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Juan Eslava Galán - Tartessos y otros enigmas de la historia

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Juan Eslava Galán Tartessos y otros enigmas de la historia
  • Libro:
    Tartessos y otros enigmas de la historia
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1991
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Tartessos y otros enigmas de la historia: resumen, descripción y anotación

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JUAN ESLAVA GALÁN Arjona Jaén 1948 Se licenció en Filología Inglesa por - photo 1

JUAN ESLAVA GALÁN. (Arjona, Jaén, 1948). Se licenció en Filología Inglesa por la Universidad de Granada y se doctoró en Letras con una tesis sobre historia medieval. Amplió estudios en el Reino Unido, donde residió en Bristol y Lichfield, y fue alumno y profesor asistente de la Universidad de Ashton (Birmingham). A su regreso a España ganó las oposiciones a Cátedra de Inglés de Educación Secundaria y fue profesor de bachillerato durante treinta años, una labor que simultaneó con la escritura de novelas y ensayos de tema histórico. Ha ganado los premios Planeta (1987), Ateneo de Sevilla (1991), Fernando Lara (1998) y Premio de la Crítica Andaluza (1998). Sus obras se han traducido a varios idiomas europeos. Es Medalla de Plata de Andalucía y Consejero del Instituto de Estudios Giennenses.

El misterio de la Atlántida

EL MISTERIO DE LA ATLÁNTIDA

H acía el año 590 a. de C, el sabio griego Solón visitó el santuario de la diosa Isis en Sais, la ciudad sagrada de Egipto. Allí un anciano sacerdote le refirió la historia de la Atlántida. De regreso en Atenas, Solón transmitió aquella historia a Critias, hijo de Drópides, y éste a su hijo también llamado Critias, por cuyo conducto alcanzó al filósofo Platón, el cual, sin sospechar la polvareda que iba a levantar, la legó a la posteridad en sus diálogos Timeo y Critias, escritos hacia el año 350 a. de C. De este único manantial, como el borbollón de agua clara machadiano, ha nacido el río caudaloso y turbio de la bibliografía Atlántida que lleva producidos, solamente en el último medio siglo, más de dos mil libros y unos diez mil artículos, la mayoría de ellos meras fantasías.

«Antiguamente el océano era navegable —dijo a Solón el sacerdote egipcio— y frente al estrecho que los griegos llamáis de las Columnas de Hércules se extendía una isla mayor que Libia y Asia juntas. Los viajeros podían cruzar de esta isla a las otras, y desde las otras al continente lejano que está circundado por el océano propiamente dicho».

Traducido a términos geográficos actuales, la Atlántida estaba frente al estrecho de Gibraltar, entonces conocido como Columnas de Hércules. Los griegos del tiempo de Platón llamaban Asia a la actual Asia Menor y Libia a las costas del Norte de África. Si el tamaño de la Atlántida excedía el de estas regiones, la isla donde se asentaba debía ser por lo menos del tamaño de Groenlandia. Si al otro lado de ella se extendía un continente, éste era, obviamente, América, cuya existencia se supone que los griegos ignoraban. Los orígenes de la Atlántida son tan fabulosos como su propia historia. Según el relato de Platón, la isla fue creada por Poseidón, dios del mar, para albergar a su amada Cleito y a los diez hijos, cinco parejas de gemelos, que tuvo con ella. Los hijos de Poseidón fundaron en la isla sendas dinastías reales presididas por los descendientes de Atlas, el primogénito. El imperio de los atlantes se extendía hasta Libia y Egipto, y hasta Toscana. Poseidón no reparó en esfuerzos y convirtió la Atlántida en un verdadero paraíso terrenal. El clima era apacible; sus fértiles campos producían toda clase de frutos en gran abundancia y su subsuelo abundaba en los minerales y metales útiles al hombre. «La isla producía más de lo que exigían las necesidades diarias, comenzando por el metal fuerte y fusible extraído de las minas, que ahora es conocido sólo por el nombre, pero del que entonces había muchos yacimientos en la isla; me refiero al oricalco, el más precioso de los metales exceptuando el oro. Además la isla producía en abundancia toda la madera necesaria para los carpinteros; y muchos animales, tanto domésticos como salvajes. Aparte de esto, se criaban manadas de elefantes, ya que la abundancia de alimentos bastaba no sólo para los animales de las marismas, lagos y ríos, y de las montañas y llanuras, sino también para el elefante, que por su naturaleza es el más grande y voraz de todos».

