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Prólogo
D esde tiempos remotos, la fe está anclada en el interior del hombre de forma tan ineluctable como la necesidad de respirar, beber o comer. Una fe con mil caras, que responde a múltiples manifestaciones, más o menos visibles. En todos los continentes y en todas las épocas, la fe ha alimentado empresas comunes, ha solidificado los contactos interhumanos, ha sentado las bases de un porvenir mejor y más seguro. En cualquier lugar, la fe ha acercado a los hombres y los ha hecho progresar. Y, sobre todo, ha sacado a la luz la búsqueda mística que todo ser lleva dentro de sí, la sed insaciable de encontrar una dimensión perdida, la espera inquietante de un retorno a la esencia, la necesidad fundamental de respuestas que vayan más allá de lo material para soportar de la mejor manera posible los rigores de la existencia.
Era inevitable que esta fe encontrara su expre sión ideal en una espiritualidad «resplandeciente», que ofrece tantos matices como etnias, países e idiomas hay, y brinda una sorprend ente paleta de inconmensurable riqueza, en la que se mezclan ritos y secretos, dogmas y prohibiciones, plegarias en forma de salmos y silencios meditativos. Y siempre, en todas las épocas y en todos los lugares, un fervor idéntico que devuelve al hombre a su dimensión sagrada.
En cualquier época, como si se tratase de un viaje por este universo de la fe a modo de reportaje de múltiples facetas, en e l que se borran las fronteras para atravesar ese «más allá» intemporal, al margen de los imperativos materiales, económicos y políticos, el hombre ha sabido volver a conectar con lo esencial.
Cada obra de la colección constituye una aventura, una bú squeda de la luz, una mirada a una época, una int roducción a la espiritualidad y a sus raíces en su concreción más inmediata. En pocas palabras, cada libro es la historia de una corriente espiritual mayor en la que participa la fe que h abita en el corazón del hombre desde sus orígenes.
Sea cual sea la época tratada, con independencia de los hechos sobre los que se concentre nuestra mirada, tanto si es un periodo de la historia, como una corriente de pensamiento o un simple acontecimiento, nada se produce de forma aislada.
En consecuencia, intentar comprender implica por fuerza resituar lo que nos interesa en un mosaico de circunstancias y de acontecimientos, en un contexto general que, si bien no lo explica todo, por lo menos delimita lo que nosotros deseamos poner en evidencia.
No se puede valorar la importancia de una creencia, de una religión, de una filosofía o de una doctrina sin situarlas en la vida de un pueblo, sin alimentarlas con el aliento del día a día que les da su verdadera dimensión. Ningún detalle tiene valor si no se sumerge en su propio universo.
Por esta razón intentaremos aproximarnos al máximo a las costumbres de la época presentada en cada obra, en un esfuerzo por respetar el contexto histórico, sin en el cual sería ilusorio pretender una presentación coherente.
Introducción
U n día, después de estar muchos años viajando, necesité hacer un alto en el camino. Nos encontrábamos todavía en tiempos oscuros y lejanos; las naciones forjaban poco a poco su futuro, la mayoría de las veces mediante la fuerza y no con el uso de la razón.
Hacía unos años que h abía abandonado a mi maestro y me alimentaba ávidame nte de todo lo que encontraba. Había aprendido mucho de l a sabiduría de ese ser notable, pero lo que iba descubriendo ahora, día tras día, me maravillaba. Mucho más allá de las palabras, de las grandes ideas filosóficas y del saber de los antepasados, la vida se me presentaba como un libro abierto en cuyas páginas se alimentaba mi espíritu.
Eso pensaba mi maestro cuando me dijo que estaba preparado y que lo que en adelante necesitaba era recorrer el mundo. Como siempre, supo cuándo había llegado el momento.
Ah ora ya ha pasado mucho tiempo. Mis viajes me han llevado a lugares donde los hombres, mejor o peor, han intentado convertir su mundo en un universo de paz y prosp eridad. Muchas veces he atravesado el tiempo como atravieso los océanos, he escalado montañas, he escuchado el furor de los elementos y he descubierto pueblos y civilizaciones, fervores y renuncias, pero siempre me ha guiado una única idea, una frase de mi maestro que se repite de forma obsesiva en mi mente: «Ganador o perdedor, buscador o errante, devastador o peniten te, sabio o renegado, el hombre es un ser de luz, pues tiene la marca de los dioses. Por eso nunca deja de creer y esperar. Vayas donde vayas, hagas lo que hagas, escúchalo, míralo, dale tu calor y tu consejo; así crecerás».
Hoy me toca a mí ser vuestro maestro. Seguid mis pasos. Tomad mi ma no. Escuchad y mirad. El tiempo se diluye, sólo importa lo esencial...
L A CIVILIZACIÓN MAYA
Definición
P artir. Abandonarse al tiempo y al espacio. Dejarse llevar por este lento fluir, ineluctable, que nos lleva al pasado, tan lejos que ni siquiera sabemos dónde estamos. Incluso olvidamos quiénes somos. Mirar, ver y notar solamente las intensas, las íntimas vibraciones de la historia de cada día. Allí es donde nos lleva nuestro viaje de hoy.
Muy lejos y, a la vez, muy cerca, teniendo como guía al hombre, el enlace, el nexo de unión con todas las experiencias, todas las tentativas, pequeñas o grandes, que desde el inicio de los tiempos han visto la luz para intentar afirmar la fuerza vital, el deseo de vivir, las razones de existir.
El hombre en el tiempo. Puesto a prueba por el tiempo. Con las urgencias inherentes a su fragilidad. Que corre todavía más rápido, qu e lucha todavía con más ardor, porque sabe que dispone de poco tiempo para hacerlo.
El hombre de aquí y de allá, diferente y a la vez el mismo, en su búsqueda insaciable de esta «otra cosa» impalpable que siente profundamente arraigada en sí mismo.
El viaje por el tiempo se convierte en una liberación para esta sed insaciable de saber, de entender, de aprender y, en definitiva, de comprender lo que significa vivir. A través de los otros, de aq uí o de allá, uno se encuentra a sí mismo, se descubre a través de una civilización desaparecida o de un reinado lejano.
Pero siempre, pase lo que pase, nos lleve donde nos lleve nuestro viaje libre de normas por la historia de la humanidad, todo sigue g irando en torno a la humanidad pr ofunda, a las lecciones vividas aquí y allá por hombres lejanos que contribuyeron en su tiempo, en su espacio, a la construcción de lo que hoy son los límites, las referencias, las normas de nuestro presente.
Nada se perpetúa solo, aislado, sin ninguna referencia previa con lo que existía antes. Nada se explica, se justifica ni se comprende sin contemplar lo que hay a su alrededor. Al fin y al cabo, el viaje que emprendemos en estos momentos, al margen de la simple curiosidad por las prácticas y las costumbres antiguas, no es más que la expresión de una necesidad profunda y visceral de saber, de percibir, de sentir lo que puede ser una trayectoria humana.