Fernando Vallejo - Manualito de imposturología física
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- Libro:Manualito de imposturología física
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:2005
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Manualito de imposturología física: resumen, descripción y anotación
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«El ser humano es una bestia bípeda entrenada durante cuatro millones de años de evolución (contados desde que bajó del árbol) para mentir de las formas más sutiles, de las cuales hoy por hoy las más prestigiosas son la palabra y las ecuaciones».
Fernando Vallejo, que ya en otro libro de ensayos se había despachado de manera despiadada a Darwin, arremete en éste con igual rabia e inteligencia contra los que considera los máximos impostores de la ciencia, ahora del campo de la física. Este Manualito de imposturología física, además de plantear muy bien qué fue lo que trataron de entender estos «genios de la impostura» (Newton, Maxwell y Einstein, entre otros), explica por qué fracasaron en su intento.
Aun para aquellos que nunca antes se hayan interesado por las teorías de Newton o las «marihuanadas» de Einstein, éste es un libro claro, instructivo y revelador. Una vez más Fernando Vallejo demuestra que la suya es una pluma ácida y lúcida, que no le teme a ningún tema ni a ninguna vaca sagrada.
Fernando Vallejo
ePub r1.0
Titivillus 07.03.18
Fernando Vallejo, 2005
Ilustración de cubierta: Nora Garzón
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
En recuerdo de Heráclito
que dijo que todo se movía,
y de Parménides
que dijo que todo estaba quieto
INTRODUCCIÓN
T odo es medible y medir es el fin de la ciencia. Se puede medir una bacteria, el átomo, el núcleo del átomo, el electrón, la opinión pública, la inteligencia, la distancia que nos separa de la estrella Alfa del Centauro… Todo, todo se puede medir. ¿Por qué no habremos de medir entonces la impostura, la maliciosa capacidad de mentir del ser humano que es su esencia? El ser humano es una bestia bípeda entrenada durante cuatro millones de años de evolución (contados desde que bajó del árbol) para mentir en las formas más sutiles, de las cuales hoy por hoy las más prestigiosas son la palabra y las ecuaciones. Propongo para esta subespecie embustera que los biólogos han venido designando como Homo sapiens sapiens el nombre más apropiado de Homo sapiens mendax, o sea «hombre sabio mentiroso».
La imposturología es la ciencia de la impostura y su unidad es el aquino, que corresponde a la cantidad de impostura contenida en los 33 volúmenes de la Suma teológica de Tomás de Aquino. El aquino es una unidad gigantesca y lo simbolizamos por una simple A mayúscula, pero en cursiva para distinguirlo del amperio, unidad de corriente eléctrica también muy grande que se designa con una A mayúscula en tipo normal, y del angstrom, unidad de longitud muy pequeña que se designa con una Å mayúscula también en tipo normal pero coronada por una bolita.
Hubiéramos podido simbolizar el aquino con Aq, del mismo modo que simbolizamos el hertz con Hz, el weber con Wb, y el pascal con Pa. Hemos preferido la A simple dada la importancia incuestionable de esta unidad. A fin de cuentas el farad se designa por una F, el coulomb por una C, el joule por una J, y el newton por una N, y de todas estas unidades la humanidad puede prescindir, en tanto del aquino no. El aquino es unidad de medida aplicable en todas las ciencias, todas las religiones, todas las filosofías, todos los campos humanos. Pese a lo cual aquí sólo nos ocuparemos de su presencia en la física, donde alcanza alturas eminentes, el pico de la cumbre.
