AGRADECIMIENTOS
El único capítulo que ha visto la luz en forma de una publicación previa es «El futuro de la estética», que sirvió como discurso en una conferencia internacional sobre estética en la Universidad de Cork. Sólo el primer capítulo, «Sueños despiertos», no se ha presentado nunca en forma de conferencia. «Restauración y Significado», un análisis de la polémica restauración de la capilla Sixtina de Miguel Ángel, fue presentado en la Universidad Washington and Lee en 1996, en honor de Cy Twombly y Nicola del Roscio, aunque, al igual que el resto de capítulos, ha sido revisado posteriormente. El caso es que mi esposa y yo estábamos invitados en Gaeta, adonde había ido a escribir un texto sobre esculturas de Twombly, y éste me convenció de que los que denunciaron la limpieza estaban equivocados. Yo no soy historiador del arte y mi argumento es filosófico, y ésta es mi única contribución al debate. Aquí sirve para apoyar mi afirmación de que la definición del arte es universal. Si hubiera sabido lo suficiente sobre las cuevas de Ardèche como para montar una tesis, se habría parecido a mi afirmación sobre el logro impresionante de Miguel Ángel. O, en otro orden de cosas, a mi largo escrutinio de la Brillo Box de Andy Warhol.
Compré mi primer ordenador en 1992, lo que significa que la revisión desde entonces ha sido incesante. «El cuerpo en la filosofía y en el arte» fue entregado bajo el título «El cuerpo, el problema del cuerpo» en una conferencia en la Universidad de Columbia y mantuvo dicho título cuando, después de muchas presentaciones, impartí la misma conferencia en un congreso sobre religión y filosofía llamado Divine Madness [Locura divina], que se celebró en la Universidad de Minnesota en Mineápolis y fue organizado por Tom Rose del departamento de arte. Tom y yo teníamos muchos intereses comunes, sobre todo en «lugares con pasado», por tomar prestado el título de una exposición comisariada por Mary Jane Jacob. Eso propició una especie de colaboración, en el sentido de que escribí algunos textos para varios de sus proyectos de libros de artista. Le pedí a Tom que leyera y comentara el manuscrito de este libro antes de darlo a la imprenta.
El capítulo titulado «El final del torneo: el paragone entre pintura y fotografía», fue presentado en una conferencia organizada por Lydia Goehr en el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York. Se basaba en algunas observaciones críticas que hice en Columbia al hecho de que el libro de Peter Gay sobre la modernidad no hablara de fotografía. He dedicado este libro a Lydia por nuestros mutuos intereses filosóficos en filosofía del arte y filosofía de la historia y también por la larga amistad, su ingenio y generosidad, y, qué duda cabe, por el hecho de que ambos somos Capricornio.
Estoy profundamente agradecido a mi editor, Jeffrey Schier, por su lectura maravillosa de este texto filosófico, aunque a veces yo mismo me resistí a aportar más claridad, forzando al lector a reflexionar sobre la Brillo Box , como yo hice la primera vez que la vi en 1964. Para mí, encerraba el secreto del arte.
No hubo ninguna circunstancia especial que propiciara la escritura de «Kant y la obra de arte», que presenté en la Universidad de Maryland, y más tarde en el Museo de Crystal Bridges en Bentonville, Arkansas. Mi opinión es que cualquier tipo de público se siente halagado por una conferencia sobre Kant, aunque debo señalar mi agradecimiento a Diarmuid Costello, de la Universidad de Warwick, por despertarme de mi sueño dogmático y mostrarme cuánto tenemos en común Kant y yo, y sobre todo lo cerca que están mis propios puntos de vista de las «ideas estéticas» de Kant.
La idea de este libro se debe a mi agente, Georges Borchardt, y a John Donatich, director de la editorial Yale University Press, que pensaron que tal vez podría servir como un compañero filosófico a mi texto Warhol , que fue publicado por la misma editorial universitaria. En cualquier caso, me ha permitido desarrollar aspectos del concepto de arte que han dominado mi filosofía y mi práctica crítica durante el último medio siglo.
Randy Auxier pensó que mi volumen de la Biblioteca de los filósofos vivos debía tener algo que decir sobre mi carrera como artista gráfico. Me resistí, apuntando que el artista y filósofo no tenían nada que ver, pero Ewa Bogusz-Boltuc descubrió mi trabajo en un anuncio de una imprenta, y logró que el Museo de la Universidad de Illinois de Springfield me brindara la primera oportunidad de exponer mi obra desde 1960. También escribió un sentido ensayo sobre el arte del grabado sobre madera. Sobre todo, su ensayo me hizo darme cuenta que los pasajes sobre el arte en mi trabajo son siempre filosóficos, por lo que me vi forzado a reconocer que el arte y la historia son filosóficamente inseparables. Debo agradecer a Sandra Shemansky por haber incluido uno de mis grabados en la colección de la que es responsable, y por sugerirme que done mis planchas, que llevaban décadas en un armario, a la Universidad de Wayne State, mi alma mater.
