Agradecimientos
Este libro no habría sido posible sin la valiosa ayuda que he tenido la suerte de recibir en cada etapa del largo recorrido entre su concepción inicial y su redacción final.
I NVESTIGACIÓN EMPÍRICA
Todo empezó con la planificación, la realización y el análisis del experimento que llevamos a cabo en la Universidad de Stanford en agosto de 1971. El primer impulso para poner en marcha esta investigación surgió del proyecto para unas clases sobre la psicología del encarcelamiento a cargo de David Jaffe, que más tarde desempeñaría el papel de subdirector de la prisión de nuestro experimento. Con el fin de preparar el experimento y entender mejor la mentalidad de los reclusos y del personal penitenciario, y para explorar las cualidades esenciales de la naturaleza psicológica de toda experiencia carcelaria, impartí un curso de verano en la Universidad de Stanford centrado en estos temas. Para ello conté con la colaboración de Andrew Carlo Prescott, que hacía poco había obtenido la libertad condicional tras una serie de largas reclusiones en prisiones de California. Carlo nos brindó su valiosa experiencia actuando como asesor del experimento y desempeñando el papel de presidente de nuestra «junta de libertad condicional». Dos estudiantes licenciados, William Curtis Banks y Craig Haney, participaron de lleno en cada etapa de la producción de este singular proyecto de investigación. Esta experiencia marcó para Craig el inicio de una carrera de gran éxito en los campos de la psicología y del derecho que le ha llevado a ser uno de los principales defensores de los derechos de los reclusos; también ha escrito conmigo varios artículos sobre temas relacionados con el sistema penitenciario como institución. Les agradezco a los dos las aportaciones que hicieron a aquel estudio y sus conclusiones intelectuales y prácticas. También deseo expresar mi mayor agradecimiento a todos y cada uno de los estudiantes universitarios que se ofrecieron a participar en aquella experiencia que algunos, después de tantos años, aún no han podido olvidar. De nuevo les pido perdón por el sufrimiento que les haya podido causar.
I NVESTIGACIÓN SECUNDARIA
La tarea de pasar la videoteca del experimento de la prisión a formato DVD y de hacer las transcripciones de las grabaciones ha recaído en Sean Bruich y Scott Thompson, dos estudiantes excepcionales de Stanford. Además de destacar los episodios más importantes de este material, Sean y Scott también han contribuido a recopilar una amplia selección de material adicional sobre diversos aspectos del estudio.
Del paso siguiente, recopilar y organizar abundante material adicional a partir de recortes de prensa, notas mías y artículos diversos, se han encargado Tanya Zimbardo y Marissa Allen. Un equipo formado por otros estudiantes de Stanford, sobre todo Kieran O’Connor y Matt Estrada, se ha encargado de comprobar todas las referencias. Matt también ha realizado la transcripción de mi entrevista grabada en audio con el sargento Chip Frederick.
Deseo agradecer las propuestas y los comentarios sobre varios capítulos del primer y el segundo borrador que he recibido de diversos colegas y estudiantes, entre ellos Adam Breckenridge, Stephen Behnke, Tom Blass, Rose McDermott y Jason Weaver. Anthony Pratkanis y Cindy Wang merecen un agradecimiento especial por su ayuda en la parte del capítulo final centrada en la resistencia a las influencias no deseadas. También deseo agradecer a Zeno Franco sus aportaciones a las nuevas formas de contemplar la psicología del heroísmo.
Mi interpretación de la situación militar en Abu Ghraib y en otros escenarios de la guerra está muy en deuda con los conocimientos de la suboficial Marci Drewry y del coronel y psicólogo militar Larry James. Doug Bracewell me ha facilitado el acceso a fuentes de información muy útiles en Internet sobre muchos temas relacionados con las cuestiones que abordo en los dos capítulos del libro dedicados a Abu Ghraib. Además de haber dedicado mucho tiempo a este caso sin recibir remuneración alguna, Gary Myers, abogado del sargento Frederick, también me ha proporcionado todos los materiales y datos que necesitaba para entender aquella compleja situación. Adam Zimbardo me ha ofrecido un agudo análisis de la naturaleza sexual de las «fotos de trofeo» que documentan las «diversiones» del turno de noche de la galería 1A.
