Fernando Vallejo - Peroratas
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- Libro:Peroratas
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:2013
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Peroratas: resumen, descripción y anotación
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«No sé muy bien qué sea el amor, pero de lo que sí estoy convencido es de que es algo muy distinto al sexo y a la reproducción, con los que lo confunde mi vecino. El amor es puro; el sexo, entretenido y sano; y la reproducción, criminal.» Peroratas resume el ideario de Fernando Vallejo, sus amores y sus animadversiones, su visión de la vida y la moral, que él mismo condensa en dos mandamientos: «Uno: no te reproduzcas que la vida es un horror e imponerla el crimen máximo. Dos: los animales de sistema nervioso complejo, y ante todo los que el hombre domesticó, también son nuestro prójimo».
El futuro incierto de los libros en nuestra era digital, los atentados contra la lengua española, las vejaciones a los animales, los crímenes de las religiones, la plaga de la clase política, la destrucción del planeta, y a la vez su amor por este idioma, su deslumbramiento ante la desmesura de la realidad colombiana y su búsqueda de la verdad y la justicia son los grandes temas de esta obra.
Vallejo sacude las conciencias con un estilo tan cautivador como brutal, en el que el lector reconocerá la voz inolvidable de sus novelas. «Y las letras, la literatura, ¿ésas qué? También vamos a salir de ellas no bien desaparezca el libro. Lo único verdaderamente importante para el hombre es la alimentación y la cópula. O mejor dicho, la alimentación para la cópula, pues el hombre en esencia no vive para comer sino que come para lo otro. El bípedo humano tiene grabado el sexo en las neuronas con que nace. Y no desde el Pithecanthropus, que es recientísimo. No. Desde hace seiscientos millones de años, que es cuando aparecieron las especies que se reproducen por el sexo, de las que surgimos».
Fernando Vallejo
ePub r1.0
mandius 23.05.15
Título original: Peroratas
Fernando Vallejo, 2013
Editor digital: mandius
ePub base r1.2
Alfaguara ha reunido aquí treinta y dos textos míos: artículos, discursos, conferencias, ponencias, prólogos y presentaciones de libros y películas. En ellos quedan expresados mis sentimientos más fuertes: mi amor por los animales, mi devoción por algunos escritores, mi desprecio por los políticos y mi odio por las religiones empezando por la católica en que me bautizaron pero en la que no me pienso morir. Si la Iglesia no me ha quemado vivo con lo que he dicho de ella es porque ya no puede, porque desde el Siglo de las Luces y la Revolución Francesa ha ido perdiendo poco a poco su capacidad de hacer el mal. Hoy ya no pueden levantar en las plazas públicas las hogueras para quemar herejes y brujas. Cuando leía en Ámsterdam mi conferencia «La Patagonia, el fin del mundo», que aparece en este libro, los holandeses que me escuchaban en traducción simultánea del español al holandés se iban saliendo indignados tirándome de paso sobre el podio donde hablaba los audífonos. ¡Y pensar que terminaba mi conferencia invocando el espíritu libre de Erasmo el tolerante! No alcanzaron a llegar hasta el fin. Acabando de leer mi conferencia con media sala vacía me sonaron muy sarcásticas mis palabras finales. En cuanto al tema de la Patagonia, fue idea de los que me invitaron, y tenía que ver con el segundo milenio, que estaba por terminar. Entonces entendí que Europa, que vivió las guerras de religión, no es nuestra América Latina libre, el último reducto de la libertad. Allá no se puede hablar. Ni en los Estados Unidos. Ni en los cincuenta y dos países musulmanes. En el vasto ámbito geográfico que abarcan es un riesgo afirmar que Dios no existe y que si existe es Malo; que Cristo no existió y que si existió fue un loco rabioso; que el cristianismo ha sido desde que empezó una inmensa farsa y una empresa criminal, y que el Islam es otra, siendo imposible determinar cuál de esas dos barbaries disfrazadas de civilizaciones es más infame.