Por último, debo gran parte de mi felicidad a la artista Barbara Westman, mi esposa durante los últimos treinta y tantos años. Su buen humor, su talento y su amor son los regalos que realmente hacen que la vida valga la pena.
PRÓLOGO
Es un hecho ampliamente aceptado que Platón definió el arte como imitación, aunque resulta difícil decir si se trata de una teoría o de una mera observación, ya que en la Atenas de aquel tiempo no había nada más que fuera denominado arte. Lo único que parece claro es que por imitación Platón entendía más o menos lo que significa en nuestra lengua: algo que se parece a la cosa real, pero que no es lo real. En cierto modo, Platón estaba interesado en el arte de forma negativa, ya que estaba tratando de diseñar una sociedad ideal —una República, ¡nada más y nada menos!— y se mostraba ansioso por deshacerse de los artistas con el argumento de que el arte tenía una utilidad práctica desdeñable. Para lograr este objetivo trazó un mapa del conocimiento humano, colocando el arte en el nivel más bajo posible, junto con los reflejos, las sombras, los sueños y las ilusiones. Platón juzgaba todo esto meras apariencias, categoría a la que también pertenecía el tipo de cosas que un artista sabía hacer. Así, los artistas podían dibujar una mesa, lo que significa que sabían qué aspecto tiene una mesa. Pero ¿podían realmente hacer una mesa? No, no es probable. Y ya puestos, ¿de qué sirve saber qué aspecto tiene una mesa? De hecho, existía un conflicto entre el arte y la filosofía, pues en aquellos días los escritos de los poetas se usaban para enseñar a los niños a comportarse en la vida. Y así Platón consideraba que la pedagogía moral debía dejarse en manos de filósofos, que a la hora de explicar cómo son las cosas utilizaban no meras imitaciones, sino la realidad.
En el libro décimo de La República , un personaje de Platón —Sócrates— afirma que si se quiere imitar no hay nada mejor que un espejo, que brindará reflejos perfectos de lo que uno coloque ante él, mucho mejores de lo que un artista suele conseguir. Por consiguiente, deshagámonos de los artistas. Los griegos usaban textos como La Ilíada pedagógicamente, para enseñar una conducta correcta. Pero los filósofos dominan las cosas más elevadas, que Platón denomina ideas. Una vez que los artistas quedaban fuera de juego, los filósofos podían enseñar y servir como gobernantes sin riesgo de caer en la corrupción.
En cualquier caso, nadie puede negar que la práctica del arte consistía en imitaciones o en capturar apariencias, por parafrasear a los historiadores de arte contemporáneos. ¡Qué diferencia con la situación actual! «Estoy muy interesado en ver cómo uno aborda este tema, porque ¿qué es el Arte?», me escribe mi amigo el artista Tom Rose en una nota personal. «Es una cuestión que surge en cada clase y en todo tipo de contextos.» Es como si la imitación hubiera desaparecido, y otra cosa ocupara su lugar. En el XVIII , siglo en que la estética se inventó o fue descubierta, dominaba la idea de que el arte aportaba belleza, por lo que daba placer a aquellos que poseían un gusto refinado. La belleza, el placer y el gusto eran una tríada atractiva, que Kant se tomó muy en serio en las primeras páginas de su obra maestra, la Crítica del juicio . Después de Kant —y Hume antes que él— vinieron Hegel, Nietzsche y Heidegger, Merleau-Ponty y John Dewey, cada uno con sus respectivas tesis, todas maravillosas aunque conflictivas. Y luego estaban los propios artistas, con pinturas y esculturas que ponían a la venta en galerías y ferias de arte y bienales. No era de extrañar que la pregunta de qué es arte surgiera «en cada clase y todo tipo de contextos». Así pues, ¿qué es el arte? Lo que sabemos de la cacofonía de argumentos artísticos es que hay demasiado arte no imitativo, lo que nos fuerza a leer a Platón sólo por conocer sus opiniones, y poco más. El suyo fue el primer paso. Fue Aristóteles quien avanzó más allá, al aplicarlo a presentaciones dramáticas (las tragedias y las comedias) que a su juicio eran imitaciones de acciones. Antígona era el modelo de esposa ejemplar; Sócrates no era el modelo de marido perfecto y así sucesivamente.