Francisco Alía Miranda - La agonía de la República
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- Libro:La agonía de la República
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:2015
- Índice:4 / 5
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La agonía de la República: resumen, descripción y anotación
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Francisco Alía Miranda nos aporta una visión renovada, enriquecida con sus investigaciones en archivos españoles y extranjeros, de unos acontecimientos, los del final de la guerra civil española, que creíamos conocer bien, tanto en sus aspectos políticos como en los militares. Su investigación nos muestra cómo la república sucumbió a manos de los propios republicanos, en unos meses terribles en que se frustraron las últimas propuestas de negociación, realizadas a través de la mediación de Gran Bretaña. Unos meses en que el golpe de estado del coronel Casado dio pie a sangrientos enfrentamientos internos, con episodios como la doble sublevación de Cartagena, la resistencia comunista en Madrid o la sublevación en el Ejército de Extremadura, que dieron como resultado final que se destruyese desde dentro toda posibilidad de resistencia, facilitando que el general Franco organizase una «ofensiva de la victoria», cuando no había ya ejército al que batir, con el fin de imponer una rendición sin ninguna garantía para los vencidos.
Francisco Alía Miranda
El final de la guerra civil española (1938-1939)
ePub r1.0
Titivillus 16.05.16
Título original: La agonía de la República
Francisco Alía Miranda, 2015
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
¡QUEREMOS PAN Y CARBÓN, y si no la rendición!, gritaban los madrileños en los tumultos y manifestaciones que iba provocando el hambre durante el transcurso de la guerra. Madrid, la ciudad alegre, resistente y optimista, llegaba a finales de 1938 prácticamente exhausta, como la propia guerra para el bando republicano. El desánimo se fue generalizando en toda la retaguardia y en el frente. La falta de alimentos y productos básicos, las sucesivas derrotas, los continuos bombardeos de los aviones alemanes e italianos, la mirada hacia otro lado de las potencias extranjeras consideradas amigas… Todo jugaba en contra del Gobierno del doctor Negrín.
Y, por si fuera poco, también agravado por todo lo anterior, estaba el enfrentamiento abierto y público entre las distintas organizaciones políticas y sindicales del Frente Popular, a pesar de los llamamientos hacia la unidad, que pocos creían y estimulaban realmente. Las diferencias no eran nuevas del último año de la guerra, ni mucho menos. Venían de muchos años atrás y se agudizaron a partir de la revolución de 1934 y desde el comienzo del conflicto bélico. Pero cuando la descomposición del régimen se iba haciendo cada vez más evidente, durante 1938, los recelos y rencores se fueron acrecentando de forma alarmante, signo evidente de esa propia circunstancia, y, además, estaban abiertamente visibles en los mítines, en la prensa, en los plenos de las instituciones, en la calle… Y, quizá lo peor, también se trasladaron con suma facilidad al seno del Ejército Popular de la República, donde todos ambicionaban el poder y el control de sus distintas unidades, lo que repercutió negativamente en su operatividad y eficacia.
¡Qué difícil se hizo a la República poder mantener su integridad! En momentos tan delicados y de tanta trascendencia, se hubiera necesitado un gobierno fuerte, respaldado por todas las organizaciones que en febrero de 1936 habían logrado ponerse de acuerdo para intentar recuperar al régimen de la Segunda República a sus orígenes. Pero sucedió todo lo contrario. Las disputas entre los anarquistas y los comunistas eran cotidianas y perceptibles tanto en la vida política como en la actividad económica. Tampoco eran buenas ni mucho menos las relaciones de los socialistas con los comunistas ni con los anarquistas, aunque con estos la UGT mantuvo mejor las formas. El Partido Socialista Obrero Español y la UGT, que dominaron el ejercicio del poder, no sólo no tenían una imagen uniforme, sino que andaban en enfrentamientos internos continuos en cada actividad o actuación que emprendía el ejecutivo. Negrín se lamentaba de que todos conspiraban contra él, incluso los suyos, y no le faltaba razón. Encima, sus únicos aliados sinceros (aunque no desinteresados), los comunistas, le procuraron más enemigos si cabe tanto en el interior como en el exterior de las fronteras. Difícil papel el del presidente del Gobierno, que no contaba ni con el respaldo del propio presidente de la República y sí con presiones de todos lados, desde su propio partido a los comunistas, pasando por las cancillerías amigas, como la inglesa, la francesa y la de su mejor aliado, la URSS. El golpe de Casado, a principios de marzo de 1939, y la lucha que generó entre las propias fuerzas republicanas, fue la culminación de estas disputas y el resultado de muchos años de enemistades contenidas. Este último episodio de la guerra dejó cientos de muertos entre los propios republicanos, pero no fueron los únicos ni muchos menos… Algunos de los últimos recuentos, con nombres y apellidos y filiación política y sindical, dan la cifra total de mil víctimas provocadas durante toda la guerra en las luchas entre antifascistas, desde el primer mes hasta el último.
Si se hablaba de revolución, muchos se asustaban tanto dentro como fuera del país, que recordaban la revolución rusa de 1917. Si se hacía la revolución, las disputas eran frecuentes tanto por la distinta manera de entenderla como porque, según el PCE, no se respetaba la voluntariedad para acogerse o no al régimen de explotación colectiva. Además, muchos percibían, empezando por las autoridades y los propios sindicatos, que los rendimientos económicos se reducían drásticamente. Todo eran dificultades. Los mismos trabajadores que habían apoyado entusiastamente en las jornadas de julio de 1936 a la República estaban desconcertados, pues les costó comprender que no sólo de entusiasmo popular podía mantenerse el régimen republicano. Desde el punto de vista económico la República partía con ventaja, pero pronto la fue perdiendo tanto por el avance de las tropas enemigas como por la falta de estímulos en el trabajo. Una buena parte de españoles que cayeron en territorio republicano no sólo no querían ir al frente, e hicieron todo lo posible por eludir los llamamientos a filas, sino que tampoco se comprometieron de forma sincera con su esfuerzo en las tareas agrícolas y en la industria.
La marcha de la economía no explica por sí misma la derrota, desde luego. Fueron muchos los factores que la trajeron y todos ellos estuvieron mucho más relacionados de lo que comúnmente se ha establecido. Pero la evolución económica resultó determinante en el desarrollo militar de la guerra. No sólo era la pérdida continua de territorios de gran valor económico, como el Norte durante 1937. La producción agrícola e industrial disminuía progresivamente. Al final, ni los soldados cobraban puntualmente ni tenían los pertrechos necesarios, lo que reducía la moral de lucha. Los tanques y aviones soviéticos más avanzados —comprados a precio «de oro»— ya no podían competir con el armamento suministrado al ejército de Franco. La llegada de los HE-111 y de los ME-109, de fabricación alemana, hizo que toda la flota de bombarderos, cazas y aviones de reconocimiento de la Fuerza Aérea Republicana quedara en franca desventaja. Los cañones antitanque alemanes se mostraban de irresistible eficacia frente a los carros de combate del Ejército Popular y de las Brigadas Internacionales. A ello se sumaba la desorganización y politización del propio ejército republicano, que había visto perder en pocos meses a más de la mitad de sus mandos profesionales. Los comunistas intentaron imponer una rigurosa disciplina en sus filas, pero chocaron de frente con los socialistas y anarquistas, celosos del predominio que iba cogiendo un partido minoritario antes de la guerra y que a base de defender una vía antirrevolucionaria ganaba adeptos entre los sectores más moderados del espectro político de la República e influencia en el seno de muchas de sus principales unidades militares.
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