C?sar Vallejo - El arte y la revoluci?n
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El arte y la revoluci?n: resumen, descripción y anotación
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César Vallejo
César Vallejo, 1973
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
Ya hemos visto, en el prólogo respectivo, que Contra el secreto profesional constituyó un «libro de pensamientos» (calificativo dado por el propio César Vallejo en un apunte de carnet), compuesto fundamentalmente entre 1923-1924 y 1928-1929, en el que el eje estructurador del volumen era una visión dialéctica de la existencia.
Esa visión dialéctica contaba con importantes antecedentes (arraigados, de alguna manera, en la cosmovisión andina, de matriz dual: hurin y hanan) en los libros escritos por Vallejo en el Perú; empero, resulta innegable que la lectura atenta de Marx, Engels, Lenin y otros forjadores del Marxismo (llamado, precisamente, Materialismo Dialéctico), lectura ya detectable en artículos publicados por Vallejo en 1927 y 1928, fue decisiva para que esa visión dialéctica se desplegara por completo en las páginas de Vallejo, tomando conciencia plena de sus posibilidades de explicar lo que —con criterios de la lógica aristotélica y la razón cartesiana— parecía absurdo o paradójico en la realidad.
Ese hallazgo iluminador de la dialéctica marxista, junto con la importancia que la praxis marxista concede a una moral de la justicia y la solidaridad, comprometida con las clases populares oprimidas, valores también rastreables en la obra juvenil de Vallejo, en especial en Los heraldos negros , debe haber sido, a nuestro juicio, un factor medular en el acercamiento de nuestro poeta a la concepción marxista. Acercamiento que se tomó adhesión clara y fervorosa luego del primer viaje a la Unión Soviética (octubre de 1928). Fijémonos: la dialéctica ya le iba pareciendo la nueva lógica que venía buscando desde Los heraldos negros y Trilce ; la ética marxista, la nueva ética que su corazón (debidamente nutrido por valores morales del cristianismo y de una aldea andina con muchas prácticas comunales) altruista, adolorido y angustiado anhelaba.
Entonces, la visita a la Unión Soviética (vista con ojos tejidos por sus raíces cristianas y andinas, como ha explicado Roberto Paoli) completó su conversión al marxismo; creyó contemplar una nueva sociedad en curso, producto de la revolución bolchevique, en la que la Masa (la colectividad unida) lograría plasmar la Utopía de un hombre nuevo (una nueva antropología ).
Pero, pronto, en sus lecturas (con esmero de estudios dirigidos a proporcionarle un conocimiento a fondo y de primera mano —es decir, de los marxistas centrales: Marx, Engels, Lenin, también Trotsky y Rosa Luxemburg, entre otros—, y no una información esquemática en base a manuales introductorios o cartabones dogmáticos de adoctrinamiento partidario) y en sus contactos con escritores y artistas soviéticos en sus visitas a la Unión Soviética, constataría que no existía una estética marxista debidamente sistemática y articulada. Más aún, que reinaba mucha confusión, tanto entre los militantes bolcheviques como entre los artistas que se reputaban artistas revolucionarios, sobre las relaciones entre arte y revolución ; confusiones procedentes de no comprender a cabalidad la naturaleza del arte (reduciéndolo a un mero «reflejo», correspondiente a lo que el marxismo llama «súperestructura», del nivel central de la estructura social: la infraestructura económica), ni la dimensión honda y universal que conlleva el logro (meta de la revolución) del socialismo o comunismo (Vallejo utiliza como sinónimos estas dos palabras que ciertas líneas marxistas distinguen como dos etapas, siendo la última y superior, la del comunismo; este punto merecería examinarse y cotejarse con una actitud similar en José Carlos Mariátegui, fundador de un partido al que denominó Socialista, y al que se adhirió Vallejo inmediatamente).
Como consecuencia de ello, Vallejo se decide a contribuir a la creación de una estética marxista. A la nueva lógica, nueva ética y nueva antropología, debería acompañarle, ni más ni menos, una nueva estética , de la cual ya existían ejemplos notables en la praxis artística (sobre todo, la pintura de Picasso, y el cine de Eisenstein —con su «estética del trabajo»— y Chaplin), pero no en la teoría estética, apenas algunas observaciones y consideraciones —insuficientes, dignas de precisiones capitales— de Marx, Engels, Lenin y Trotsky.
