Juan Eslava Galán - Los Templarios y otros enigmas medievales
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- Libro:Los Templarios y otros enigmas medievales
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- Editor:ePubLibre
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- Año:1992
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Los Templarios y otros enigmas medievales: resumen, descripción y anotación
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La memorable incursión de los normandos contra Sevilla sirvió para que el emir de Córdoba se percatase de la indefensión en que se hallaban sus fronteras marítimas ante aquel tipo de agresiones. Como buen gobernante, se aplicó diligentemente a poner los medios para que el descalabro no volviera a repetirse: hizo amurallar Sevilla y construyó las atarazanas reales que habrían de dotar a al-Andalus con una flota de guerra capaz de evitar futuros ataques por mar. Esta flota fue dotada de una especie de artillería de fuego, probablemente inspirada en el famoso «fuego griego» de los bizantinos. Conviene recordar que Abd al-Rahman mantenía cordiales relaciones con el emperador de Bizancio —¿será necesario aclarar que el embajador de Córdoba en Bizancio fue nuestro buen amigo al-Gazal?—. Pero regresemos a la artillería de fuego. Dice la crónica que el emir «reclutó marinos de las costas del país y les dio buenos sueldos y proveyó de máquinas para arrojar betún ardiendo. De este modo, cuando los normandos hicieron su segunda incursión, en el año 244 de la Hégira —866 de Cristo—, en tiempos del emir Mohammad, la escuadra musulmana les salió al encuentro en la desembocadura del río de Sevilla y los pusieron en fuga: les quemaron algunas naves y se marcharon».
A medida que se extendían las noticias sobre las ricas e indefensas tierras de Europa, eran más numerosos los barcos vikingos que se arriesgaban en expediciones piráticas. El día de Pascua de 845, unas ciento veinte naves asaltaron París y la saquearon tan concienzudamente que incluso arrancaron las vigas de los artesonados de la iglesia de Saint-Germain-des-Prés para adornar con ellas los mascarones de sus naves.
En 858, o al año siguiente, los vikingos volvieron a visitar las costas cantábricas con unas sesenta y dos naves que transportaban, según las hiperbólicas fuentes cristianas, cerca de cuatro mil hombres. Los mandaba el jefe noruego Hasting. El rey de Asturias, Ordoño I, acudió a rechazarlos como antaño su padre.
La expedición normanda siguió el camino de la anterior y descendió por las costas atlánticas sembrando el terror en las poblaciones del litoral. Cuando se proponían remontar el Guadalquivir en busca de las fértiles llanuras béticas, se toparon con la flamante escuadra andalusí y con sus terribles máquinas de fuego. Algunas embarcaciones vikingas resultaron incendiadas; las restantes, prudentemente, se batieron en retirada y enfilaron sus proas hacia aguas menos defendidas. Poco después se registra un desembarco en Algeciras, cuya mezquita mayor incendiaron. Los saqueos prosiguieron por el Norte de África y Baleares.
Es probable que algunos barcos de esta misma expedición remontasen el Ebro. En cualquier caso, los vikingos alcanzaron Pamplona y apresaron a Sancho García, por cuyo rescate obtuvieron la respetable cifra de noventa mil dinares.
De los saqueos de distintas localidades catalanas ha quedado constancia en el testimonio de un monje que escribe: «Vinieron los paganos y saquearon la villa entera y también devastaron la tierra los piratas. Sus habitantes fueron cautivados o abandonaron sus haciendas para emigrar a otros lugares».
Aquellos normandos prosiguieron sus correrías por las costas de Provenza y alcanzaron Italia. En 861, a los tres años de iniciada la expedición, habían acumulado tanto botín que decidieron regresar. Pero ni todos los hombres ni todas las riquezas que volvían llegaron a los fiordos noruegos, pues por el camino hubieron de afrontar grandes tempestades y ataques armados de otros piratas, codiciosos de la riqueza que transportaban.
