Foca / Investigación / 151
Adrian Vogel
Bikinis, fútbol y rock & roll
Crónica pop bajo el franquismo sociológico (1950-1977)
«Esta es la crónica de aquellos años que cambiaron el mundo demostrando que, como llevan diciendo desde hace siglos los profetas, son las pequeñas personas, con pequeños gestos, quienes generan los cataclismos», escribe en el prólogo El Gran Wyoming, roquero activo con Los Insolventes. Desde una perspectiva pop, Bikinis, fútbol y rock & roll nos sumerge en esas conmociones que sacudieron el mundo occidental desde la década de los cincuenta del siglo pasado, con consecuencias imprevisibles en el llamado segundo franquismo. Colectivos como el LGTB, las mujeres, los jóvenes o el movimiento por los derechos civiles agitaron las conciencias y contribuyeron a configurar nuevas escalas de valores.
Este libro recoge en su título realidades concretas y representativas de fenómenos de masas que permeabilizaron la dictadura franquista. Han sido símbolos de pugnas contra la represión sexual, el racismo y la xenofobia. Signos de transformaciones sociales que impactaron en la sociedad española.
Una historia de historias. Tanto de gentes anónimas como de los principales protagonistas de esos años (creadores y empresarios). El autor refleja testimonios directos de las figuras más importantes. Los hechos más relevantes son puestos en perspectiva y se evalúa su influencia e impacto en términos económicos y, sobre todo, emocionales.
De la cosecha del 56, Adrian Vogel dio el salto de la prensa (fue miembro fundador de la revista Ozono ) y la radio musical (las primeras FMs rock de Madrid, 99.5 y Onda 2, y el Para Vosotros Jóvenes de Carlos Tena) a la industria discográfica. Desde finales de los setenta ha trabajado en Madrid, Nueva York y París para Gong, Epic/CBS/Sony, Polydor, RCA/Zafiro, Edel, Nuevos Medios y dos compañías propias (Compadres y DMM). También fundó dos editoriales musicales. Ha dirigido los contenidos de diversas webs. Desde 2007 tiene el blog pop El Mundano , el canal El Mundano TV en youtube e imparte clases, conferencias y participa en seminarios. En 2016 ha empezado a colaborar con la Universidad Carlos III de Madrid.
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RAG
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© Adrian Vogel, 2017
© Ediciones Akal, S. A., 2017
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ISBN: 978-84-16842-05-6
DEDICATORIA
Quisiera empezar dedicando este libro a mis padres. A mi madre, licenciada en Historia del Arte (Universidad Complutense, promoción de 1984), por, entre otras cosas, inculcarme el amor por el arte. Aprovechaba los viajes futboleros para llevarme a museos y pinacotecas. A mi padre por su empatía con mis aficiones musicales y haberme enseñado la grandeza del deporte.
Siguiendo con la familia: a Begoña, compañera desde hace 42 años y madre de nuestro hijo Adrián, a quien por supuesto también está dedicado.
A José Manuel Rodríguez Rodri, mi memoria en esta crónica. Amigo de décadas. Y, como Bego y Adri, «víctima» de mi empeño. Como lo han sido todos quienes han colaborado, aportado información y soportado el «vengo a hablar de mi libro».
A José Miguel Monzón El Gran Wyoming por su ilimitada generosidad y amistad de tantos años. Desde primero de Medicina.
A Ramón Akal y Jesús Espino, de la editorial, por haber confiado y dado luz verde al proyecto. Y a Pedro Arjona por habernos puesto en contacto.
¡Huye!
Yo que tú desaparecería.
Begoña Fernández Cuevas, marzo 2015
PRÓLOGO
Dadme un ombligo y moveré el mundo
En los libros de química aparece un término que también se utiliza coloquialmente, y que hace referencia al paso de liquido de una sustancia concentrada a otra que lo está menos a través de una membrana para establecer un equilibrio. A este fenómeno se le llama ósmosis.
La membrana que separaba esta célula social y política que llamamos España durante el franquismo eran Los Pirineos donde muchos, con razón, situaban entonces la frontera sur de Europa en contra de los criterios geográficos que nos integraban en aquel mundo remoto, democrático, sólo por el hecho de encontrarnos ubicados en el mismo continente. No obstante, como ocurre a nivel celular, esas membranas, que los científicos dan en llamar semipermeables, no actúan como un muro perfecto de contención porque permiten el paso de sustancias cuando estas, por su tamaño, caben por sus poros.
Así, en aquella España en blanco y negro donde nunca pasaba nada, y si pasaba ya se encargaban los medios de comunicación, que entonces no se llamaban así, de ocultarnos lo que ocurría, la barrera de Los Pirineos se vio rebasada, como los embalses en tiempos de gota fría, por multitud de acontecimientos insólitos que habrían de cambiar el mundo civilizado, tradicional y nacional católico, en el que nos habíamos desenvuelto durante años, aunque para comprender nuestro destino como reserva espiritual de Occidente hubiera sido necesaria una campaña militar que puso en su sitio a los montaraces habitantes de la piel de toro.
El mundo, decía, tal y como lo conocíamos, cambió más en veinte años que en los anteriores dos mil. Yo, que aún presumo de ser un adulto joven y la OMS (Organización Mundial de la Salud) me avala en mi criterio, he conocido el mundo, en un pequeño pueblo de La Mancha, tal y como lo vio el Cid Campeador. Tres años más tarde, sentado ante el televisor, vi a un hombrecito dando saltos ridículos sobre la superficie de la Luna. Mi abuela, siempre de luto por la muerte de algún familiar próximo o remoto, el caso era vestir de negro, anclada en el medievo, contemplaba también aquellas imágenes sin que le causaran el menor estímulo sensorial porque su preocupaciones no rebasaban el ámbito de las lindes del pueblo. Lo que pasara o dejara de pasar en Madrid, le importaba un carajo; en la Luna, ni te cuento.
Este pueblo ibérico, ciclotímico, dual como ninguno, capaz de las mayores genialidades artísticas, de las mayores crueldades, el más ácrata, el más intransigente, amante de la fiesta, donde el cachondeo cotiza como en ningún otro lugar del mundo, absolutamente incapaz del menor atisbo de sentido del humor, se había convertido en una pecera, en un nicho aislado al margen de las corrientes que recorrían como un ciclón el resto de los países que se dan en llamar civilizados por su nivel de renta y su puesta en escena.
Claro está que como decíamos, ese muro físico no fue capaz de contener del todo lo que ocurría al otro lado y a través de las rendijas se nos fueron colando muestras de lo que da en llamarse la modernidad y que, a todas luces, venía cargada, entre otros males, del cáncer del liberalismo, de promiscuidad, desvergüenza y enajenación subversivo–erótica que ha cumplido con su misión degeneradora de nuestra moral tradicional hasta culminar en esta aberración que dan en llamar El día del orgullo gay.