Siendo tan grande la cantidad que abarca un aquino, usualmente lo dividimos por mil al igual que hacemos con el amperio, y así como medimos corrientes eléctricas en miliamperios o milésimas de amperio, del mismo modo medimos impostores en miliaquinos o milésimas de aquino, que abreviamos mA, en que la «m» vale por el prefijo «mili». Darwin, por ejemplo, sólo mide 1 mA; Mahoma, 2 mA; Cristo, 3 mA. Y así. Ningún político ni religioso ni biólogo impostor mide más de unos cuantos miliaquinos. ¿Y habrá alguien que mida aquinos enteros? ¡Por supuesto, para eso está la unidad! Aunque muy pocos en verdad, y curiosamente sólo en el campo de la física: Newton, Maxwell, Einstein… Los cuales no sólo tenemos que medir en aquinos enteros sino en muchos de éstos: Newton, 23 A; Maxwell, 180 A; y Einstein, 280 A. ¡Doscientos ochenta aquinos! Una cifra de dar vértigo. Más espeluznante que el parsec astronómico, que son 3.26 años luz o sea un poco más de 30 trillones de kilómetros, entendiendo por trillón lo que usted quiera, mucho, con tres ceros más en Inglaterra que en los Estados Unidos.
Y a propósito de los imponentes trillones ingleses, Inglaterra cuenta con tres de las más altas eminencias objeto de nuestra nueva ciencia: Darwin, Newton y Maxwell. Aunque, como podemos ver comparando las cifras que les corresponden, no tienen los ingleses mucho sentido del pendant, pues en aquinos Darwin mide 23 000 veces menos que Newton y 180 000 veces menos que Maxwell. Al lado de sus dos ilustres coterráneos, Darwin es peccata minuta. La explicación del gran fenómeno biológico de la evolución por medio de su tautología de la supervivencia del más apto es una niñería al lado de los teoremas geométricos de Newton para explicar la gravedad, del éter maxwelliano para explicar la luz, o de los experimentos pensados de Einstein para explicar vaya a saber Dios qué. ¡Experimentos pensados! Gedankenexperimente. ¡A quién se le ocurre! Sólo a un genio germánico que mida 280 A, capaz de batir en impostura, expresión máxima del intelecto, hasta a la pérfida Albión. Un experimento lo es cuando se realiza. Si se queda en la mente del que lo concibe, o por haraganería o porque no es realizable como cuando pretendemos apostar carreras con la luz, pues no es experimento. Está en la esencia del experimento el ser realizado. He aquí un Gedankenexperiment un aquinauta einsteniano cayendo en caída libre dentro de un ascensor a oscuras pero con una linterna de luz muy fina encendida tratando de ver si, a causa de la caída, la fina raya de luz de la linterna se curva… Yo digo que no, porque para empezar, por más fina que sea la luz nunca será una raya pues la raya es una abstracción euclideana; y para terminar, porque no bien caiga el aquinauta del golpe se mata.
Un año me tomó medir la impostura einsteniana; vale decir, algo más de lo que se tardó Kepler en establecer, basándose en las observaciones que le dejó de herencia Tycho Brahe y tras de infinidad de cálculos matemáticos, que la órbita de Marte era una elipse y no un círculo. Estos cálculos de Kepler no los conozco. ¿Alguien los conocerá hoy en día? ¿Y alguien conocerá los que le permitieron a Le Verrier postular la existencia de Neptuno por las perturbaciones que ejercía este planeta, en su tiempo desconocido, sobre la órbita de Urano? Si los cálculos de Le Verrier para Neptuno fueron tan exactos como los que le hicieron postular a este mismo astrónomo diez años después la existencia de Vulcano, que no existe, por las irregularidades detectadas en la órbita de Mercurio, entonces el descubrimiento de Neptuno evidentemente no fue obra de sus brillantes cómputos newtonianos sino la simple coronación del trabajo sistemático, largo y tedioso, de cartografiar el cielo, llevado a cabo por otros, por Galle y d’Arrest en el Observatorio de Berlín, el cual les permitió a estos dos astrónomos localizar a Neptuno en las cercanías de Urano: en las cercanías, y no en una región lejana del cielo, pues en una región lejana Neptuno no habría perturbado a Urano.
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