AGRADECIMIENTOS
No tenía intención de escribir otro libro sobre arte, filosófico o de otro tipo, hasta que recibí una carta manuscrita de Henry Millon, decano del Centro de Estudios Avanzados en las Artes Visuales, invitándome a dar la Conferencia Andrew W. Mellon cuarenta y cuatro sobre Bellas Artes en la National Gallery. Antes tuve oportunidad de expresar mis opiniones sobre temas conceptuales de estética filosófica con la publicación de mi libro principal sobre el tema, The Transfiguration of the Commonplace, en 1981, y, como crítico de arte para The Nation, en 1984, tuve ocasión de opinar sobre los principales eventos y cambios en el mundo del arte. A The Transfiguration of the Commonplace siguieron, junto a los ensayos críticos, dos volúmenes de artículos filosóficos sobre arte. A pesar de todo esto, supe que ésta era una oportunidad que no debía perder, por no hablar del honor de haber sido seleccionado para estas prestigiosas conferencias. La razón era que pensaba en un tema que, en mi opinión, merecía un tratamiento minucioso en el curso de la conferencia: una historia de la filosofía del arte que tuviera como eslogan «el fin del arte». En el curso de diez años de reflexión me había hecho una visión diferente acerca del significado del fin del arte con respecto a la primera vez que pensé en esta idea.
Llegué a comprender que esta expresión, sin duda incendiaria, significaba, en efecto, el fin de los relatos legitimadores del arte, no sólo de los relatos tradicionales de la representación de la apariencia visual, que Ernst Gombrich había tomado como tema de sus Conferencias Mellon, ni de los exitosos relatos del ya concluido modernismo, sino el fin de todos los relatos legitimadores. Históricamente, la estructura objetiva del mundo del arte se había revelado a sí misma, mientras que ahora se definía por un pluralismo radical, y me importaba que esto se entendiera porque significaba que se debía revisar el modo en que la sociedad en su conjunto piensa el arte y lo frecuenta institucionalmente. A esta urgencia se sumaba el hecho subjetivo de que, tratando con el arte, podría conectar mi propio pensamiento filosófico de un modo sistemático, y relacionar la filosofía de la historia con la que comenzó y la filosofía del arte con la cual ha culminado. A pesar de esta ventaja, tengo la certeza razonable de que no hubiera podido escribir este libro sin la inesperada oportunidad que me ofreció la invitación de Hank Millon, que fue como responder a una plegaria atendida. En primera instancia, estoy en gran deuda con la generosidad del CASVA —como sus miembros llaman a su gran centro— por permitir a un filósofo, o sea, alguien cuyos intereses artísticos inmediatos están lejos de sus temas académicos habituales, desarrollar una importante serie de conferencias.
Las conferencias serían presentadas seis domingos sucesivos de la primavera de 1995, a menos que tuviera la energía suficiente para ofrecer siete u ocho, lo que de hecho no conseguimos ni yo ni mis predecesores. Sin embargo, hubo oportunidad para otras conferencias, antes y después de este período; una vez concluidas, tuve la posibilidad de aprovecharlas para organizar un libro cuyo contenido equivaliera a las once conferencias pronunciadas, y ampliarlas y desarrollarlas en una única línea de pensamiento sobre el arte, el relato legitimador, la crítica y el mundo contemporáneo. Las Conferencias Mellon constituyen los capítulos 2, 3, 4, 6, 8 y 9. Los capítulos 2 y 4 tratan temas desarrollados en conferencias anteriores ofrecidas bajo auspicios que merecen un reconocimiento. El capítulo 2 fue presentado en sus líneas generales en la Conferencia Werner Heisenberg en la Academia de Ciencias de Baviera, con el apoyo de la Fundación Siemens de Múnich. Tengo una gran deuda con el doctor Heinrich Meyer por haber permitido este evento tan estimulante, enriquecido por la participación de mi amigo, el gran académico de filosofía Dieter Henrich, con quien sostuve un memorable diálogo público durante las discusiones que sucedieron a la citada conferencia. El capítulo 4 fue concebido como parte de las actas del coloquio dedicado a la obra de Clement Greenberg, en el Centro Georges Pompidou en París, organizado por Daniel Soutif. Finalmente logré conocer a Greenberg en persona antes del coloquio, y quedé muy impresionado por su originalidad como pensador; por esta razón hay un aspecto desde el que la presente obra se puede ver en la misma tradición de An Examination of Sir William Hamilton’s Philosophy de John Stuart Mill o en la ejemplar An Examination of MacTaggart’s Philosophy de C. D. Broad. En ciertos momentos el lector podría sentir que este libro es una An Examination of Greenberg’s Philosophy, pues su pensamiento demostró ser central para el relato del modernismo, hasta el punto de que lo veo como su descubridor. Es difícil reconstruir en detalle qué hubiera dicho «Clem» si hubiera vivido para leer el libro —estaba muy enfermo para viajar a París, tal como se planeó, responder a las críticas y ser homenajeado—. Sin embargo, me dijo, de buen modo, que no estaba de acuerdo con gran parte de lo que había leído de mi obra, aunque disfrutase con su lectura —y existe alguna razón para imaginarlo arrodillado en gratitud por haber sido finalmente comprendido—. Es más, este libro podría haber sido muy diferente y probablemente imposible sin él.
El capítulo 1 surgió como una Conferencia Emily Tremaine, presentada en una tarde invernal en el Hartford Atheneum para conmemorar el veinticinco aniversario de la Matrix Gallery, de aquella institución, que bajo la guía de su comisario Andrea Miller-Keller, fue especialmente hospitalaria con el arte contemporáneo. Es sorprendente que en Estados Unidos haya muchas menos galerías experimentales que en Europa, pero en todo caso parecía una ocasión apropiada para diferenciar al arte contemporáneo del arte moderno en general, y tratar de concebir al posmodernismo como un enclave estilístico dentro del primero.
El capítulo 5 fue leído en una sesión plenaria en el Sexto Congreso Internacional de Estética en Lahti, Finlandia, bajo los auspicios de la Universidad de Helsinki. El tema del congreso fue «La estética en la práctica», y felizmente su organizadora, Sonya Servomaa, considerando a la crítica del arte un ejemplo de la estética práctica, pensó que yo estaba muy preparado para discutir la relación entre la estética como disciplina filosófica y la crítica como una de sus aplicaciones posibles. Ciertamente, ése pudo haber sido el modo en que Greenberg había observado el tema, quizá en oposición a mí. El texto fue modificado para su presentación en las Conferencias Rubin en el Museo de Arte de Baltimore, invitado por el departamento de Historia del Arte de la Universidad Johns Hopkins, y en una de las conferencias en honor de George Heard Hamilton en el Williams College. Aprecio mucho al profesor Herbert Kessler de la Universidad Johns Hopkins y al profesor Mark Haxthausen del Williams College por el interés y la hospitalidad; y por supuesto a Sonya Servomaa por su iniciativa y su formidable capacidad organizativa. Del mismo modo estoy agradecido a Philip Alperson, editor de