George Gamow - Biografía de la física
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- Libro:Biografía de la física
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- Año:1961
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Biografía de la física: resumen, descripción y anotación
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La aurora de la física
Es muy difícil rastrear el origen de la ciencia física, tan difícil como rastrear el origen de muchos grandes ríos. Unas cuantas pequeñas fuentes que burbujean bajo el verde follaje de la vegetación tropical o gotean bajo las verdes cubiertas de musgo en el estéril país septentrional; unos cuantos arroyos que descienden alegremente por las laderas de la montaña y se reúnen para formar riachuelos que a su vez se juntan y forman corrientes bastante grandes para merecer el nombre de «río». Los ríos se hacen cada vez mayores, alimentados por numerosos tributarios, y, finalmente, se convierten en poderosas corrientes —sea el Mississippi o el Volga, el Nilo o el Amazonas— que vierten sus aguas en el océano.
Las fuentes que dieron origen al gran rio de la ciencia física estaban diseminadas por toda la superficie de la Tierra habitada por el homo sapiens, es decir, el hombre pensante. Parece, sin embargo, que la mayoría estaban concentradas en la punta sur de la península balcánica, habitada por el pueblo que ahora llamamos los «antiguos griegos», o al menos así nos parece a los que heredamos la cultura de estos primeros «intelectuales». Es interesante saber que, mientras otras naciones antiguas, como Babilonia y Egipto, contribuyeron en gran medida al temprano desarrollo de las matemáticas y la astronomía, fueron completamente estériles respecto al desarrollo de la física. La explicación posible de esta deficiencia, en comparación con la ciencia griega, es que los dioses de Babilonia y Egipto vivían arriba, entre las estrellas, mientras los dioses de los antiguos griegos vivían en una elevación de sólo unos 10.000 pies, en la cima del monte Olimpo, y, por tanto, mucho más cerca de los problemas de tejas abajo. Según una legenda, el término «magnetismo» proviene del nombre de un pastor griego, Μάγνης , que quedó sorprendido al observar que el regatón de hierro de su bastón era atraído por una piedra (mineral de hierro magnético) que había en el borde del camino. Análogamente el término «electricidad» proviene de la palabra griega ἤλεκτρον (ámbar), a causa de que tal vez otro pastor helénico, al tratar de pulir un trozo de ámbar frotándolo sobre la lana de una de sus ovejas, observó que poseía la misteriosa propiedad de atraer pequeños trozos de madera.
Mientras que estos legendarios descubrimientos difícilmente encontrarían base para un litigio legal sobre la prioridad, el descubrimiento del filósofo griego Pitágoras, que vivió a mediados del siglo VI antes de Cristo, está bien documentado. Convencido de que el mundo está gobernado por los números, investigó la relación entre las longitudes de las cuerdas en los instrumentos musicales que producen combinaciones armónicas de sonidos. A este propósito empleó el llamado «monocordio», es decir, una sola cuerda cuya longitud se puede variar y someter a diferentes tensiones producidas por un peso suspendido en su extremo. Usando el mismo peso y variando la longitud de la cuerda, vio que los pares de sonidos armónicos se producían cuando las longitudes de la cuerda estaban en relaciones numéricas sencillas. La razón de longitud 2:1 correspondía a lo que hoy llamamos «octava»; la razón 3:2 a una «quinta», la razón 4:3 a una «cuarta». Este descubrimiento fue probablemente la primera formulación matemática de una ley física, y se puede muy bien considerar como el primer paso en el desarrollo de lo que hoy conocemos como física teórica. En la moderna terminología física podemos formular de nuevo el descubrimiento de Pitágoras diciendo que la frecuencia, es decir, el número de vibraciones por segundo, de una cuerda determinada sujeta a una tensión dada, es inversamente proporcional a su longitud. Así, si la segunda cuerda (Figura 1.1b) es la mitad de larga que la primera (Figura 1.1a), su frecuencia será dos veces mayor. Si las longitudes de las dos cuerdas están en la proporción de 3:2 o 4:3, sus frecuencias estarán en la proporción de 2:3 o 3:4 (Figura 1.1c, d). Como la parte del cerebro humano que recibe las señales de los nervios del oído está construida de tal forma que una sencilla relación de frecuencia como 3:4 proporciona «placer», mientras que una compleja como 137:171 «desplacer» (hecho que tendrán que explicar los futuros fisiólogos del cerebro), las longitudes de las cuerdas que dan un acorde perfecto deben estar en una relación numérica sencilla.
