SEXO, EXILIO Y ROCK AND ROLL
ALI ESKANDARIAN
TRADUCCIÓN DE SANTIAGO DEL REY
BARCELONA MÉXICO BUENOS AIRES NUEVA YORK
© Agencia de Ali Eskandarian, 2016
© Nota a la edición de Faber & Faber: Lee Brackstone, 2016
© Epílogo: Oscar van Gelderen, 2016
© Traducción: Santiago del Rey
© Malpaso Ediciones, S. L. U.
Gran Via de les Corts Catalanes, 657, entresuelo
08010 Barcelona
www.malpasoed.com
Título original: Golden Years
ISBN: 978-84-16665-76-1
Depósito legal: B-25098-2016
Primera edición: febrero de 2017
Diseño de interiores: Sergi Gòdia
Imagen del epílogo: © Adriana C. Sánchez, 2016
Diseño gráfico de cubierta: © Anna Stowe Travel / Alamy Stock Photo
Composición digital: Víctor Igual, S.L.
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NOTA A LA EDICIÓN INGLESA
Editar es un acto de comunión que a menudo, pero no siempre, adopta la forma de una conversación (sobre el papel, en la oficina o en un bar) entre el autor y el editor. El creador de un mundo ficticio se encuentra con el mediador encargado de mejorar y poner a punto su libro. Hay discrepancias y también concesiones. Un editor debe estar dispuesto a ceder cuando la autoridad que confiere la propia autoría así lo exige. Un autor debe mantenerse firme cuando las sugerencias que le hacen ponen en peligro la integridad de sus personajes e incluso la orientación moral de su novela.
Mi trabajo como editor de Ali no me puso en este brete. No hubo manchas de vino tinto de una botella descorchada sobre los primeros borradores del manuscrito. No pudimos festejar la satisfacción de la tarea terminada. Y, por supuesto, él nunca llegará a ver cómo remodelé, tensé y recorté su prosa cruda y visionaria. Lo que nos dejó Ali tras su trágica muerte, ocurrida en noviembre de 2013, cuando solo tenía treinta y cinco años, era el primer borrador de un libro rebosante de vida, amor y sexo, cargado con las ambiciones de la eterna juventud. Y Golden Years fue tomando forma en la página y en mi mente como un acto de comunión con un hombre que había dejado este mundo y al que solo podría conocer mediante el espíritu de su libro y su música, a través de la huella que dejó entre quienes lo rodeaban, entre quienes amaban su exuberante personalidad.
La novela que el lector tiene en sus manos es, por tanto, un acto de amor en el nombre y en la tradición de las relaciones editoriales situadas en las fronteras más extremas de la literatura. Quisiera creer que Ali hubiese aprobado las «mejoras» (así veo los cambios, no sin cierta inmodestia) introducidas en la estructura del libro; estructura que en el borrador era incluso más libre que en la presente versión. En buena medida he mantenido la prosa original de Ali. Las frases son el ADN de una novela y ya en el primer borrador de Golden Years resultaba evidente el talento de Ali para la composición literaria. Ese amor al lenguaje y a sus ritmos, así como la capacidad para captar el caos musical de la vida, constituyen el núcleo esencial que late en el corazón de este libro. Mis intervenciones se produjeron en el marco de una soledad poblada de ecos, pero en todo momento procuré imaginarme cómo habría sido nuestra conversación, cómo habría reaccionado Ali si hubiera vivido para participar en el proceso.
LEE BRACKSTONE
SEXO, EXILIO Y ROCK AND ROLL
El avión en el que viajaban aterrizó hacia las seis de la tarde y todavía tardaron varias horas en llegar a nuestro apartamento, pero para entonces los recién llegados ya tenían aspecto de hombres libres.
—¿Qué tal una cerveza, caballeros? —propuse en farsi después de ayudarlos con sus maletas.
Ellos se sentaron en torno a la mesa de la cocina mientras yo sacaba de la nevera unas cuantas botellas bien frescas.
—¡Vuestras primeras cervezas en América! —grité.
