CORRER
La experiencia total
Dr. George Sheehan
prólogo de KENNY MOORE
Título original: Running & Being
Copyright de la edición original: © 1978 by The George Sheehan Trust
Autor: Dr. George Sheehan
Traducción: Pedro González del Campo
Diseño de cubierta: David Carretero
Edición: Sandra Sol
© 2015, Editorial Paidotribo
Les Guixeres
C/ de la Energía, 19-21
08915 Badalona (España)
Tel.: 93 323 33 11 – Fax: 93 453 50 33
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E-mail:
Primera edición
ISBN: 978-84-9910-600-7
ISBN EPUB: 978-84-9910-636-6
BIC: WSKC
Fotocomposición: Editor Service, S.L.
Diagonal, 299 – 08013 Barcelona
Dedicado a Joe Henderson y Rich Koster, quienes me animaron cuando lo necesitaba, me alabaron cuando lo merecía, y guardaron silencio cuando eso era lo más apropiado.
La mención de empresas, organizaciones o autoridades específicas en este libro no implica que cuenten con la aprobación del autor ni del editor, como tampoco la mención de empresas, organizaciones o autoridades específicas implica que éstas aprueben este libro, ni a su autor o a su editor.
Índice
Prefacio
T anto si lo consideras una bendición como una maldición, no es posible escapar a la voz de un padre. La misma voz que cuando eras un crío te llamaba dando por terminada la hora de juego resuena en tu cabeza muchos años después de haber desaparecido: esa era la voz que te aconsejaba, te regañaba, te animaba. Aunque falleció hace casi dos décadas, la voz de nuestro padre sigue persiguiendo a los hijos e hijas de la familia Sheehan.
A veces se trata de la voz de un adulto incitándonos a asumir retos: «Si no tienes ningún reto, búscate uno», afirmaba papá. Otras veces es alguien mucho más joven quien nos dice que nos animemos y recordemos cómo se juega. Y como somos corredores, no es sorprendente que la suya sea la voz interior que nos impulsa a avanzar. No estamos solos. Con la publicación de Correr. La experiencia total en 1978, la voz de George Sheehan se erigió en la voz de un movimiento, en el toque de trompeta para cientos de miles de personas llamándoles a abandonar la vida sedentaria, a tomar las calles y a correr. Hoy en día somos millones de personas las que nos atamos los cordones de las zapatillas y salimos a entrenar para carreras de 5K, 10K, medios maratones y maratones completos: todos surcando la misma senda de la condición física y del descubrimiento de nosotros mismos con la que hace décadas él nos iluminó .
Nadie se dio cuenta de lo que llegaba. Médico respetado y cabeza de nuestra gran familia, papá se parecía mucho a otros padres que conocíamos en nuestro pueblecito de la costa de Jersey. Como la mayoría de su generación, colgó las zapatillas de atletismo al dejar la universidad y concentró su energía en sus pacientes y en su creciente familia y, así, su actividad deportiva se redujo a la de espectador, aparte de algún partido ocasional de squash o tenis. Cuando sus hijos empezamos a practicar deportes, acudía a los partidos y encuentros para animarnos. Sin embargo, ser espectador de las competiciones de sus hijos encendió de nuevo la llama de su espíritu deportivo. Sintió que le faltaba algo. Con cuarenta y cinco años, dos después del nacimiento de su último hijo, comenzó a correr de nuevo.