No fue esta expedición la que más profundamente se aventuró por aguas mediterráneas. Hay constancia de otra que alcanzó las islas griegas. En cualquier caso estas regiones no eran totalmente desconocidas para los vikingos puesto que, como vimos antes, muchos de ellos militaban en el ejército bizantino. Paralelamente, un activo comercio se desarrollaba en las rutas fluviales entre Escandinavia y Constantinopla, a través del este. Este tráfico explica la presencia de monedas bizantinas en los yacimientos arqueológicos de Suecia.
En Occidente, el pánico a los vikingos era generalizado. Hacia 860, Ermentario de Noirmoutier escribía: «El número de barcos aumenta, la plétora sin fin de los vikingos no deja de crecer. Los cristianos son víctimas por doquier de la matanza, el fuego y el pillaje. Los vikingos arrasan todo lo que encuentran ante ellos y nadie puede detenerlos».
Es evidente que los contingentes normandos en liza eran cada vez más numerosos, incluso si tenemos en cuenta que las cifras transmitidas, todas por el bando que los sufría, deben ser considerablemente exageradas. Por ejemplo, se nos dice que en 885 un tal Sigfrido fue derrotado cuando asedió París con setecientas naves y cuarenta mil hombres. Aunque la cifra verdadera sólo fuera una décima parte, al historiador, acostumbrado a las sangrientas proezas de los vikingos, lo asalta la sospecha de que el jefe Sigfrido debía ser muy lerdo.
Cuando las expediciones se hicieron más prolongadas, porque apuntaban a objetivos lejanos, los vikingos tuvieron que invernar en tierras extrañas. Acabaron trasladándose con sus familias a las improvisadas bases y construyeron asentamientos fortificados más o menos permanentes. Éste fue el primer paso para establecerse definitivamente y colonizar nuevas tierras. Lo que aquella expedición al Guadalquivir logró por concesión de Abd al-Rahman, fue conseguido por otra mucho más numerosa del rey inglés, creando la llamada Danelaw, y otra, en 911, en Normandía (que de ellos tomó su nombre actual). El noruego Rollo, jefe de esta última, se comprometió ante Carlos el Simple a defender el litoral de todo el país.
En 968, o poco después, una expedición partida de Normandía atacó el litoral cantábrico y saqueó Santiago de Compostela. No pasaría mucho tiempo antes de que el contacto con la cultura francesa, por una parte, y su inevitable conversión al cristianismo, por otra, atemperaran la fiereza de estos vikingos meridionales.
En 1016 se registra un ataque a las costas gallegas durante el cual el obispo de Tuy fue capturado con todos sus rebaños.
La última expedición pirática de importancia contra las costas españolas acaeció mediado el siglo. Ésta correría peor suerte que las precedentes, pues se topó con las aguerridas tropas de Crescenio, obispo de Santiago.
Por este tiempo, el caudillo normando Roger de Toeni, al servicio de Ermesinda, condesa regente de Barcelona, combatió contra los musulmanes en Levante y las Baleares. Otro contingente vikingo participó en la conquista de Barbastro (1064).
Todavía hoy, los arqueólogos nórdicos descubren, en los poblados que excavan, tesoros de monedas bizantinas o andalusíes, éstas en menor cantidad. Las llevaron allí, desde miles de kilómetros de distancia, hace mil años, sus inquietos, audaces y emprendedores antepasados los vikingos.
JUAN ESLAVA GALÁN (Arjona, Jaén, 7 de marzo de 1948) es un escritor español del género histórico, tanto de ficción como de no ficción. Ha publicado algunas novelas bajo el seudónimo de Nicholas Wilcox. Cursó Filosofía y Letras en la Universidad de Granada, licenciándose en Filología Inglesa, y luego realizó un viaje al Reino Unido con el objetivo de ampliar sus estudios. Allí estuvo viviendo en Bristol y Lichfield, y fue alumno y profesor asistente en la Universidad de Aston, Birmingham. A su regreso obtuvo una cátedra de Instituto de Bachillerato y, posteriormente, se doctoró en la Universidad de Granada con una tesis sobre Poliorcética y fortificación bajomedieval en el reino de Jaén. Miembro del Instituto de Estudios Giennenses.
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