Fernando Savater - ¡No te prives!
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- Libro:¡No te prives!
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- Editor:ePubLibre
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- Año:2014
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¡No te prives!: resumen, descripción y anotación
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Ser político en el sentido auténtico del término, no en el insultante y pueril, es preferir enmendar errores a linchar culpables.
Actualmente, en España, los debates políticos giran en torno al rechazo abrupto a los gobernantes por ineficaces o corruptos, la desconfianza en las instituciones a causa de la crisis económica y las pulsiones separatistas en Cataluña o el País Vasco. Pero no siempre queda claro en todas estas cuestiones en qué consiste el papel de la ciudadanía democrática, que es lo que realmente está en juego.
Con la fuerza y la valentía que le caracteriza, Savater trata de dilucidar ese punto y plantear la irrenunciable defensa de los derechos y garantías del ciudadano, recordando también sus deberes: porque sin apoyarse en ellos cualquier intento de solución política está condenado de antemano a la frustración o la involución democrática hacia populismo retrógrados. Una obra combativa pero que no renuncia a ser pedagógica.
Fernando Savater
Defensa de la ciudadanía
ePub r1.1
Titivillus 31.08.18
Título original: ¡No te prives!
Fernando Savater, 2014
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
A los que no van a dejar que les condicionen o reduzcan su ciudadanía
FERNANDO SAVATER nació en San Sebastián y se ha dedicado a la filosofía y la literatura. Ha formado parte del Movimiento por la Paz y la No Violencia, Gesto por la Paz, el Foro Ermua y actualmente milita en la iniciativa ciudadana ¡Basta Ya!, galardonada por el Parlamento europeo con el Premio Sájarov a los Derechos Humanos.
Sus obras más conocidas, traducidas a varias lenguas, incluyen La infancia recuperada, Ética para Amador, El jardín de las dudas y Las preguntas de la vida. En 2001 publicó en Aguilar Perdonen las molestias y A caballo entre milenios.
[*] Esta alocución respondió a una invitación de la presidencia de la Asamblea portuguesa y fue pronunciada ante ella en los actos conmemorativos del 40 aniversario de la revolución del 25 de abril.
Sostenerla y no enmendarla
Como vivimos —o hemos vivido hasta hace muy poco— una época en la que estar indignado goza de prestigio moral y social, permítanme que presente este libro como resultado de una larga indignación que padezco desde hace mucho pero que se me ha agudizado especialmente en los últimos cuatro o cinco años. La motiva el maltrato entre nosotros de la idea de ciudadanía, pieza esencial del juego democrático. En ese maltrato se mezclan el interesado desinterés de algunos, la descarada manipulación de otros y la flamante ignorancia de la mayoría, entre los que para mi perpetua sorpresa deben incluirse sesudos catedráticos, respetables magistrados, clérigos de alto coturno, intelectuales con mando en plaza y cargos políticos a tutiplén. Sucede que quienes más se llenan la boca proclamando la importancia de los ciudadanos y exaltando su derecho a decidir, son los que más activamente desconocen sus libertades para supeditarles a entidades fabulosas como «pueblos», «identidades» y otras restricciones colectivistas de su verdadera capacidad emancipatoria. Dado que la tímida posibilidad de una asignatura en bachillerato de educación para la ciudadanía ha sido ya cortada de raíz para evitar el «adoctrinamiento» (?), es de temer que en el futuro inmediato esta situación no mejore y que las generaciones venideras perpetúen esta forma de indigencia ideológica y política. De tal modo que los ciudadanos efectivos pierden de vista lo que están a punto de perder con el pretexto de señuelos demagógicos: alertarles de esta mutilación ya en marcha es el principal objetivo de este libro. Los textos que lo constituyen, escritos para y publicados en medios de comunicación (fundamentalmente El País, Diario Vasco, El Correo y Tiempo), responden a mi irritada preocupación ante ella, expresada —al menos eso creo— de forma mejor o peor argumentada pero nunca meramente visceral. Los últimos capítulos incorporados al volumen tratan de las recientes elecciones europeas (la adenda al epílogo y «Sugerencias postelectorales»), así como de la abdicación del Rey y el debate suscitado en cuanto a la reforma de nuestra forma de Estado («La confusión reinante»). Fueron escritos pensando especialmente en su inclusión en este libro.
A día de hoy, la ciudadanía democrática —disculpen el pleonasmo— es el conjunto de derechos, deberes y garantías reconocidos por el Estado a cada uno de nosotros. No están basados en ninguna identidad cultural, étnica, ideológica, religiosa o racial predeterminada sino en nuestra pertenencia como miembros a la institución constitucionalmente vigente, que establece las reglas de juego que compartimos, a partir del respeto a las cuales cada cual puede tratar de diseñar el perfil que quiera dar a su vida, sea para asemejarse a unos o para diferir de todos. La ciudadanía constitucional exige un mínimo compartido a partir de cuya aceptación podemos ser cuan distintos queramos de los demás. Éste es el marco de la obligación política de todos y cada uno que caracteriza al sistema de la democracia moderna, el máximo de libertad personal que nunca haya sido institucionalizado colectivamente (digo «personal», no referida a «pueblos», tribus o capillas que pretendan superponerse y condicionar paraestatalmente a la comunidad). Y es esta libertad la que debemos sostener y conservar: la Constitución española, que es su institucionalización más general, puede ser modificada si llega el caso, dentro de los requisitos que la propia norma establece y con el consenso suficiente, pero lo esencial de la ciudadanía misma no puede ser modificado (no podemos convertirla en vehículo de identidades preestablecidas en lugar de la posición de partida para adquirirlas personalmente a partir de la ley común) salvo resignarnos a ser nativos o creyentes antes que ciudadanos con libertad de elección.
Perdonen que recuerde semejantes obviedades (y si no lo son, al menos discutámoslas), pero resulta que actualmente a cada paso las vemos ignoradas o excluidas de los debates más urgentes que nos ocupan. De tales debates tratan las siguientes páginas. Para empezar, se ignora en qué consiste la ciudadanía cuando se habla genéricamente de la desafección de la gente por la política y se culpa de ella exclusivamente a los políticos electos, olvidando que en democracia políticos somos todos. Antes de la crisis la gente (especialmente los más jóvenes) blasonaba de no interesarse por la política, y después de su estallido muchos salieron a la calle para proclamar las fechorías de los políticos que nos engañan y manipulan: o sea, antes tuvimos mayoría de apolíticos y luego buen número de antipolíticos, pero ciudadanos políticos (es decir, auténticos ciudadanos), que son los que hacen falta, eso por lo visto es más difícil de conseguir en número suficiente. Mientras parecen bastar el apoyo de la familia o los amigos, tan acrisolado en nuestros países del sur europeo que mitifican los lazos afectivos y desdeñan los legales, el Estado es visto con desconfianza y sólo despierta mecanismos de escaqueo; pero después, cuando los problemas se revelan tan hondos y generales que sólo pueden afrontarse con instituciones solventes, casi nadie se siente responsable de no haberse preocupado a tiempo porque fueran eficaces, bien dotadas económicamente y limpias de corrupción o provistas de salvaguardias para que no resulte impune.
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