Nos bebimos un par cada uno y nos fumamos un canuto antes de que se relajaran lo suficiente para hablar. Yo recordaba como si hubiera sido ayer el shock brutal de mi llegada a Estados Unidos, tantos años atrás. Ahora nuestros nuevos amigos estaban aquí y no iban a regresar a Irán, ya nos encargaríamos nosotros de evitarlo. Viniendo aquí, estos tipos, como algunos otros antes que ellos, habían arriesgado la vida por su arte.
—Habéis venido al sitio adecuado —les aseguró Koli—. Y ahora vamos a divertirnos.
Los llevamos a dar una vuelta por nuestro barrio, en Brooklyn, charlando todo el rato acerca de su viaje. La noche era cálida y soplaba la brisa. Las calles estaban animadas y llenas de gente. Por lo que yo había oído, la huida de nuestros amigos no había resultado sencilla. Los habían encarcelado y los soltaron justo a tiempo para marcharse.
—Eso está bien… la cárcel juega a vuestro favor. Facilita las cosas para pedir asilo —les dije mientras entrábamos en un bar.
BROOKLYN
A veces las respuestas te llegan cuando te encuentras en la boca de un gran cañón. Otras veces el catalizador puede ser el olor a colonia barata que desprende un taxista mientras perora sobre Mahoma y sus profecías. De lo que nunca quieren hablar esos tipos es de sus cuarenta esposas ni de por qué deberíamos creer que Dios le envió un intermediario a una cueva y le entregó el Antiguo Testamento y la Biblia, diciéndole: «Toma, hijo, ahora te toca a ti. ¡A por ellos!».
Allison nació en un volcán de la isla de Pascua. Fue un sábado, cuando todo el mundo estaba contemplando las estatuas. Ella es Aries, como mi querida madre. Hoy es domingo y Allison está preparando nuestro desayuno favorito: col rizada salteada con ajo, cebolla y champiñones. También gachas de maíz con mantequilla y jalapeños crudos, salchichas vegetarianas y rebanadas de pan integral.
Nuestro nuevo apartamento huele a verdadero hogar. El sol destella entre las persianas de madera y el aire acondicionado montado en la ventana despide aire fresco. En la radio suena Duke Ellington. Me siento un hombre realizado. Hoy es mi segundo día sobrio, y esta vez lo dejo para siempre.
—Te quiero, cariño —me dice ella sonriendo con esos ojos radiantes y llenos de vida.
El suelo tiembla cuando el metro sube o baja traqueteando por la Cuarta Avenida. Me acerco por detrás a ella, que está ante los fogones, la sujeto por la cintura, la atraigo hacia mí y la beso en el cuello. Ella gime de placer y se funde un momento en mi abrazo mientras baja el fuego de la col rizada. Yo deslizo las manos hacia abajo y le aprieto las nalgas con ganas. Ella está removiendo las gachas. Sus minishorts dejan a la vista sus largas y tersas piernas. Me gustaría tumbarla en el suelo de madera de la cocina y examinarla de pies a cabeza, pero acaba imponiéndose el hambre que tengo. Hoy nos sentimos felices; ya llevamos así un par de semanas. Pasamos quince días deprimentes, sin sexo, sin hacer el amor en absoluto. La mayoría de los días yo me emborrachaba después del trabajo, así que cuando a altas horas de la noche ella llegaba del restaurante, yo estaba hecho polvo. No hay nada mejor el amor carnal.
Cuando nos conocimos, ambos merodeábamos por las oscuras esquinas de la noche, nadábamos por las frías aguas de la soltería en Nueva York. Yo me enamoré de ella en cuanto entró por la puerta con un compañero mío de piso y todo un grupo de gente. Aquello se convirtió enseguida en una fiesta. Tenía que conquistarla, pero debía hacerlo con cuidado. No puedes quitarle una chica a un amigo sin desplegar un poco de tacto y maniobrar con destreza. Al cabo de una hora de conocernos, los dos estábamos ciegos de coca y camino de emborracharnos.