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Erwin Schr?dinger - La nueva mec?nica ondulatoria y otros escritos

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La nueva mec?nica ondulatoria y otros escritos: resumen, descripción y anotación

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Erwin Schrödinger

La nueva mecánica ondulatoria y otros escritos

Título original: La nueva mecánica ondulatoria y otros escritos

Erwin Schrödinger, 2001

Edición: Juan Arana

Traducción: Xavier Zubiri & Juan Arana

Editor digital: Antwan

ePub base r1.0


INTRODUCCIÓN
I. Erwin Schrödinger y la mecánica cuántica

1. EL TRASFONDO FILOSÓFICO

A fines de la segunda década del siglo XX, los creadores de la mecánica cuántica se vieron implicados en las discusiones filosóficas más intrincadas que se recuerdan en la física desde el nacimiento de la ciencia moderna. No es que tal tipo de controversias haya sido inusual en el campo de la investigación natural, pero normalmente se planteaban como preludio o como corolario al trabajo teórico o experimental propiamente dicho. Esta vez sin embargo surgió toda una corte de incómodas cuestiones en los momentos más cruciales del proceso que cabría llamar convencionalmente «científico», y es justo reconocer que los físicos supieron salir del atolladero con un pragmatismo y una eficacia envidiables, aunque muchas de las cuestiones de fondo quedaron, como es natural tratándose de científicos, aparcadas a un lado. La forma en que Niels Bohr y sus más próximos colaboradores resolvieron el contencioso despertó cierto malestar —un tipo de malestar que podríamos calificar de «filosófico»— entre bastantes colegas, pero la supervivencia contra viento y marea de la llamada «Interpretación de Copenhague», tras más de 70 años de críticas acerbas, demuestra que su planteamiento no era tan naif como se presumía, y que la dificultad que de un modo tan poco convencional superaron no era ni mucho menos baladí. Lo que sí es verdad es que la formación filosófica de Bohr, Heisenberg, Pauli, etc., era bastante somera; aunque tampoco sus oponentes, empezando por el propio Albert Einstein, estaban mejor pertrechados. No creo que haya que lamentarlo demasiado, porque sospecho que el bagaje al uso, adquirido en las facultades universitarias o leyendo a los clásicos, tal vez no hubiese sido de mucha ayuda: desde 1927 son incontables los filósofos y epistemólogos que han formulado sus propuestas y no parece que hayan conseguido ir mucho más lejos de lo que en un primer momento llegaron los físicos por sí solos. En todo caso, hay una excepción notable a la generalizada falta de formación específicamente filosófica en los creadores de la teoría. Erwin Schrödinger, que realizó una de las contribuciones más decisivas, no se limitó a echar mano de conocimientos filosóficos aprendidos en el bachillerato, a sazonar con consignas tomadas de la metafísica y la teología las convicciones que estaban en la base de su trabajo científico, o a improvisar juicios a partir de ideas espigadas en conversaciones, lecturas y meditaciones ocasionales, propias de los ratos de asueto. Tales pueden ser los casos de Heisenberg, Einstein o Bohr, pero desde luego, no el de Schrödinger. Por propia confesión sabemos que quiso ser poeta antes que científico, aunque desistió por la escasa rentabilidad de tal actividad: «La ciencia, en cambio, me ofreció una carrera» [1] .