También debo expresar mi mayor agradecimiento a Bob Johnson (amigo, colega y coautor de nuestro libro de texto de introducción a la psicología, Core Concepts). Bob se ha leído todo el manuscrito y me ha hecho valiosas sugerencias para mejorarlo, al igual que Sasha Lubomirsky, que me ha ayudado a coordinar las aportaciones de Bob con las de Rose Zimbardo. Rose es profesora honoraria de literatura inglesa y se ha asegurado de que todas las frases del libro cumplan el objetivo de transmitir mi mensaje al gran público. Gracias a todos ellos por haberme prestado su ayuda con tanta gentileza y sentido común.
Gracias también a mi editor de Random House, Will Murphy, por su edición tan meticulosa, un arte ya perdido en muchos editores, y por su valeroso intento de reducirlo a sus temas esenciales. Lynn Anderson ha realizado a la perfección la corrección del texto y, junto con Vincent La Scala, ha añadido claridad y coherencia a mis mensajes. John Brockman ha actuado como agente y ángel custodio de este libro y de su promoción.
Por último, tras haber estado escribiendo doce horas seguidas o más, noche tras noche y día tras día, mi cuerpo dolorido se preparaba para la siguiente jornada gracias a los masajes de Gerry Huber, de la Healing Winds Massage de San Francisco, y a los de Ann Hollingsworth, del Gualala Sea Spa, cuando trabajaba en mi refugio de Sea Ranch.
A todos y cada uno de mis ayudantes, familiares, amigos, colegas y estudiantes que me han ayudado a transformar mis pensamientos en palabras y a plasmarlas en el manuscrito que ha dado origen a este libro, mi agradecimiento más profundo y sincero.
Ciao,
P HIL Z IMBARDO
Prólogo
Me gustaría decir que escribir este libro ha sido una empresa agradable; pero no lo ha sido ni un solo momento en los dos años que me ha llevado terminarlo. Sobre todo ha sido especialmente desagradable revisar todas las cintas de vídeo del experimento de la prisión de Stanford (EPS) y leer una y otra vez los textos con sus transcripciones. El tiempo había ido borrando el recuerdo de la maldad creativa de muchos de los carceleros, del sufrimiento de muchos de los reclusos y de mi pasividad al dejar que los maltratos siguieran durante tanto tiempo, de mi maldad por inacción.
También había olvidado que hace treinta años empecé la primera parte de este libro por encargo de otra editorial. Pero lo acabé dejando porque no estaba preparado para revivir aquella experiencia tan reciente. Me alegro de no haber seguido adelante obligándome a escribir, porque el momento adecuado ha sido éste. Ahora poseo más experiencia y puedo aportar una perspectiva más madura a esta tarea tan compleja. Además, las similitudes entre los maltratos de Abu Ghraib y los acontecimientos del EPS han dado más validez a nuestra experiencia de la prisión de Stanford y ayudan a explicar la dinámica psicológica que ha contribuido a crear los espantosos maltratos de esta prisión tan real.
Otro obstáculo agotador que ha hecho difícil la redacción de este libro ha sido el hecho de haberme volcado por completo en investigar los maltratos y las torturas de Abu Ghraib. Como perito para la defensa de uno de los policías militares que custodiaba a los prisioneros, acabé actuando más como un periodista de investigación que como un psicólogo social. Intenté averiguar todo lo que pude sobre aquel joven militar: realicé largas entrevistas con él, mantuve conversaciones y correspondencia con sus familiares, examiné su hoja de servicios como oficial de prisiones y como militar, y me puse en contacto con otros militares que habían servido en aquella prisión. Al final acabé sintiendo en primera persona cómo era hacer el turno de noche en la galería 1A de Abu Ghraib, de las cuatro de la tarde a las cuatro de la madrugada, durante cuarenta noches seguidas, sin interrupción.