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L OS DOS OFICIOS DE P RIMO L EVI
Primo Levi ha recogido en un único volumen más de cincuenta escritos publicados en diferentes periódicos (sobre todo en «La Stampa») que responden a su vena de enciclopedista de curiosidades ágiles y minuciosas, y de moralista de una moral que siempre nace de la observación.
Entre las páginas dignas de una antología ideal, hay que indicar enseguida Signos en la piedra , que empieza con una «lectura» del empedrado de las aceras de Turín como documento mineralógico, antropológico, histórico, y termina con amargas reflexiones acerca de la indestructibilidad de la goma de mascar. El ojo de Primo Levi se posa sobre la ciudad como el de un paleontólogo futuro que en las estratificaciones del asfalto descubrirá «como insectos en el ámbar, chapas de Coca-Cola y anillas de latas de cerveza». Es el mismo método a través del cual ( Mi casa ) describe el piso donde nació y en el que sigue viviendo (caso de sedentarismo parecido al de las lapas, que «se fijan a un escollo, segregan un caparazón y no vuelven a moverse en toda la vida»). Estos dos pasajes, entre otros, constituyen un ejemplo de esa «literatura de la memoria» que puede nacer de una mente ordenada y sistemática, en la que, de la concreción y precisión de los detalles, acaba naciendo una nota de pathos lírico, aunque sobrio y controlado.
Prosiguiendo con mi selección, señalaré Estable/inestable, que empieza con un elogio de la madera, para explicar después su natural inestabilidad en contacto con el oxígeno del aire y acabar recordando un episodio de fábrica: un caso de autocombustión de serrín. Este escrito ejemplifica otros dos «géneros literarios» que aparecen varias veces en el libro: el de la «voz de enciclopedia», escrita con una elegancia digna de la tradición italiana de Redi y Algarotti (en esta línea señalo un capítulo sobre la goma laca, Domum servavit ), y el de las «memorias de un químico industrial», que es un tipo de relato que sólo él escribe, del que ya habíamos disfrutado algunos precedentes en el volumen más primoleviano de todos, El sistema periódico . (Como en una novela de detectives, en cada relato el químico tiene que resolver un caso misterioso.) Al final del relato vuelve la vena del moralista.
«Los confines de esta estabilidad frágil, que los químicos llaman metaestabilidad, son amplios. Comprenden, además de todo lo que está vivo, prácticamente todas las sustancias orgánicas, tanto naturales como sintéticas; y todavía algunas sustancias más, todas aquellas que vemos cambiar de estado repentinamente: un cielo sereno, pero sin duda saturado de vapor, que se nubla de golpe; un agua tranquila que, por debajo de cero, se congela en pocos instantes si se tira en ella una piedrecilla. Pero es fuerte la tentación de dilatar aún más estos confines, hasta englobar nuestros comportamientos sociales, nuestras tensiones, la humanidad de nuestros tiempos, condenada y acostumbrada a vivir en un mundo donde todo parece estable y no lo es, en el cual energías pavorosas (no hablo solo de los arsenales nucleares) duermen con sueño ligero.»
Entre los objetos de la atención enciclopédica de Levi, los más frecuentes son las palabras y los animales. (En ocasiones se diría que tiende a fundir esas dos pasiones en una lingüística zoológica o en una etología del lenguaje.) En sus divagaciones lingüísticas predominan las amenas reconstrucciones de cómo las palabras se deforman con el uso, en la fricción entre la dudosa racionalidad etimológica y la somera racionalidad de los hablantes. La historia más extraordinaria es la del nombre italiano de la gasolina, «benzina» (procedente de «benjuí» o «incienso de Java»). La más inesperada, la de esa expresión coloquial, frecuente en la Italia septentrional, de «leer la vida» a alguien, que significa decirle a la cara todo lo que se merece. (Creo que este es el verdadero significado de la frase y no el de «hablar mal de alguien, cotillear» que le da Levi, quien sostiene haber oído esta frase en un ámbito femenino y nunca en primera persona; puedo asegurarle que, al menos en Liguria, es frecuente oír a un hombre decir «le he leído la vida», precisamente en el sentido de «le he cantado las cuarenta».)
En cualquier caso el sentido literal de la frase no está claro: ¿por qué «leer»? ¿y por qué «la vida»? Cotejando varias fuentes, desde la fraseología alemana hasta los diccionarios dialectales piamonteses, Levi llega a la siguiente conclusión: la expresión originaria era «leer el Levítico». Al parecer, en los conventos, durante los maitines, es decir, a altas horas de la noche, «era habitual que, después del canto de los salmos y de los himnos, y de la lectura de las Sagradas Escrituras, en especial del Levítico, el prior se dirigiese individualmente a cada monje, loándole por su observancia o, más frecuentemente, reprobándole por sus faltas». Por lo que leer «el Levítico» o «los levitas» habría asumido el significado de regañar a alguien.
No hemos hablado aún de los escritos que atañen más directamente a la literatura. Aquí la capacidad de observar es, de nuevo, la gran cualidad de Primo Levi: véase, por ejemplo, El puño de Renzo , donde demuestra que en Los novios, de Alessandro Manzoni, los gestos de los personajes son erróneos e imposibles, como los gestos de un mal actor. Y la observación no es un fin en sí mismo, sino que puede ayudarnos a comprender algo más profundo: «Manzoni parece dispuesto a aceptar ciertas soluciones interpretativas únicamente cuando “dos fuertes pasiones alborotan juntas en el corazón de un hombre”; pero en ese “alboroto” puede leerse con claridad la aversión católico-estoica del autor hacia las pasiones de las que el personaje, aun tan amado, es esclavo».
Resumiendo: en Primo Levi, la misma disposición de espíritu da vida al hábito mental científico, a la mesura del escritor y del moralista. Un capítulo, Exquímico , está dedicado al paso desde su primera profesión a la de escritor, y enumera las lecciones que tienen validez en ambas: «El hábito de penetrar en la materia, de querer descubrir su composición y estructura, de prever sus propiedades y su comportamiento, conduce a un insight, a un hábito mental de concreción y concisión, al deseo constante de no detenerse en la superficie de las cosas. La química es el arte de separar, pesar y distinguir: tres ejercicios que también resultan útiles a quien pretende describir hechos o dar cuerpo a su fantasía».
I TALO C ALVINO
M I CASA
Vivo desde siempre (con involuntarias interrupciones) en la casa donde nací: mi manera de vivir no ha sido, pues, fruto de una decisión. Creo que el mío es un caso extremo de sedentarismo, comparable al de ciertos moluscos, como por ejemplo las lapas, que después de un breve estadio larvario, durante el cual nadan libremente, se fijan a un escollo, segregan un caparazón y no vuelven a moverse en toda la vida. Esto es más habitual entre quienes han nacido en el campo; para los ciudadanos como yo, es, sin duda, un destino raro, que conlleva peculiares ventajas y desventajas. Tal vez deba a este destino estático el amor mal satisfecho que nutro por los viajes, y la frecuencia con que el viaje aparece como tema recurrente en muchos de mis libros. Aunque, tras sesenta y seis años en el Corso Re Umberto, me resulta difícil imaginar lo que conlleva vivir, no digo ya en otro país o en otra ciudad, sino tan siquiera en otro barrio de Turín.