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Erwin Schrödinger - La nueva mecánica ondulatoria y otros escritos

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Erwin Schrödinger La nueva mecánica ondulatoria y otros escritos
  • Libro:
    La nueva mecánica ondulatoria y otros escritos
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
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  • Año:
    2001
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La nueva mecánica ondulatoria y otros escritos: resumen, descripción y anotación

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Es admitido universalmente que las llamadas ciencias exactas, tales como la química, la física o la astronomía, persiguen un fin que consiste en darnos la posesión de las verdades más ciertas y objetivas en cierto género de conocimiento, y en particular el conocimiento relativo al comportamiento de la materia en el tiempo y el espacio, tal como lo percibimos con los órganos de los sentidos. Además, se admite universalmente que la ciencia nos procura realmente esta verdad objetiva, con excepción quizá de algunas proposiciones suyas; sin embargo, abstracción hecha de algunos aspectos más o menos hipotéticos que todavía no han sido confirmados, se admite que todas las afirmaciones de la ciencia, relativas al comportamiento real de la materia —lo que generalmente se llama las leyes de la naturaleza— poseen realmente este carácter objetivo. Son producto de experiencias que pueden ser controladas cuando se quiera, es decir, proposiciones que pueden ser confirmadas por nuevas experiencias. Sólo reposan sobre nuestra experiencia exacta y precisa. Tal es la interpretación dominante.

Voy a insistir en el hecho de que en principio eso no es verdad. Las ciencias de la naturaleza no reposan únicamente en la experiencia, sino también en cierta hipótesis fundamental, hipótesis muy, muy, muy evidente, y que acepta cualquiera de nosotros, todo hombre dotado de sentido. Sin embargo, no puede ser verificada por el método científico exacto. Si esta hipótesis nos parece tan evidente, es por razones distintas de las científicas, por razones cuya fuente se encuentra más allá de la ciencia exacta. Es completamente imposible someterla al control empírico, se puede incluso decir que cualquier experiencia concebible a este respecto está condenada al fracaso, es decir, a probar, si fuera posible, lo contrario. La ciencia no se basta por tanto a sí misma, tiene necesidad de un axioma fundamental, un axioma básico procedente de fuera. Ésta es, a mi juicio, una situación interesante y que merece atención desde el punto de vista epistemológico, y eso a pesar de nuestra convicción inquebrantable de que el axioma en cuestión está fuera de toda duda.

Podría muy bien indicar sin tardanza lo que tengo en mente. Pero el ejemplo de autores más expertos que yo que han escrito sobre temas filosóficos, me ha enseñado que es bueno guardar para sí la mayor cantidad de tiempo posible la idea principal, a fin de retardar el momento en que el lector tome por fin la resolución de no dejarse aburrir con trivialidades. Muy pronto se verá que tengo razón al temer una actitud así en el caso presente.

