Francis Bacon - La gran restauración
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- Libro:La gran restauración
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:2019
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La gran restauración: resumen, descripción y anotación
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FRANCIS BACON (Londres 22 de enero de 1561-Londres 9 de abril de 1626). Fue un filósofo, político, abogado y escritor inglés.
Obras: Essays (1st edition 1597), The Advancement and Proficience of Learning Divine and Human, (1605), De Sapientia Veterum (‘Wisdom of the Ancients’, 1609), Essays, (2nd edition – 38 essays, 1612), Instauratio magna (The Great Instauration), (1620), Essays, or Counsels Civil and Moral (3rd/final edition – 58 essays, 1625) y New Atlantis (1626).
Título original: Novum Organum
Francis Bacon, 1620
Traducción, introducción y notas: Miguel A. Granada
Editor digital: oronet
ePub base r2.1
y el reino humano
El hombre, ministro e intérprete de la Naturaleza, sólo es capaz de actuar y entender en la medida en que con la acción o con la teoría haya penetrado en el orden de la naturaleza. Más, ni sabe ni puede.
Ni la mano desnuda ni el entendimiento abandonado a sí mismo valen gran cosa. Las cosas se llevan a cabo con instrumentos y con ayudas, de las cuales el entendimiento no está menos necesitado que la mano. Y al igual que los instrumentos gobiernan o rigen el movimiento de la mano, también los instrumentos de la mente custodian y protegen el entendimiento.
La ciencia y el poder humanos vienen a ser lo mismo porque el ignorar la causa nos priva del efecto. En efecto, no es posible vencer la naturaleza más que obedeciéndola y lo que en la contemplación tiene el valor de causa viene a tener en la operación el valor de regla.
En lo que se refiere a las obras el hombre no puede sino acercar o alejar los cuerpos naturales. El resto lo lleva a cabo la Naturaleza actuando desde el interior.
Suelen inmiscuirse con la naturaleza, en lo que a las obras se refiere, el mecánico, el matemático, el médico, el alquimista y el mago, pero todos (tal como están ahora las cosas) con esfuerzo leve y con éxito escaso.
Sería insensato, y contradictorio en sí mismo, pensar que es posible hacer lo que hasta ahora nunca se ha hecho por procedimientos que no sean totalmente nuevos.
Las producciones de la mente y de la mano parecen muy numerosas en los libros y en las manufacturas, pero toda esta variedad está fundada en una extraordinaria sutileza y en derivaciones extraídas de unas pocas cosas ya conocidas. En absoluto está fundada en el número de axiomas.
Incluso las invenciones ya realizadas son fruto del azar y de la experiencia más que de las ciencias, pues las ciencias de que ahora disponemos no son más que algunas combinaciones elegantes de cosas descubiertas con anterioridad, no métodos de descubrimiento o indicaciones de nuevas obras.
La causa, sin embargo, y la raíz de casi todos los males en las ciencias es una sola: que mientras admiramos y ensalzamos erróneamente las fuerzas de la mente humana no buscamos ayudas verdaderas para ella.
La sutilidad de la naturaleza supera en mucho la sutilidad del sentido y del entendimiento, de forma que todas esas hermosas meditaciones y especulaciones humanas y todas esas controversias son locuras, sólo que nadie se da cuenta.
Al igual que las ciencias actuales son inútiles para el descubrimiento de obras, también la lógica actual es inútil para el descubrimiento de las ciencias.
La lógica actualmente en uso vale más para confirmar y fijar los errores (basados en las nociones vulgares) que para la búsqueda de la verdad. Resulta por ello más perniciosa que útil.
El silogismo, ampliamente desproporcionado con respecto a la sutilidad de la naturaleza, no es aplicable a los principios de las ciencias y se le aplica en vano a los axiomas medios. Fuerza así el consentimiento, no las cosas mismas.
El silogismo consta de proposiciones, las proposiciones de palabras y las palabras son las etiquetas de las nociones. Por eso, si las nociones mismas (la base de todo) son confusas y abstraídas al azar de las cosas, ninguna solidez habrá en lo que sobre ellas se construya. Por eso la única esperanza está en la verdadera inducción.
En las nociones (tanto en las lógicas como en las físicas) no hay nada sano: Substancia, Cualidad, Acción, Pasión, la misma noción de Ser, no son buenas nociones; mucho menos las de Pesado, Ligero, Denso, Tenue, Húmedo, Seco, Generación, Corrupción, Atracción, Repulsión, Elemento, Materia, Forma, y similares. Todas son fantásticas y mal definidas.
Las nociones de las especies ínfimas (Hombre, Perro, Paloma) y de las percepciones inmediatas de los sentidos (Caliente, Frío, Blanco, Negro) no son muy falaces, pero también ellas resultan a veces confusas por el flujo de la materia y la mezcolanza de las cosas. Todas las demás (de las cuales los hombres se han servido hasta hoy) son aberraciones y han sido abstraídas y sacadas de las cosas por procedimientos inapropiados.
El arbitrio y la aberración en la construcción de los axiomas no es menor que en la abstracción de las nociones. Esto se da ya en los mismos principios, dependientes de la inducción vulgar. Es mucho mayor en los axiomas y proposiciones inferiores deducidas por el silogismo.
Todo lo que se ha descubierto hasta ahora en las ciencias depende casi enteramente de las nociones vulgares. Para penetrar en ámbitos más recónditos de la naturaleza es necesario que tanto las nociones como los axiomas se abstraigan de las cosas por una vía más cierta y segura así como que se haga un uso del entendimiento mucho mejor y más seguro.
Dos son y pueden ser las vías para la búsqueda y el descubrimiento de la verdad. Una pasa volando de la sensación y de las instancias particulares a los axiomas más generales y a partir de esos principios y de su inmutable verdad juzga y descubre los axiomas intermedios. Ésta es la vía actualmente en uso. La otra extrae de la sensación y de las instancias particulares los axiomas mediante un ascenso mesurado y gradual, de forma que sólo al final se llega a los más generales. Ésta es la vía verdadera, pero nadie la ha intentado hasta el presente.
El entendimiento abandonado a sí mismo sigue la misma vía (esto es, la primera), la cual recorre guiado por la dialéctica. Pues la mente anhela saltar a los principios más generales para reposar y tras una breve demora encuentra fastidio en la experiencia. Pero la dialéctica, por su amor a las disputas, hace todavía más graves estos defectos.
El entendimiento abandonado a sí mismo (en un ingenio sobrio, paciente y grave, sobre todo si no está impedido por las doctrinas recibidas) intenta algo la otra vía, la correcta, pero con escaso éxito, puesto que de no ser dirigido y ayudado procede irregularmente y es totalmente incapaz de superar la obscuridad de las cosas.
Ambas vías parten de la sensación y de las instancias particulares y terminan en los principios más generales, pero son totalmente diferentes, pues la primera toca tan sólo superficialmente la experiencia y las instancias particulares, mientras que la segunda habita en ellas de forma debida y según un orden. La primera, por el contrario, constituye ya desde el principio algunos principios generales abstractos e inútiles; la segunda se eleva gradualmente a aquellos principios que son verdaderamente más conocidos por naturaleza.
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