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Osvaldo Bayer - Los anarquistas expropiadores y otros ensayos

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Osvaldo Bayer Los anarquistas expropiadores y otros ensayos
  • Libro:
    Los anarquistas expropiadores y otros ensayos
  • Autor:
  • Editor:
    Planeta
  • Genre:
  • Año:
    2007
  • Ciudad:
    Buenos Aires
  • Índice:
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Los anarquistas expropiadores y otros ensayos: resumen, descripción y anotación

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LOS ANARQUISTAS EXPROPIADORES

Combatidos y hasta estigmatizados por sus propios compañeros de ideas, los anarquistas que a sí mismos se llamaban expropiadores o —para emplear otros términos— el anarquismo delictivo tuvo en nuestro país un gran auge en las décadas del veinte y del treinta.

Recordar, historiar no es, por cierto, reivindicar. Explicar objetivamente cómo se desenvolvía la sociedad de apenas tres o cuatro décadas es difícil y más que eso, peligroso. Porque precisamente a veces se confunde objetividad con reivindicación.

Se admite, sí, o son reserva alguna —y es hasta lectura ineludible para los niños— la historia de un Robin Hood, por ejemplo, que quitaba (quitar, robar, expropiar: términos que a veces se diferencian sólo en la mayor o menor fineza con la que se pronuncian) a los poderosos para entregar a los desvalidos. Pero, a siglos de su actuación, Robin Hood es hoy un personaje simpático, tal vez porque su existencia tenga ribetes de leyenda, o porque sea sólo el producto de la imaginación. Los anarquistas expropiadores no son producto de la imaginación. ¡Existieron, y cómo! No todos ellos fueron Robin Hood aunque más de una fue un Pimpinela Escarlata. Eran tremendamente crueles en la defensa de sus vidas porque sabían que el menor descuido, la menor conmiseración significaba el fusilamiento en la calle o en el paredón. Eran, sí, una especie de guerrilleros urbanos pero que no contaban con el respaldo de ninguna potencia extranjera que les enviará fondos y armas o donde poder refugiarse cuando las cosas se ponían demasiado peligrosas. Vivían con los segundos contados, sin treguas. Curiosos personajes que atacaban a la sociedad (“burguesa”) a bombas y a tiros, pero que en sus periódicos censuraban agriamente a la dictadura de los bolcheviques defendiendo un vellocino de oro transparente e inmanente: la libertad.

“No se los puede reivindicar”, nos decía una de los últimos grandes intelectuales anarquistas que viven en nuestro país. Sí, agregamos, pero no se los puede ignorar. El movimiento anarquista expropiador fue muy grande en nuestro país, tal vez más importante que en la misma España, aunque tuvo una efímera duración de 15 años. Estuvo integrado por universitarios, obreros y algún que otro delincuente nato, pero que conformaron una galería de tipos humanos definidos. Aquí los veremos desfilar.

El 19 de mayo de 1919 tuvo lugar el primer asaltito con fines políticos en nuestro país. Y por la fecha y el ambiente en que se vivía no pudo haber sido organizado sino por rusos. Así es; el mundo social vivía atormentado por la Revolución Maximalista de Petrogrado y Moscú. En nuestro país, las filas anarquistas contaban con una profusión de apellidos eslavos que salían a relucir en los tiroteos frente a los sindicatos o en los atentados con bombas. Radowitzky, Karaschin y Romanoff habían perturbado la tranquilidad de los porteños. Por eso, cuando los diarios dieron los autores del primer asaltito político, los lectores deben haber exclamado moviendo la cabeza: ¡No podían ser de otra manera, tenían que ser rusos!

Es que en este primer asaltito todo es insólito, pero aun más lo son sus protagonistas. Tal vez el relato de un mero cronista no llegue a dar el matiz justo en la descripción de estos personajes, del ambiente conspirativo, de la mística nihilista y de la aceptación religiosa del destino de sufrimiento que rodea a los dos desesperados políticos que rompieron a tiros la tranquilidad del barrio de Chacarita en ese atardecer de mayo de 1919. Son personajes exclusivos para un Dostoiewski. O tal vez también para la melancólica ironía de un Chéjov.

