, cuando Savater contaba veintiocho años. La tercera parte abarca hasta hoy mismo, y se centra en su compromiso político, pues “hacer política cuando la democracia está amenazada es precisamente la primera obligación de una conciencia sana”.
FERNANDO SAVATER
MIRA POR DÓNDE
AUTOBIOGRAFÍA RAZONADA
© Fernando Savater, 2003
© De esta edición: Santillana Ediciones Generales, S. L., 2003
www.taurus.santillana.es
Diseño de cubierta: Pep Carrió y Sonia Sánchez
Fotografía de cubierta: Foto del autor a los diez años, tomada por su padre.
ISBN: 84-306-0498-7
Dep. Legal: M-6.156-2003
Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con la autorización de los titulares de la propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y sgts. del Código Penal)
A Sara: mira, mi vida
Cada día vemos novedades y las oímos y las pasamos y las dejamos atrás. Disminúyelas el tiempo, hácelas contingibles. ¿Qué tanto te maravillarías si dijesen: la tierra tembló, u otra semejante cosa, que no te olvidases luego? Así como: helado está el río, el ciego ve ya, muerto es tu padre, un rayo cayó, ganada es Granada, el rey entra hoy, el turco es vencido, eclipse hay mañana, la puente es llevada, aquél es ya obispo, a Pedro robaron, Inés se ahorcó. ¿Qué me dirás sino que a tres días pasados, o a la segunda visita, no hay quien de algo se maraville? Todo es así, todo pasa de esta manera, todo se olvida, todo queda atrás.
FERNANDO DE ROJAS, La Celestina
Vino, enséñame el arte de ver mi propia historia como si ésta ya fuera ceniza en la memoria.
JORGE LUIS BORGES
PRÓLOGO
DESPUÉS DE TODO
Cuando me paro a contemplar mi estado,
y a ver los pasos por do me han traído,
hallo, según por do anduve perdido,
que a mayor mal pudiera haber llegado.
GARCILASO
En el comienzo... en el comienzo estuvo siempre mi firme propósito de no trabajar. No puedo por menos de reírme frecuentemente cuando admiradores desinformados —valga el pleonasmo— encomian mi capacidad de trabajo y comentan: «¡No sé de dónde sacas tiempo para trabajar tanto!». ¿Cómo aclararles que nunca —bueno, casi nunca, poquísimas veces tristemente inolvidables— he aceptado trabajar y siempre he considerado tal sumisión a la condena de Adán —«amasarás el pan con el sudor de tu frente», menuda guarrada— un indecente fracaso? ¿Cómo precisar que en efecto soy un buen administrador de mi tiempo, concienzudo y nada caprichoso, pero solamente en nombre del difícil arte de evitar el trabajo no por la pasión de ejercerlo?
Como en tantas otras ocasiones, se trata de un malentendido fundamentalmente terminológico, aunque con implicaciones conceptuales y hasta morales. La doctrina vulgar —difundida maliciosamente por los propagandistas de la inevitabilidad del trabajo — establece que cualquier «actividad» productiva es trabajo, sobre todo si por medio de ella se consigue una remuneración y el imprescindible sustento para cubrir las necesidades de la vida. Mi punto de vista (y me atrevo a creer que el de toda persona con auténtica vocación de libertad y escasa afición a la servidumbre, en la traza de aquel espíritu rebelde que le escupió en la cara su non serviam al mismísimo Trabajoso Hacedor) consiste en distinguir entre la actividad que «hace cosas» y el desempeño propiamente laboral. La diferencia no estriba en cobrar o no cobrar por lo que se hace, sino en hacer cosas para cobrar y hacer cosas cobrando pero que uno haría también sin remuneración, en ocasiones hasta pagando por el privilegio de llevarlas a cabo. El trabajo es una obligación, hija de la necesidad, mientras que la actividad es el ejercicio alegre del deseo. Desde luego no soy indolente, ni apático... pero tampoco trabajador.
El problema fundamental de las personas con tantas ocupaciones y proyectos que no tenemos tiempo para trabajar es cómo ganarnos la vida. Salvo una fabulosa herencia o la lotería (el asalto a bancos y la estafa a viudas son por supuesto trabajos como los demás), el único medio es lograr escenificare el trabajo sin practicarlo de veras, o sea lograr que nos paguen por hacer —como si nos costase gran esfuerzo— aquello que haríamos encantados también si no nos pagasen. Se requieren grandes dotes dramáticas, facilidad por ejemplo para rechazar la invitación a un cóctel o a un estreno (que nos seducen tan escasamente como los encantos de la guillotina a María Antonieta) murmurando en tono abrumado: «No puedo ir, tengo mucho trabajo». Sobre todo hay que saber fulminar con una mirada cargada de dolorido desdén al incauto que nos propone la charla que nos encantaría dar o el artículo que rabiamos por escribir pero omite el tema de los honorarios pretextando: «A tí eso no te cuesta nada». ¡Claro que no me cuesta nada! Pero si cedo aquí, haciendo lo que me gusta gratis, terminaré teniendo que cobrar por hacer lo que no me gusta. Y no es plan, francamente. De modo que hay que aprender a fingir que se trabaja mientras se goza, para poder seguir activamente gozando sin trabajar, y sin pasar privaciones, que —digan lo que quieran los ascetas— nunca mejoran a nadie.
Quien es activo pero rebelde al trabajo debe tener tino para seleccionar entre sus juegos favoritos aquel o aquellos que prometen rentabilidad. En este campo, algunos somos desdichadamente bastante limitados: ¡bienaventurados los superdotados para la holganza creadora, como Pavarotti o Picasso! Tras descartar la lectura, la siesta y la afición a las carreras de caballos, pronto me convencí de que a mí sólo me quedaban dos recursos, placenteros pero inciertamente remunerados: hablar y escribir. Inevitablemente, a ellos debía atenerme para conseguir una suficiente prosperidad, y lograrla ha sido el único triunfo notable de mi vida, cuyo definitivo refrendo probablemente es la benevolente paciencia con la que el lector ocasional atienda a estas páginas. Ninguna otra hazaña voy a comentarle de aquí en adelante, ni siquiera fechorías más famosas: sólo mi rumia por fin desprejuiciada de un puñado de anécdotas o de querencias, por encima de todo, mi único éxito, mi gran triunfo: a diferencia de tí que me lees, yo he logrado arreglármelas bastante bien sin trabajar (o casi). No me guardes rencor y sobre todo no pretendas imitarme si no estás seguro de tus fuerzas o de tu desparpajo...
A mí, precisamente, el ejemplo a contrario de lo que no debía hacer en la vida me lo ofreció una de las personas a las que más he querido, mi padre. Así, rechazando su ejemplo en lugar de seguirlo, también se aprende de quienes amamos... y precisamente así demostramos nuestro amor. Porque amamos la nobleza de lo que no pudieron ser tanto como apreciamos la hermosa dignidad de lo que fueron. Mi padre era notario y vivió rodeado de escrituras y papeles legales que detestaba para sacar adelante a su familia, sacrificando su vocación literaria, incluso poética. Luego hablaré de él. Baste decir ahora que yo le vi durante muchos años abrumado de jaquecas y preso de los aranceles —aunque alegre y animoso—, tirando con rabia diariamente a la papelera los insoportables legajos que luego buscaba por la noche vaciándola sobre la mesa del comedor, porque iba a necesitarlos al día siguiente... y él había aceptado la responsabilidad de pensar siempre en el día siguiente. De pequeños, a mis hermanos y a mí nos gustaba jugar en la oficina de papá, prolongación