En un esbozo autobiográfico realizado poco antes de morir confesó que en 1918, es decir, pocos años antes de los decisivos descubrimientos que le dieron fama, decidió aceptar un puesto de profesor de física sin perspectivas de investigación, porque «tenía la intención de dedicarme, en mi vida privada, más a la filosofía (hacía poco que había conocido con gran entusiasmo a Schopenhauer y a través de él la teoría unitaria de los Upanisads)» [2] . La lista de los filósofos cuyo influjo ha reconocido comprende —además de Schopenhauer— Spinoza, Richard Semon, Mach y Avenarius [3] , lo cual concuerda con la idea de que la filosofía no era para él mero complemento de una formación cultural amplia, sino una actividad ejercida con pasión y con un grado muy fuerte de implicación personal. Esta orientación ni siquiera fue modificada por el hecho de ser distinguido con el premio Nobel. En general, las cuestiones interdisciplinares ocuparon lo mejor de su tiempo, como refleja la intensa actividad preparatoria de conferencias públicas y libros de temática amplia, incluso de una intención a primera vista —aunque en el fondo no sea así— divulgativa. Más aún: hay que decir que la actitud de Schrödinger ante la ciencia es «filosófica» en sentido explícito, como él mismo afirma en su ensayo Ciencia y humanismo: «Parece claro y evidente, pero hay que decirlo: el saber aislado, conseguido por un grupo de especialistas en un campo limitado, no tiene ningún valor, únicamente su síntesis con el resto del saber, y esto en tanto que esta síntesis contribuya realmente a responder al interrogante “¿qué somos?”» [4] .

2. LA POLÉMICA SOBRE EL DETERMINISMO Y EL REALISMO OBJETIVISTA

Creo que no es necesario insistir más en el perfil filosofante de Schrödinger, así que abordaré sin más preámbulos la cuestión central de este trabajo, esto es, ¿cómo condicionó este trasfondo intelectual la postura que adoptó ante los enigmas filosóficos relacionados con la teoría cuántica? Podríamos agrupar éstos en dos grupos; primero, los que se refieren al tipo de conexión causal que se da entre los eventos naturales; segundo, los que tienen que ver con los límites de la inteligibilidad del mundo a partir de los fenómenos de la sensibilidad y los conceptos del entendimiento. En ambos casos Bohr y Einstein adoptaron posiciones opuestas: Einstein optó por el determinismo y por la tesis de que la teoría física puede y debe reflejar la realidad misma de sus objetos, mientras que Bohr pensaba que la teoría física ha de conjugar conceptos lógicamente incompatibles y que para ello es preciso renunciar al determinismo y a la pretensión de un realismo objetivista o —por emplear un adjetivo con otras connotaciones— ingenuo . A veces se ha sugerido que el determinismo y el realismo objetivista están estrechamente entrelazados entre sí, y también que las preferencias de los restantes protagonistas de la discusión corresponden a alguna solución intermedia dentro de una escala gradual en cuyos extremos aparecerían los dos autores mencionados. Sin embargo, al menos por lo que se refiere a Schrödinger no es así y tal es el sentido de la anécdota según la cual, cuando se le preguntó a favor de cuál de los dos estaba, repuso que a favor de ambos. No es fácil encasillar su postura ni despacharla con un par de frases; por el contrario, se suele obtener una impresión ambigua al leer los escritos que a lo largo de los años fue publicando al respecto. Con todo, cabe hacer una primera constatación: aunque son muy claras las declaraciones desaprobatorias de la interpretación de Copenhague y de sus extrapolaciones filosófico-epistemológicas, Schrödinger estaba más apegado a la teoría cuántica que Einstein. Parece lógico, puesto que en una proporción apreciable se trataba de su propia criatura; pero también Einstein había hecho aportaciones cruciales a ella, a pesar de lo cual, y sin dejar de reconocer sus méritos, acabó por convencerse de que se trataba de una construcción provisional y que el progreso de la física pasaba por la superación no sólo de sus fórmulas, sino también de sus supuestos más fundamentales. Schrödinger nunca manifestó esta clase de rechazo, porque conservó siempre la esperanza de reconciliar la teoría misma con el ideal objetivista. Es en este sentido en el que se declaraba optimista:

Un dogma ampliamente aceptado afirma que no pueda ver un cuadro o objetivo de la realidad en ninguno de los sentidos en que antes se creía. Tan sólo los optimistas que hay entre nosotros (entre los cuales me cuento yo mismo) consideran esto como una extravagancia filosófica, como una medida desesperada tomada ante una gran crisis. Esperamos que lo vacilante de los conceptos y las opiniones sólo revele un violento proceso de transformación, que finalmente nos conducirá a algo mejor que el estéril formulismo que ha paralizado nuestra situación actual [5] .

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