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Alía Miranda Francisco - Teoría del saber histórico

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Alía Miranda Francisco Teoría del saber histórico

Teoría del saber histórico: resumen, descripción y anotación

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TEORÍA DEL SABER HISTÓRICO -- PÁGINA LEGA -- ÍNDICE -- INTRODUCCIÓN -- CRONOLOGÍA -- TEORÍA DEL SABER HISTÓRICO -- Prólogo a la tercera edición -- Introducción -- PRIMERA PARTE -- La situación actual de la ciencia -- La noción de hecho histórico -- El método de observación y la construcción -- Ley, causa y estructura en el campo de la historia -- SEGUNDA PARTE -- La historia en su relación con el presente -- Teoría del crecimiento histórico -- La historia como liberación -- ÍNDICE ONOMÁSTICO.

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sóficas17. Unos años después, ya en junio de 1926, en fecha que hoy

podemos estimar todavía temprana para el planteamiento de los nuevos problemas del conocimiento, publicaba en España la Revista de Occidente un artículo de Max Born, «Ley y Materia», del que son estas palabras: «Los problemas de la física actual son filosóficos, en el mejor sentido de la palabra, aunque no rocen los problemas eternos del hombre y no rebasen los límites del mundo empírico.» El señalamiento del alcance filosófico que ha tenido la observación del átomo y, con ella, la interpretación de su estructura y comportamiento, a partir de la obra llevada a cabo por Planck, Einstein y Bohr, ha llenado muchas páginas desde aquellas fechas, y sólo después de 1930, aproximadamente, ha comenzado a repercutir el tema en otros campos del saber.

El reconocimiento de esa conexión es hoy general en todos los aspectos. Partiendo de que, efectivamente, hay una profunda relación, difícil de precisar, entre los nuevos descubrimientos científicos y las ideas generales con que el hombre afronta las fundamentales cuestiones de su existencia, Oppenheimer, en 1953, pronunció unas memorables conferencias en las que, haciendo el balance de lo que había sido las obra de los grandes científicos de la generación anterior, trato de indagar la renovación que las nuevas ideas científicas

—————— 17 Obras Completas, III, pág. 231.

habían causado en las concepciones sobre el hombre y sobre la so

ciedad18.

Prudentemente, en el texto de Borri que hemos citado se reducen las repercusiones de la renovación científica a un campo limitado, que deja fuera las cuestiones antropológicas y metafísicas y se concreta a la teoría del conocimiento principalmente. Claro que si el hombre es el sujeto de ese conocimiento y si la función de conocer es algo incuestionablemente ligado al ser del hombre, no cabe duda de que una transformación radical de los puntos de vista de la epistemología ha de tener consecuencias en ciertos planos que afectan a la manera de entender el hombre.

Por esa razón, el P. Dubarle, considerando el problema de la ciencia tal como se nos da hoy en la existencia humana, señalaba tres aspectos: la ciencia y la comprensión del destino del hombre; la ciencia como elemento o componente de ese destino, y la ciencia como espejo del destino de la humanidad, de tal modo, que el problema del hombre no es otro que el problema de la ciencia, y viceversa. Pues bien, viene a decir el P. Dubarle, «nuestra ciencia no será plenamente lo que debe ser más que el día en que encuentre dentro de ella misma y en nombre de las exigencias del espíritu que la ins

pira, los principios de un suficiente equilibrio humano»19.

No vamos, ahora y aquí, a ocuparnos de este tipo de cuestiones, por lo menos de frente, aunque, en fin de cuentas, nuestro esfuerzo por aclararnos la visión de la Historia como un conocimiento de las cosas del hombre se oriente a ese «equilibrio humano».

Ciertamente, no es la primera vez que un desenvolvimiento de la ciencia natural produce un fuerte impacto en otras esferas del saber. No es ya que se dé en tales casos el fenómeno, en definitiva secundario, de una influencia inmediata, seguida, más o menos, de un propósito de imitación. Lo que hondamente queda afectado en tales casos es el mismo clima espiritual, común a todos los modos del saber, cuando menos del saber de las cosas empíricas. En relación con ello se observa un desplazamiento general de los puntos de vista

—————— 18 Es sabido que Jeans, Eddington y otros han señalado las repercusiones del nuevo pensamiento científico en el campo de la fe religiosa. Se han difundido mucho los libros de Bavink sobre el tema. Discutiendo con él al final de un excelente libro divulgador (La física del siglo XX), P. Jordan señala la «significación religiosa del viraje que ha tenido lugar en el pensamiento científico-natural». Más recientemente pueden verse algunas referencias en P. E. Sabine, Atoms, Men and God, Nueva York, 1953. 19 «La science, miroir du destin de l’homme», en el vol. L’bomme devant la science, Neuchatel, 1953, págs. 131 y sigs.

epistemológicos, que alteran, en fin de cuentas, la posición del hombre como sujeto pensante y, por ende, la posición del hombre en cuanto tal ante el mundo empírico.

