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Eslava Galán - Templarios, griales, vírgenes negras y otros enigmas de la Historia

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Eslava Galán Templarios, griales, vírgenes negras y otros enigmas de la Historia
  • Libro:
    Templarios, griales, vírgenes negras y otros enigmas de la Historia
  • Autor:
  • Editor:
    Grupo Planeta
  • Genre:
  • Año:
    2011
  • Ciudad:
    Barcelona
  • Índice:
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Templarios, griales, vírgenes negras y otros enigmas de la Historia: resumen, descripción y anotación

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Los misterios medievales están de moda: templarios, Atlántida, cátaros, vírgenes negras, Santos Griales, Tablas Redondas, Mesas de Salomón, Rennes-le-Château... ¿qué hay en ellos de verdad y de mentira? Este libro lo explica y desvela otros misterios históricos: ¿Por qué los vikingos remontaron con sus naves el Guadalquivir y el Ebro? ¿Es cierto que los moros invadieron España como venganza por la violación de una muchacha? ¿Por colección qué se sospecha que los palacios de Creta eran, en realidad, tumbas? ¿Por qué contrató Felipe II a un equipo de alquimistas? ¿Quién fue el misterioso marino que le confió a Colón el pasillo de los alisios que lo llevaría a América? ¿Quién perpetra esos fraudes arqueológicos que ni los mejores museos detectan? ...

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Índice

CAPÍTULO 1 Los enigmas templarios En el siglo X el mapa político del mundo - photo 1
CAPÍTULO 1
Los enigmas templarios

En el siglo X , el mapa político del mundo alcanzó cierta estabilidad. Después de las conquistas islámicas, el Mediterráneo quedaba escindido en dos bloques: al sur, los musulmanes que ocupaban Oriente Medio, el norte de África y parte de la península Ibérica; al norte, los cristianos, que se extendían por el resto de la península Ibérica, Europa y Asia Menor.

La economía se recuperaba. Crecían las ciudades, aumentaba la población, se roturaban nuevas tierras para cultivo, se abrían mercados, había más dinero para adquirir bienes de consumo y mercancías de lujo...

Los ricos armadores y comerciantes de Venecia, Génova y Pisa fletaban sus naves para traer productos exóticos procedentes de Oriente. Las caravanas que cruzaban la antigua ruta de la seda, desde China, y las rutas de las especias, por mares y desiertos, eran cada vez más numerosas.

Con el dinero nació el turismo. En el siglo XI se pusieron de moda las peregrinaciones a lugares sagrados, especialmente a Roma, a Santiago de Compostela y a los Santos Lugares en los que transcurrió la vida, pasión y muerte de Jesucristo. Algunos peregrinos emprendían el camino como penitencia, para expiar grandes pecados; otros, por simple devoción, que a menudo disimulaba un anhelo de ver mundo. El viaje duraba meses, pero era relativamente cómodo puesto que discurría por itinerarios en los que el peregrino encontraba hospederías, hospitales y lugares de acogida.

Los Santos Lugares estaban en tierras musulmanas, pero los califas abasíes de Bagdad respetaban y protegían a los peregrinos cristianos, que les proporcionaban saneados ingresos, comparables a los que algunos Estados actuales obtienen de la explotación turística de un santuario famoso.

Las tornas cambiaron cuando, mediado el siglo, los intolerantes turcos selyúcidas se apoderaron del califato y dejaron de proteger a los peregrinos cristianos. Por toda la cristiandad se divulgaron noticias, a menudo exageradas, de los sufrimientos padecidos por pacíficos peregrinos cristianos a manos de aquellos bárbaros.

¿Por qué no rescatamos Tierra Santa de manos de los infieles y restablecemos la seguridad en las rutas de peregrinación? Ésa fue la excusa religiosa de las Cruzadas. Las causas verdaderas de las Cruzadas fueron económicas (abrir las rutas de comercio, especialmente a las grandes ciudades mercantiles italianas) y sociales (emplear lejos de sus países de origen la excesiva fuerza militar que la Europa feudal generaba).

Una muchedumbre de personas de toda condición social se sintió fascinada por la empresa de ganar para la fe de Cristo los Santos Lugares.

