Alia Miranda Francisco - La Agonia De La Republica
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Francisco Alía Miranda
El final de la guerra civil española (1938-1939)
Título original: La agonía de la República
Francisco Alía Miranda, 2015
Edic. digital: LMM
AL COMIENZO DE LA GUERRA CIVIL, tras el fracaso del golpe de Estado dirigido por el general Mola, en julio de 1936, la situación parecía claramente favorable para el Gobierno de la Segunda República. Controlaba más de la mitad de la superficie del territorio y cerca de catorce millones de habitantes (60%) frente a los algo más de diez (40%) de la zona de los sublevados. La República dispuso de la mayor parte de la capacidad industrial del país, incluidas las tres zonas fabriles y mineras más importantes: Cataluña, el País Vasco y Asturias. También una buena parte de la agricultura, entre un tercio y la mitad, incluyendo los cultivos más rentables y competitivos del Mediterráneo. El 90% de la producción de agrios-cítricos, el 50% de la producción de aceite, el 80% de la producción de arroz y la mayor parte de la producción hortofrutícola. Las Bolsas de Valores quedaron en territorio republicano, así como los dos tercios de las oficinas bancarias y de las cajas de ahorros, donde se generaban las tres cuartas partes de los recursos captados por el sistema financiero. Disponía también del Banco de España y sus inmensas reservas de oro, unas 700 toneladas valoradas en 2500 millones de pesetas. El peso financiero de la zona republicana era, pues, abrumador. También la República dominaba las comunicaciones: los principales puertos y la mayor parte de la flota mercante permanecían en su poder.
El territorio controlado por los sublevados, dirigidos en un primer momento por la Junta de Defensa Nacional, presidida por el general Miguel Cabanellas, quien oficialmente desde el 1 de octubre de 1936 cedió la Jefatura del Estado a Francisco Franco, proclamado Generalísimo y jefe del denominado «ejército nacional», estaba integrado fundamentalmente por las áreas rurales del país. Contaba con las dos terceras partes de la producción de trigo, con la mitad de la cosecha de maíz, con el 60% de leguminosas y con más de dos tercios de la producción de patatas. También dominaba la mayor parte del ganado de leche y de tiro, el 75% del vacuno y el 70% del ovino. La producción pesquera también era superior, pero apenas tenía industria, ni yacimientos mineros, con la excepción del cobre y de las fábricas conserveras localizadas en Galicia y en la región navarro-riojana [1] .
Desde el punto de vista militar, los jefes y oficiales del Ejército se repartieron prácticamente por igual durante el golpe de Estado de julio de 1936, con una ligerísima ventaja para los sublevados: entre los más de 18 000 generales, jefes, oficiales y cadetes de las Fuerzas Armadas en esa fecha, 8929 quedaron situados en zona republicana y 9294 en la nacional, a los que se sumarían 38 destinados en el extranjero [2] . Sin embargo, los sublevados ganaban, y no solamente desde el punto de vista numérico, en la división de las fuerzas militares a finales de julio de 1936: 116 501 efectivos se mantuvieron fieles a la República frente a 140 604 que se sumaron los golpistas, radicando la diferencia fundamental en el Ejército de África, la unidad más preparada y curtida, con 47 127 militares, que en su totalidad se sumaron a la sublevación militar [3] .
A principios de 1938 la situación se había revertido en casi todos los aspectos a favor de los sublevados. En esas fechas, el ejército de Franco controlaba 559 000 kilómetros cuadrados de territorio, de un total de 769 000; es decir, un 72%. Demográficamente también había superado ya a la República, con 15 800 000 habitantes a su cargo. La zona nacional procuraba la mayor parte de recursos económicos básicos (materias primas) y de las industrias de transformación. El norte industrial estaba ya también en su poder. En la agricultura y la ganadería su superioridad era aplastante, controlando el 80% de la producción de cereales. También había logrado hacerse con el control de la mayor parte de barcos comerciales [4] . La plantilla de jefes y oficiales del bando nacional fue aumentando paulatina y considerablemente desde los primeros días del conflicto militar y disminuyendo la del republicano, por múltiples circunstancias, quedando el retrato final en 14 104 para los nacionales (77%) y 4158 para los republicanos (23%). La República, según estas cifras, perdió a 4771 jefes y oficiales, un 53%, que pasaron al bando rival [5] .