Otras explicaciones sobre algunos personajes y circunstancias de estos textos. Cuando leía en el Parque Nacional de Bogotá, durante un encuentro de escritores, mi mensaje «A los muchachos de Colombia», me gritaban desde el público «¡Apátrida!» Y sí, pero se quedaron cortos. Yo ya no sé dónde meterme en el planeta. Ruido y bribonería es lo que encuentro por todas partes. Y elecciones. Este planetoide del Sistema Solar se la pasa los 365días del año ejerciendo lo que llaman la «democracia», eligiendo hampones.
«El palacio embrujado de Linares» es mi presentación de mi libro Mi hermano el alcalde. Fue la primera presentación de libro que se hizo por teleconferencia (ya no saben qué inventar) y tuvo lugar entre las oficinas de mi editorial Alfaguara en la Ciudad de México, desde donde hablaba yo en medio de una nube de humo y con un altar de muertos mexicano encendido de veladoras detrás de mí y sonando el comienzo del poema sinfónico «Finlandia» de Sibelius que de niño me causaba miedo, y la Casa de América en Madrid donde estaba el público. El «palacio embrujado de Linares» es hoy justamente la Casa de América. El edificio de Alfaguara, de varios pisos (entonces mi editorial era una empresa boyante que se podía dar el lujo hasta de quemarlo), se llenó del humo de una máquina que contratamos para darle al asunto una atmósfera de terror. Llegaron los bomberos con sus sirenas a apagar el incendio, pero no, ¡falsa alarma! A cada uno de ellos le di un ejemplar del libro dedicado: «Para el bombero fulano de tal, quien nunca leerá estas páginas». Cosa evidente porque los bomberos no están para leer libros. ¿Y quién los leerá mañana? Ahí está mi ponencia «¿El fin del libro?» para medio contestar.
Mi perra Bruja es a quien más he querido. Clarita Gómez era una psicoanalista que murió poco después de leer el prólogo que le escribí para su libro, que resultó póstumo. ¡Como ella! Y es que su papá, que fue un escritor importante en mi tierra de Antioquia, murió meses antes de que ella naciera. A García Márquez ya lo conocen. Aún vive. ¿Y este «aún» sobra? ¿Será pleonasmo? El filólogo, gramático y árbitro del idioma Rufino José Cuervo, mi paisano, y que está en dos de estos textos y canonizado por mí en el cielo, es quien habría podido decirnos a ciencia cierta si ese «aún» es pleonástico, pero ya murió. ¿Y este «ya» también será pleonástico? La revista Soho aún no la clausuran y es un éxito. Vive de sacar viejas en pelota.
En la presentación de La Rambla paralela una señora ingenua del público me preguntó en público que por qué no me casaba. «Consígame un muchacho bien bonito que me quiera y me caso», le contesté. ¡Qué me iba a conseguir nada! A mi conferencia «El lejano país de Rufino José Cuervo», que tuvo lugar en el auditorio del Gimnasio Moderno de Bogotá, llegué acompañado de veinte perros callejeros. El «Discurso del Congreso de Escritores colombianos» lo pronuncié delante del vicepresidente de Colombia Gustavo Bell, que lo tomó muy civilizadamente, con sonrisitas. La plata del Premio Rómulo Gallegos se la di a los perros callejeros de Caracas. La del Premio de la FIL, a los de México. Si algún día me dan un premiecito más substancioso, me lo guardo para mi entierro o funeral. O «funerales», con plural aumentativo, como cuando hoy decimos «Los dineros de las ayudas a los damnificados se los robaron los políticos». El queísmo, el dequeísmo, los anglicismos, los «dineros», las «ayudas», los altos «cargos», los altos «mandos», la pluralitis, la mayusculitis… ¿Para dónde irá este idioma? Pues para donde van el libro y el mundo.
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