Esa preocupación teórica puede percibirse en Rusia en 1931 (publicado en 1931) y Rusia ante el segundo plan quinquenal (terminado en 1932, no pudo publicarlo en vida); y constituye el meollo mismo de su nuevo «libro de pensamiento» (así lo llamaba César según Georgette de Vallejo) El arte y la revolución .
Esta vez los datos ofrecidos por Georgette parecen irrefutables: Vallejo comenzó su nuevo «libro de pensamientos» luego («en seguida», asevera Georgette) de su segundo viaje a la Unión Soviética (octubre de 1929) y lo trabajó concienzudamente en 1930, revisándolo en enero y febrero de 1932, fechándolo en «Madrid, febrero de 1932» cuando intentó vanamente que lo publicara la Editorial Plutarco. En una carta de enero de 1932, César le escribió a Georgette:
«Estoy corrigiendo El arte y la revolución . Ya con las correcciones y modificaciones que he hecho, el contenido, el alcance y el valor sustantivo del libro —como pensamiento y acción revolucionaria— han quedado de lo más logrado».
No obstante, seguramente por no haberlo podido editar en 1932, Vallejo siguió revisando y corrigiendo El arte y la revolución, como lo prueban el que añadiera en el original la fecha «París 1934», y el que pusiera al frente de él cuatro anotaciones destinadas a «suprimir»; «consultar» y «añadir». Sea como fuere, al igual que Keith McDuffie, opinamos que lo esencial del libro ya estaba trabajado en 1929-1930 y 1932:
«tales cambios tenían por fin el desarrollo o ampliación de varios temas relacionados con el tema principal del libro: el complejo de relaciones entre el arte y la revolución. No representaban cambios de fondo en las materias esenciales del libro, de manera que podemos aceptar éste como el manifiesto definitivo de Vallejo sobre la cuestión del papel del arte y del artista en la revolución proletaria». (McDuffie, «Todos los ismos el ismo: Vallejo rumbo a la utopía socialista»; este artículo apareció primero en la Revista Iberoamericana , en 1975; aquí lo citamos mediante su reproducción en: Antonio Merino, En torno a César Vallejo ; Madrid, Júcar, 1988; p. 242).
Esa condición de «manifiesto definitivo» de las ideas estéticas de Vallejo sobre el papel revolucionario del arte puede sostenerse no sólo porque la mayor parte de los textos proceden de artículos publicados por César entre 1926 y 1931 (en Mundial, Variedades, El Comercio , etc.), de los cuales se extrae pasajes que conservan las ideas centrales de Vallejo sobre la naturaleza del arte, pero que son rehechos o refundidos para conceder relieve ahora a la dimensión política del arte y del artista, teniendo en cuenta la necesidad y urgencia de una revolución proletaria a escala mundial. Sino, también y sobre todo, porque, en sus notas principales, las nociones estéticas de El arte y la revolución son las mismas que siempre había tenido Vallejo: «Sin cambiar en lo esencial su poética, Vallejo buscaba dar un enfoque más preciso al aspecto “político” de su pensamiento» (McDuffie, p. 258). Añadiríamos que la óptica marxista le permitió ahondar y desarrollar convicciones estéticas que ya tenía desde su juventud.
Decimos esto porque es necesario subrayar la coherencia de las ideas estéticas de El arte y la revolución , conforme ha hecho atinadamente McDuffie. Nadie puede negar que Vallejo no alcanza a formular una teoría estética sistemática, ni mucho menos; le falta el vuelo teórico y el poder analítico que demanda esa labor (y que, por esos años, entre los marxistas, sólo tenía el húngaro Gyórgy Lukács). Lo que no cabe es seguir afirmando que Vallejo se contradice en sus ideas estéticas y/o que hay una diferencia abismal entre su praxis poética (ella sí genial, lúcida, compleja) y su teorización estética (supuestamente embrionaria, esquemática y perniciosa), como lo han hecho, en diverso grado, Juan Larrea, André Cayné, Américo Ferrari, José Miguel Oviedo y Guido Podestá, especialmente al comentar la primera edición de El arte y la revolución , aparecida en 1973.
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