¿Cuáles fueron las causas principales que llevaron a la República a la pérdida de una situación en principio favorable? ¿Cómo puede explicarse el declive de un régimen cuyas bases sociales se habían echado a la calle con tanto fervor en las jornadas del 18, 19 y 20 de julio de 1936? ¿Por qué el presidente Negrín decidió mantenerse firme en la resistencia frente a muchas voces, como la del propio presidente de la República Manuel Azaña, que clamaban por la rendición? Éstos son algunos de los principales interrogantes que intenta estudiar y explicar este libro, que está centrado básicamente en el último año de la guerra porque es el período que menos ha interesado a los historiadores, que han preferido atender mayoritariamente los primeros meses y años del conflicto porque los acontecimientos fueron de mayor resonancia nacional e internacional (la revolución y colectivización en el campo y en la industria, la violencia en la retaguardia, el entusiasmo inicial de los batallones de milicianos, la llegada de los voluntarios de todo el mundo…).
No se trata de interrogantes fáciles de responder, ni mucho menos. La controversia entre los historiadores que se han ocupado y preocupado por el análisis de estas preguntas es prueba evidente de ello. En muchos de los casos coinciden con los análisis realizados al poco tiempo de que acabara la guerra por algunos de los principales protagonistas de los acontecimientos, aunque la importancia de los factores no era la misma para unos y otros. La mayor parte de los responsables de la República, tanto desde el punto de vista político como militar, no inciden tanto en las dotes del ejército vencedor como en los numerosos errores propios [6] . Para el presidente Manuel Azaña, la derrota vino fundamentalmente por cuatro razones: la adhesión de Gran Bretaña al embargo de armas prescrito por la política de No Intervención, las disensiones políticas de los mismos grupos gubernamentales que provocaron una anarquía perniciosa que resultó favorable para las operaciones militares de los enemigos, la intervención armada italo-germana y, por último, Franco. Según Negrín, la derrota se justificaba sobre todo por la inferioridad en material bélico a consecuencia del abandono de las democracias europeas. Pero también sostenía que más se debió «a nuestra inconmensurable incompetencia, a nuestra falta de moral, a las intrigas, celos y divisiones que corrompían la retaguardia». El general Vicente Rojo, responsable del Ejército Popular de la República como jefe del Estado Mayor Central y, por tanto, su principal estratega, apunta a la carencia de medios materiales indispensables para el sostenimiento de la lucha, a la dirección técnica de la guerra defectuosa en todo el escalonamiento del mando, a los errores diplomáticos que dieron el triunfo al adversario antes de que pudiera producirse la derrota militar mientras Franco se aseguraba una cooperación internacional permanente y pródiga, y a la impotencia del gobierno republicano para liderar un objetivo político claro.
Los historiadores mantienen muchas de las interpretaciones de Azaña, Negrín y Rojo, aunque con ligeras apreciaciones y prioridades. Para Julián Casanova, el ejército de Franco ganó la guerra porque tenía «las tropas mejor entrenadas del Ejército español, al poder económico y a la Iglesia católica con ellos, y los vientos internacionales soplaban a su favor» [7] . Seidman apunta, sobre todo, a la mayor disciplina militar y a la unidad de mando en el ejército franquista: su victoria final se forjó desde el espíritu de solidaridad y de unidad que marcó el desarrollo del conflicto, acompañado de un eficaz servicio de propaganda. El gobierno nacional, represivo y controlador, producía comida para las tropas y los civiles; pagaba de forma regular a soldados, campesinos y trabajadores; y protegía los derechos de los propietarios, grandes y pequeños. Consiguió evitar la inflación y la escasez de alimentos y de suministros militares, que fue lo que bloqueó a sus adversarios republicanos [8] . Raymond Carr y Juan Pablo Fusi resaltan la mayor capacidad de liderazgo y disciplina en el ejército de Franco, respaldado por un gobierno de guerra unificado. Además, los nacionales tuvieron mayor ayuda extranjera en cuanto a suministros de armas. «La disciplina militar de los nacionales era un reflejo de su unidad política: la debilidad militar del Frente Popular una consecuencia de sus luchas políticas intestinas» [9] .
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