Con razón, Heisenberg —un físico, no un historiador (y ello es ejemplar)— nos hacía la advertencia de que «si recordamos que el cambio de la imagen del mundo de las ciencias naturales al final del Renacimiento ha transformado también la vida espiritual y cultural del tiempo siguiente, entonces se impone el pensamiento de contar también con un influjo del cambio actual de las ciencias en regiones más am

plias de la vida espiritual»20. Y esta repercusión está en marcha, sin

duda, al presente, por de pronto en las consideraciones metodológicas y epistemológicas de algunos sociólogos y científicos de la política y, en menor medida, de algunos historiadores; pero, además, se observa esa influencia indirectamente en las obras mismas que de esas ciencias se escriben; quiero decir, claro está, en algunas de ellas, en las que me atrevo a calificar como más representativas de nuestro tiempo, las cuales no es que traten ya de darnos unas noticias o unas ideas sobre cosas concretas de cada disciplina, diferentes de las que antes se daban, sino que hasta inadvertidamente nos dan otra forma u otro tipo de saber. La diferencia entre un libro de Historia de Braudel y un libro del propio Huizinga, con ser ambos excelentes, esta en la diferencia de modo de hacer historia que los separa. Pues bien, creo que esa separación, ya hoy tan claramente observable, entre unos y otros libros, está en una influencia difusa que ha ejercido la renovación de la ciencia. Muy tempranamente Ortega advirtió los primeros cambios de esta condición, que empezaban a producirse en Occidente, así como su interno parentesco, y quiso darlos a conocer en una Biblioteca de ideas del siglo XX. «En ella —decía Ortega, en esa fecha de 1922— reúno las obras más características del tiempo nuevo, donde principian su vida pensamientos antes no pensados», en relación a los cuales tal vez Ortega fue el primero en advertir que «poseen una fisonomía común, una rara y sugestiva uni

dad de estilo»21. Años después, un alemán, Kuntze, escribió un ingenio

so trabajo sobre los cambios de estilo que paralelamente se daban en las diferentes ciencias. Y el mismo Ortega afirmó más adelante la presencia de un proceso de transformación de los modos de pensar. Se trata de una transformación acaecida bajo la influencia de los cambios que en el orden lógico y epistemológico ha traído consigo la nueva física.

—————— 20 «La transformación de los principios de la ciencia natural exacta», en la Revista de Occidente, núm. CXXXVIII, diciembre de 1934. 21 Obras Completas, V, pág. 305.

Pero fijémonos —y esto que vamos finalmente a observar entra en la esfera de aquellos cambios— que hoy la ciencia, al haberse asegurado una influencia incuestionable sobre otras ramas del saber y sobre el ambiente espiritual de nuestro tiempo, no pretende ser ella la que diga una nueva y definitiva palabra sobre el hombre y la sociedad. Recordemos, en cambio, la tendencia del positivismo científico —y con ella, la actitud personal del hombre de ciencia— a fines del siglo pasado, pretendiendo el derecho a subordinar a sus cuadros lógicos dominios cada vez más extensos y diferentes de la realidad. Un cientificismo universal decretaba la sumisión a las leyes que la ciencia natural enunciaba, por parte del hombre y de la Historia. Y a este gobierno universal es a lo que hoy, precisamente, renuncia la ciencia, y renuncia cuando ha llevado a cabo la incorporación de zonas insospechadas, cuando ha extendido el saber humano a campos que antes ignoraba la ciencia y que no existían siquiera para la humana sensibilidad. Y al ensanchar de ese modo su arca de conocimiento ha venido a comprender que quedan aún campos libres para otras formas de saber. No trata hoy la ciencia de darnos por sí misma, explotando su prestigio intelectual, un saber del hombre, sino abrir ante nosotros una profunda perspectiva por donde pueda avanzar un específico conocimiento de las cosas humanas.

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