Empezó marcándose una meta sencilla: correr una milla (1,61 km) en 5 minutos. Corrió primero por nuestro patio trasero antes de aventurarse a hacerlo por las calles. En 1963 la novedad de encontrarse a un hombre de mediana edad corriendo en «paños menores» se veía con incredulidad y era objeto de mofa. Aquello no le acobardó. Encontró personas como él en la pequeña comunidad de corredores que soñaban con volver a correr competiciones y llegar al Maratón de Boston. Un año más tarde, completó el primero de los que sumarían 21 maratones de Boston consecutivos y más de 60 maratones en total. Envejecer es un cuento, argumentaba, y lo demostró dejándonos su mejor marca personal de 3:01 h conseguida con 61 años. ¿Y qué sucedió con la meta de recorrer una milla en menos de 5 minutos? Se convirtió en el primer cincuentón en conseguirlo al terminar en 4:47 h en 1969. Por el camino se comprometió con el editor deportivo del periódico local a cubrir los Juegos Olímpicos de México 1968 y a escribir una columna semanal. Corresponsal incansable, se sentaba en el salón de la televisión con un bloc de notas amarillo donde garabateaba las respuestas al creciente río de cartas que recibía de otros corredores. En 1970 se convirtió en redactor médico de Runner’s World y escribió su primera columna para esta revista. Dos años después apareció su primer libro sobre medicina del deporte. A medida que su público fue creciendo, su obra se centró menos en el tratamiento de lesiones deportivas y más en las experiencias deportivas de sus lectores y en cómo éstas cambiaban sus vidas. El creciente movimiento atlético –un movimiento con movimiento, como él decía− elevó Correr. La experiencia total hasta lo más alto de la lista de libros más vendidos del New York Times, por detrás de El libro completo del corredor de Jim Fixx. A este primer libro, le siguieron otros, siete en total, que culminaron con Going to Distance, donde relató su lucha contra el cáncer, que terminó matándole en 1993. Además de él, hubo otros precursores que también merecen ser reivindicados. Bill Bowerman, Kenneth Cooper y Fred Lebow, por nombrar unos cuantos. Mujeres pioneras como Grete Waitz y Joan Samuelson. Sin embargo, lo que nuestro padre puso en juego fue el juego en sí mismo. Mientras otros se aferraban a los beneficios de correr para la salud, él proclamó la cara menos práctica del deporte, sabedor de que la moda de correr acabaría si la gente sólo lo hacía por sus beneficios médicos. Los recién llegados se apearían del deporte al cabo de un mes si empezaban a correr por obligación. En cambio, se aficionarían a este deporte de por vida en caso de que se convirtiese en un juego.
«En el ámbito del juego es donde radica la vida. Donde el juego es un juego», escribió mi padre. «En su frontera es donde caemos en el error, donde correr se vuelve algo serio, donde se pierde el sentido del humor… Dinero, poder y posición se convierten en los objetivos. El juego se reduce a ganar. Y desaprovechamos la buena vida y las cosas buenas que aporta el juego». Para él, aunque el trabajo era necesario, el juego era esencial. «El trabajo no nos permite ser las personas que podríamos ser. El trabajo es sólo el precio que hay que pagar. Una vez ganado el pan de cada día, podemos dedicarnos a jugar».
Mediante el juego, en sus largas horas de carrera, rompió sus ataduras y se deshizo de sus cargas. Como Henry David Thoreau en sus paseos por Walden Pond, mi padre descubrió que correr le ayudaba a simplificar la vida, a despojarla de la complicación de las posesiones y la posición social. Disfrutar del cielo, el viento y el camino junto al río era gratis, y experimentar todo eso al correr resultó liberador. Y más importante aún, el juego se convirtió en la puerta de acceso al conocimiento de sí mismo. Corriendo, estuvo cada vez más cerca de la persona que suponía que debía ser: no de la idea de otra persona sobre lo que él debería ser. Animó a sus lectores a encontrar su verdadero yo, a congratularse de él y a asumir de nuevo el control de sus vidas. O dicho con sus propias palabras: «a poseer la experiencia de uno mismo en vez de ser poseído por ella, a vivir la vida en vez de que ella viva por ti, y a llegar a ser todo cuanto eres».
Poseída por este espíritu fue como se bautizó la revolución deportiva del atletismo. Fueron días embriagadores en que se veía a gente de toda condición social corriendo por primera vez, con la incertidumbre en la salida de saber adónde iban. Tanto o más que otros, George Sheehan abrió el camino. Liberado de convencionalismos, asumió sus propias excentricidades, animó a los que leían sus artículos y asistió a charlas previas a las carreras para que la gente asumiera las excentricidades propias. Los corredores captaron el mensaje. Surgieron carreras y maratones por todo el país. Durante las fiestas patronales las líneas de salida de las carreras populares estaban abarrotadas de corredores. La fiesta había comenzado.
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