El 18 de noviembre de 1095 comenzaron las sesiones del concilio que el papa urbano II había convocado en Clermont (Francia). Asistieron tantos prelados y miembros de la alta nobleza que, como no cabían en la catedral, hubo que trasladar la asamblea al aire libre. El papa prometió remisión de los pecados a aquellos que se alistaran en una peregrinación armada para rescatar los Santos Lugares. Legados pontificios recorrieron los reinos cristianos informando a prelados y gobernantes. Los púlpitos divulgaron la noticia. El pueblo acogió el proyecto con entusiasmo. Al grito de Deus volt, Deus volt («Dios lo quiere, Dios lo quiere»), una muchedumbre de personas de toda condición se puso en camino. Los peregrinos cosían sobre el hombro derecho de sus mantos o túnicas el distintivo de una cruz de trapo rojo. Por este motivo se los llamó cruzados y a las expediciones que los condujeron a Oriente, Cruzadas.

El lugar del Templo de Jerusalén

El 15 de julio de 1099, tres años después de la partida, los cruzados conquistaban Jerusalén tras cruento asedio. «Entrados en la ciudad, nuestros peregrinos persiguieron y aniquilaron a los musulmanes hasta el Templo de Salomón, donde se habían congregado y donde se libró el combate más encarnizado de la jornada hasta el punto de que todo el lugar estaba encharcado de sangre», anota el cronista. Un testigo precisa: «La sangre les llegaba a los nuestros hasta los tobillos.»

Con Jerusalén convertida en capital de un reino cristiano, el camino quedaba libre para los peregrinos que acudían al Santo Sepulcro y para los mercaderes que ambicionaban la ruta de Oriente por la que afluían a Europa especias, seda, lino, pieles, camelotes, tapices, orfebrería y otros productos.

El dominio cristiano sobre los Santos Lugares era bastante precario. Tras la conquista de Jerusalén, la mayoría de los cruzados habían regresado a sus lugares de origen. Solamente unos trescientos caballeros y algunos miles de peones decidieron establecerse en Tierra Santa para defender las conquistas cristianas o para medrar en nueva tierra. Aquella estrecha franja de terreno se fragmentó, como la Europa feudal de la que procedían sus nuevos ocupantes, en diminutos reinos y condados unidos por tenues relaciones de vasallaje y separados por ambiciones personales, rencillas étnicas y enfrentados intereses. Por otra parte, los pulanos, o cristianos nacidos en Tierra Santa, lejos de mantener el ímpetu combativo de sus antepasados europeos, prefirieron acomodarse a las relajadas costumbres de Oriente.

El mantenimiento de los Estados latinos en Tierra Santa, rodeados por un océano de musulmanes hostiles que se encontraban en su propia tierra y contaban con recursos humanos aparentemente inagotables, resultó problemático. Los cristianos nunca dejaron de ser ocupantes de territorio hostil. Si mantuvieron aquellos dominios durante ciento setenta y cinco años fue gracias a la desunión de los musulmanes, enzarzados siempre en rencillas internas, y al constante apoyo militar europeo. Cuando la situación era apurada, los papas predicaban nuevas Cruzadas (hasta ocho) que reforzaban la presencia cristiana en Tierra Santa.

Podríamos establecer un cierto paralelismo entre la situación política que propició las Cruzadas y la creación del moderno Estado de Israel. En los dos casos resultaba vital para los intereses económicos de Occidente el dominio de aquella región geoestratégica. En la Edad Media estos intereses se cifraban, principalmente, en las rutas del comercio; hoy se trata de controlar el petróleo y sus dividendos que los países productores invierten en el mercado de armas de Occidente. En los dos casos, curiosamente, la solución ha consistido en implantar un país occidental (por su mentalidad, instituciones, costumbres y modo de vida) en el sensible flanco de un mundo musulmán hostil a Occidente.

Esta situación tampoco se daba por vez primera en tiempos de los cruzados, puesto que en aquella franja de tierra se han sucedido, desde el comienzo de la historia, judíos, romanos, bizantinos, árabes, turcos, cruzados y nuevamente turcos, hasta la conquista por los ingleses durante la primera guerra mundial. Por más que protesten los palestinos, aquel territorio jamás ha tenido entidad política propia, exceptuando los reinos y condados cristianos de las Cruzadas y el primitivo Estado de Israel.

Las órdenes militares

Los cristianos se mantuvieron en Tierra Santa solamente gracias al esfuerzo de las órdenes monásticas creadas expresamente para combatir: los hospitalarios, los templarios y los teutónicos.

Vayamos ahora a la historia de los templarios. El último tramo del itinerario de los peregrinos, entre el puerto de Jaffa y Jerusalén, discurría por una desolada comarca infestada de bandoleros. En 1115, dos caballeros, Hugo de Payens, francés, y Godofredo de Saint-Adhemar, flamenco, fundaron, con otros siete nobles franceses, una orden monástica, la «de los pobres soldados de Cristo», consagrada a la defensa y custodia de los peregrinos.

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