El asaltito —bien de época, por otra parte— comienza en tranvía. Había miedo en Buenos Aires. Hacía muy pocas semanas que a Hipólito Yrigoyen se le había ido la cosa de las manos y todo había terminado en la matanza de los talleres Vasena. El proletariado se había quedado con la sangre en el ojo. El “Peludo” tendrá qu8e aguantarse 367 huelgas en ese año, dos más que todos los días juntos del año. Y mientras los intelectuales anarquistas siguen discutiendo entre sí la forma en que se desarrollará la vida cuando no haya más gobiernos, los anarco-individualistas aplican la acción directa y queman tranvías o hacen saltar panaderías por el aire…

Ya para ese entonces se había producido un nuevo desgarramiento en las izquierdas, que iba a repercutir en la vida sindical de la Argentina: una parte del anarquismo apoyaría la Revolución Rusa, es decir, a los maximalistas (bolcheviques). Pero el resto del comunismo anárquico —casi la mayoría— atacará tanto a capitalistas como al gobierno de Lenin por ser para ellos dictaduras iguales con formas distintas.

La polémica era durísima. Los anarquistas “prácticos” —que apoyan a la Revolución Rusa— defienden su criterio desde las columnas de “Bandera Roja”, mientras que los anarquistas comunistas intransigentes los llamaban oportunistas y traidores desde “La Protesta”, “El Libertario” y “Tribuna Proletaria”.

De las filas del grupo anarquista que apoyaban a la Revolución Rusa salieron los dos personajes que serán protagonistas del asaltito de mayo de 1919. Pero no lo harán por “oportunistas” sino por rusos: el fin de ellos era obtener dinero para sacar un periódico en idioma ruso y explicar a sus connacionales en la Argentina lo que estaba ocurriendo en la lejana “madrecita” Rusia.

El matrimonio Perazzo es joven y los negocios van bien. Tienen una agencia de cambios en Rivadavia 347, en el antiguo local de la Bolsa de Comercio. Cierran el local a las 19, arreglan sus cosas y regresan juntos a su casa, en el barrio de Chacarita. Para ello toman el tranvía 13 en el centro, que los deja a pocos metros de donde viven. Pedro A Perazzo suele llevar, cuando se retira del trabajo, un maletín.

En los primeros días de la segunda quincena de mayo, la señora de Perazzo ha notado en el negocio que a través de la vidriera la miran unos extraños ojos de extranjero. Primero uno, más bien rubio, con cara de polaco, y luego otro, de ojos negros, brillantes. Se lo hace notar al marido quien no da importancia al hecho.

Esa noche del 19 de mayo, el matrimonio Perazzo sale a las 19:30 del local y toma el obligado tranvía 13 rumbo a casa. El lleva el acostumbrado maletín.

Durante el trayecto, la señora está inquieta, Está segura que el pasajero sentado detrás de ellos es el desconocido con cara de polaco que los ha estado espiando últimamente Se lo dice a su marido quien la tranquiliza aunque no deja de estar alerta porque él ha notado otra cosa extraña: el tranvía es seguido por un automóvil que varias veces se ha aproximado y uno de sus dos ocupantes ha lanzado miradas hacia ellos.

Llegan a destino. Perazzo se tranquiliza. En esa esquina de Jorge Newbery y Lemos hay mucha iluminación y tránsito. Dos vías de tranvía cruzan por ahí y a poco más de cincuenta metros pasa la concurrida calle Triunvirato.

Pero al bajar, su señora le tira la manga del saco y se queda paralizada. El pasajero de cara de polaco ha bajado también en esa esquina. El tranvía sigue su marcha. El auto misterioso para allí mismo y de él baja el de los ojos negros y brillantes. El cara de polaco se abalanza sobre Perazzo con un revolver en la mano. La mujer sale corriendo a los gritos. Perazzo se ha quedado tan paralizado que retiene aun más el maletín. El cara de polaco le pega dos o tres tirones pero no logra quedarse con el bulto. Entonces pierde la calma y empieza a tiara tiros a todos lados.

En eso llega un tranvía 87 con un bagaje definitivo para los asaltantes: dos agentes de policía en la plataforma. Al ver el insólito espectáculo y oír los tiros, los uniformaos sacan sus armas y atacan al auto y al hombre rubio que ha disparado los tiros y que (ahora sí) ya ha logrado arrancar el maletín.

El otro asaltante, que ha bajado del auto, vuelve al mismo al ver que la cosa se pone fea y le grita al que acaba de arrancar el maletín a Perrazo que suba en seguida al vehículo. Pero éste no lo oye; está tan nervioso que huye a pie mientras sigue tirando a cualquier lado.

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