Más arriba he dicho que toda «ley natural» en física o en química, convenientemente establecida, que consideramos poseedora de un alcance universal, puede ser sometida a una nueva prueba en cualquier momento, si alguien pone en duda su validez. Así, una verdad científica difiere de una verdad histórica, por ejemplo, en que ésta, si reposa siempre en testimonios o tradiciones, incluso auténticas y ciertas, no puede ser verificada a voluntad, sino solamente confirmada, cuando un feliz azar aporta otro testimonio en favor de los hechos ya conocidos. La diferencia existente, desde el punto de vista de las bases del conocimiento, entre las ciencias de la naturaleza y las llamadas ciencias morales, es universalmente reconocida y bastante importante. Pero importa igualmente no perder de vista el hecho de que, en la práctica, la distinción es menos marcada que lo que generalmente creen científicos y no científicos. No hay duda de que un físico hábil, en posesión de un laboratorio y suficiente dinero, estaría en condiciones de verificar todas las leyes naturales con la ayuda de nuevas experiencias. Al decir, en efecto, que cree en una ley, no expresa más que la convicción de que podría, si quisiera, someterla a un nuevo control. Pero lo hace muy raramente: a decir verdad no lo hace nunca, salvo cuando organiza experimentos para hacer demostraciones a sus alumnos (aunque se trata de un dominio muy restringido y los experimentos de este tipo no son suficientemente precisos para dar resultados ciertos) y salvo, claro está, los casos en que ha surgido alguna duda a propósito de la validez de una ley. Hay varias razones para esta actitud. En primer lugar, es mucho más placentero aumentar el conocimiento científico coetáneo que verificar la parte del conocimiento que se considera sólidamente establecida. Además, habría que ser a la vez un Matusalén y un Nabab para verificar todo lo que se sabe sobre la naturaleza. No siendo uno ni otro, nuestro físico se ve obligado a renunciar a la satisfacción (por atractiva que sea) de hacer reposar sobre su experiencia personal la totalidad del conocimiento exacto que forma su imagen científica del mundo. Prefiere consagrar su tiempo a completar y mejorar este conocimiento. Durante sus trabajos consulta constantemente la biblioteca, lee revistas, asiste a congresos científicos, etc., igual que un arqueólogo o historiador que obtiene su conocimiento en los libros, documentos o examinando antiguos monumentos o inscripciones.

Incluso en el caso de un experimentador (¡por no hablar del teórico, ni que decir tiene!) la mayor parte de lo que sabe y utiliza en sus trabajos de investigación deriva no de su propia experiencia, sino de observaciones hechas por otros, de los que algunos viven aún, mientras que otros llevan mucho tiempo muertos. Considerado desde el punto de vista individual, el origen real del conocimiento científico es en una proporción de 99,9… % el mismo que el de nuestros conocimientos literarios o históricos, lo que quiere decir que está representado por documentos orales o escritos que otros nos han transmitido y que aceptamos confiadamente. Esto es evidente. Los científicos a menudo se felicitan sacando a la luz la bella armonía y coherencia de la naturaleza lo que, hablando con rigor, es una armonía entre la totalidad de los datos experimentales y las imágenes mentales que poseemos. Convengo gustosamente en ello, a pesar de la espantosa falta de armonía que (provisionalmente, espero) perturba la física moderna. Pero me parece importante no perder de vista el hecho siguiente: aunque el admirable edificio del pensamiento científico reposa enteramente sobre experiencias que en principio cualquiera es capaz de reproducir, el objeto del admirable encadenamiento no ha existido nunca ni existirá jamás en la forma de dato experimental real en la mente de un solo hombre: este objeto representa más bien una especie de mosaico cuyas teselas están diseminadas en las mentes de miles y miles de investigadores, cada uno de los cuales debe fiarse para la mayor parte del «mosaico» de lo que los otros le dicen o le escriben o han escrito hace años.

Aquí rozamos el punto al que había aludido al comienzo, cuando hablé de un axioma fundamental de la ciencia que, sin embargo, no cabe probar con los métodos exactos de la propia ciencia.

Supongamos que saco de mi biblioteca un número de revista y que encuentro un artículo titulado: «La desintegración del nitrógeno», por E. Rutherford. Comienzo a leerlo y a reflexionar, porque me intereso en los resultados de las experiencias de Rutherford que conciernen a algunas investigaciones mías.

Ahora bien, ¿qué es lo que realmente tengo en la mano? Desde el punto de vista de la ciencia pura, nada más que algunas hojas de papel manchadas de forma extraña con tinta de imprenta, manchas negras que forman verdaderos «adornos». Algunos de estos adornos bastan para convencerme de que los otros, poseen un significado bien definido, habiendo relatado Lord Rutherford por medio de ellos algunas observaciones que ha hecho realmente. Algunos de los adornos siguientes despiertan en mi mente la imagen de un aparato que se compone de un vaso conteniendo gas, un disco metálico que ha sido expuesto a la emanación del radio antes del comienzo de la experiencia, un microscopio, etc. Los signos negros sobre el papel me hacen creer que todos esos objetos han

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