En medio de esta privilegiada naturaleza floreció un pueblo culto e industrioso que vivía en ciudades maravillosamente urbanizadas y dotadas de cómodas viviendas; un pueblo que frecuentaba los baños fríos en verano y los templados en invierno y que, en sus festividades, cazaba toros y los sacrificaba en el templo. Era una sociedad ejemplar en la que cada cual ocupaba su lugar y todos estaban satisfechos.

La capital de los atlantes era la ciudad ideal. Estaba situada en una fértil llanura, en el centro de la isla. En su propio diseño, participaba tanto de la tierra como del mar pues estaba formada por anillos alternos de tierra y agua concéntricamente dispuestos en torno a una isla central que a su vez comunicaba con el mar a través de un canal navegable de medio kilómetro de anchura. La muralla exterior era blanca y negra, con torres y puertas en todas las entradas del canal. Dentro había otros recintos rodeados de muros ricamente decorados, uno de piedra roja; otro, forrado de bronce por fuera y de estaño por dentro; y el último, que rodeaba la acrópolis, revestido de oricalco brillante como el fuego.

En la cima de la colina central estaba el palacio real rodeado por un muro de oro. Era al propio tiempo un santuario porque en él se engendraron y nacieron los fundadores de las diez estirpes reales. Su templo, consagrado a Cleito y Poseidón, medía 182 metros de largo por 91 de ancho y estaba sólidamente construido. Sus torres estaban forradas de oro y el resto de los muros de plata. Por dentro los muros estaban cubiertos de oricalco y adornados con incrustaciones de marfil, oro y plata. Allí se veneraban las imágenes doradas de la divina pareja y de sus diez hijos, a cuyos pies se depositaban cada año las ofrendas. Había en el recinto sagrado una fuente de agua fría y otra de agua caliente.

En el anillo intermedio de la ciudad se erigieron hermosos edificios públicos: templos, jardines, gimnasios y hasta un hipódromo. Finalmente, en el anillo exterior, estaban los cuarteles y barracones de la guardia real y los arsenales de la marina, repletos de trirremes y aparejos. En el canal y el puerto mayor se mezclaban navíos mercantes, marinos y mercaderes procedentes de todo el mundo conocido.

La Atlántida nunca sufrió el azote de una guerra. Las sabias leyes de la confederación prohibían a sus reyes guerrear entre ellos y los obligaban a acudir en auxilio de cualquiera que estuviese en peligro así como a deliberar en consejo sobre los asuntos comunes y a respetar el voto de calidad de los descendientes de Atlas. Así sucedió con los primeros reyes, que fueron pacíficos, piadosos y obedientes de las leyes, pero más adelante, cuando los lazos con la divinidad se aflojaron, los reyes atlantes se corrompieron, se volvieron tiránicos y codiciosos y emprendieron la conquista del mundo. Ya habían sometido «partes de Libia y Europa hasta Tirrenia» y amenazaban a Egipto y a Grecia cuando el ejército ateniense logró vencerlos. Este revés coincidió con el castigo de Zeus, el padre de los dioses que, mientras tanto, había convocado consejo de dioses para deliberar sobre el futuro de la Atlántida. En ese punto se interrumpe el Critias y tenemos que pasar al Timeo para saber el resto de la historia.

Localizaciones de la Atlántida a lo largo de la historia Según Lavilla El - photo 2

Localizaciones de la Atlántida a lo largo de la historia (Según Lavilla)

El castigo de Zeus a la soberbia atlante fue terrible: «A poco —refirió a Solón el anciano sacerdote egipcio— sobrevinieron violentos terremotos e inundaciones y en solamente un día y una noche de desgracia todos vuestros guerreros se hundieron como un solo hombre en la tierra, y la isla Atlántida desapareció en el piélago, por lo cual el mar es en estos sitios intransitable, pues aún subsiste la capa de fango que levantó el hundimiento de la isla».

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