Figura 1.1. Ley pitagórica de las cuerdas.
Pitágoras intentó dar un paso más al sugerir que, como el movimiento planetas «debe ser armonioso», sus distancias de la Tierra deben estar en las mismas relaciones que la longitud de las cuerdas (bajo la misma tensión) que producen las siete notas fundamentales de la lira, el instrumento musical nacional de los griegos. Esta idea ha sido probablemente el primer ejemplo de lo que ahora se llama a menudo «teoría física patológica».
Otra importante teoría física, que en la moderna terminología podría ser llamada «una teoría sin ninguna base experimental», pero que resultó ser un «sueño que se torna realidad», fue propuesta por otro griego antiguo, el filósofo Demócrito, que vivió, pensó y enseñó hacia el año 400 antes de Cristo. Demócrito concibió la idea de que todos los cuerpos materiales son agregados de innumerables partículas tan pequeñas que no son visibles por los ojos humanos. Llamó a estas partículas átomos o indivisibles ( ἅτομος ) en griego, porque creía que representaban la última fase de la división de los cuerpos materiales en partes cada vez más pequeñas. Creía que hay cuatro clases diferentes de átomos: los átomos de la piedra, pesados y secos; los átomos de agua, pesados y húmedos; los átomos de aire, fríos y ligeros, y los átomos de fuego, fugitivos y calientes. Por una combinación de estas cuatro diferentes clases de átomos se suponía que están hechos todos los materiales conocidas. El suelo era una combinación de átomos de piedra y agua. Una planta que crece desde el suelo bajo la influencia de los rayos solares consistía en átomos de piedra y agua del suelo y los átomos de fuego procedentes de Sol. Por esta causa los troncos de madera seca que han perdido sus átomos de agua pueden arder, desprendiendo átomos de fuego (llamas) y dejando átomos de piedra (cenizas). Cuando ciertas clases de piedra (minerales metálicos) son puestas a la llama, los átomos de piedra se unen a los átomos de fuego produciendo las sustancias conocidas como metales. Los metales baratos, como el hierro, contienen muy pocos átomos de fuego y, por tanto, parecen bastante apagados mientras que el oro tiene el máximo de átomos de fuego y, por esta razón, es brillante y valioso. En consecuencia, si se pudiera añadir más átomos de fuego al simple hierro ¡se podría obtener el preciado oro!
Un estudiante que dijera todo esto en su examen de química elemental seguramente sería suspendido. Pero, aunque estos ejemplos particulares de la naturaleza de la transformación química eran, desde luego, erróneos, la idea fundamental de obtener un número casi ilimitado de sustancias diferentes por una combinación de unos cuantos elementos químicos básicos era, indudablemente, correcta, y ahora representa el fundamento de la química actual. Sin embargo, tardó veintidós siglos, desde la época de Demócrito a la de Dalton, en demostrarse su verdad.
Uno de los gigantes del antiguo mundo griego fue un hombre llamada Aristóteles, que se hizo famoso por dos razones: primera, porque era un verdadero genio; segunda, porque fue preceptor y más tarde protegido de Alejandro Magno de Macedonia. Había nacido en el año 384 antes de Cristo, en la ciudad colonial griega de Estagira, en el mar Egeo; su padre había sido médico de la Corte de la familia real de Macedonia. A la edad de diecisiete años se trasladó a Atenas y se unió a la escuela filosófica de Platón, siendo un ardiente discípulo de Platón hasta la muerte de éste en el año 347 antes de Cristo. Después siguió un período de extensos viajes hasta que por fin regresó a Atenas y fundó una escuela filosófica llamada «peripatética», que se reunía en el Liceo. La mayor parte de las obras de Aristóteles conservadas hasta nuestros días son los «tratados», que probablemente representan los textos de las lecciones que explicaba en el Liceo sobre diversas ramas de la ciencia. Son tratados de lógica y psicología, de la que fue el inventor, tratados sobre ciencia política y sobre diversos problemas biológicos, especialmente sobre la clasificación de las plantas y los animales. Mientras que en todos estos campos hizo enormes descubrimientos que influyeron sobre el pensamiento humano durante dos milenios después de su muerte, probablemente su mayor contribución en el campo de la física fue la invención del nombre de esta ciencia, que se deriva de la palabra Φύσις , que significa
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